El momento de la Restauración conservadora que experimenta el país puede ser entendido como el de un estrechamiento. Los discursos reducen nuestro espacio y, a la vez, de manera casi imperceptible, domestica los gestos mínimos de nuestros cuerpos. Cada vez devenimos más individuos y, sin embargo, mucho menos libres. Los lugares están confiscados, los cuerpos más pulidos, la garganta no pronuncia cualquier frase, sino que medita una o dos veces antes de emitirla. Hay menos abrazos y menos alegrías. La cabeza tensa la mirada hacia abajo, el celular se vuelve el mejor amigo. La caminata deviene rápida. Apenas los pies se detienen a encontrarse con otres, la vista está fija en las cuentas de dinero, en las deudas que aún perviven y que día tras día se agrandan; los sueños no son apacibles; pastillas varias soportan el proceso, algunas más intensas que otras, algunas más naturales que otras; lo cierto, es que nadie sueña bien. No se trata solo de una transformación en el plano de las grandes estructuras institucionales sino, ante todo, de la dimensión capilar sobre las que agonizan los afectos. Porque todo consistió, nada menos, que en romper el afecto estrellado al mundo en Octubre de 2019. Con el Acuerdo del 15 de Noviembre se restituyó el saber “jurídico”, con la pandemia el saber “médico”, con la inflación, el saber “económico” volvió a su mística. La restitución del lugar del saber implicó la desarticulación del afecto y el retorno de la autoridad portaliana con el goce de una obediencia ciega. Se habló del castrochavismo, del anarquismo, del virus chino, de la guerra en Ucrania, de los migrantes. Pero lo cierto, es que el único enemigo –si lo hubo- fue el afecto. Cuando el “saber” toma el relevo, los pueblos vuelven a su domesticación. Su afecto se neutraliza: los cuerpos abandonan sus potencias, las vidas sus imágenes. Sea por el saber jurídico, médico o económico, la implosión del afecto producida por las técnicas de gobierno, implicó el estrechamiento del mundo. Hay menos palabras y, si bien no hay menos gestos, éstos aparecen cotidianamente más rígidos, tímidos y menos multitudinarios. La destrucción asoma. Pero no advertimos que siempre hemos vivido en el basural llamado 50 años. Porque la revuelta no trajo la destrucción. Tan solo, la hizo visible. Menos espacio para jugar, menos para soñar y, sobre todo, menos espacio para pensar –como siempre.
Con todo, también el tiempo se ha estrechado, cada vez menos tiempo para esto o lo otro. Y, por supuesto, síntoma de todo el estrechamiento es que, volvimos a pensar que todo es culpa nuestra. La crítica a la usurpación completa del país parece ser una voz que apenas se escucha, una bulla que murmura por ahí, cada vez más fuera del mundo, tras las rejas que todos los días se interponen entre nuestros cuerpos, entre nuestras palabras, entre nuestros deseos. Porque, en realidad, nos dicen que recuperemos el alma. Que ella se imponga sobre el cuerpo y lo domine. Pero es precisamente ahí donde se urde la trampa: el alma, constituye el dispositivo de nuestro estrechamiento, el mecanismo más eficaz de nuestro encierro; el alma, la verdadera prisión del cuerpo.
Julio, 2023.