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Ética para el futuro. Por Massimo Venturi Ferriolo

La vida nos reserva sorpresas. Estamos viviendo un periodo histórico único de grandes mutaciones. Desde hace tiempo venimos lamentando un progresivo y, siempre acelerado, desastre ambiental con un rápido cambio climático. Hay alarmismo y negacionismo. Los más jóvenes reclaman el futuro que les estamos quitando bajo sus pies y sobre sus cabezas, entre la tierra y el cielo. El constante consumo y la destrucción casi científica de los recursos de nuestra madre tierra están provocando efectos incontrolables sobre el medio ambiente, amenazando directamente nuestra vida con el virus Covid-19 que, ha bloqueado nuestra libertad de acción.

Se destrozó el mito de la globalización alabada por la monocultura del neoliberalismo que, destruye la natural diversidad humana, llevando a los extremos las consecuencias que destruyen la cultura aborigen, vinculada siempre a la naturaleza. Aquí es donde llega el Coronavirus y desde donde vendrán otros, quizá peores, si no se invierte la tendencia y no se escuchan las culturas ancestrales, incluida la griega, que han advertido de nuestra desmesura -hybris-, es decir, aquel pecado imperdonable de las leyes juradas por los dioses, a saber, de la Naturaleza. Parte del mundo católico también ha comprendido el drama de la tierra y de la Amazonía, de todo el planeta. Sin embargo, aún están vivas fuerzas negativas a menudo vinculadas con dictaduras o a los evangélicos que, no tienen escrúpulos en la explotación del suelo y exterminan a quienes se opongan a la destrucción del medio ambiente. Estas prácticas han alterado un ecosistema que se venga, liberando el virus, quizá como una forma extrema de defensa.

 

Esta cuestión real nos confronta con problemas éticos, de comportamiento ante el medio ambiente y los otros, morales, de frente a nuestra conciencia, y políticos, respecto al gobierno de la comunidad, haciendo devenir imperantes reglas de comportamiento para controlar las personas con el objetivo de salvaguardarlas. Tales normas pueden ser dirigidas hacia el bien o hacia el mal. En el primer caso se garantiza la salud de todos los/as ciudadanos/as controlado sus movimientos, en el segundo se va más allá, aprovechando las reglas impuestas por la emergencia, se priva a los mismos/as ciudadanos/as, desde una libertad entendida en un sentido totalitario. Es un riesgo que estamos corriendo, sobretodo viendo eso que ocurre en China y en Corea a través de la aplicación (APP) que controla los movimientos, como aquella que hoy, las autoridades de la Región de Lombardía me invitan a descargar. Se abre el dilema: ¿nuestra democracia está en la posición de controlar cada uso subversivo de los instrumentos de control y de limitación de las libertades individuales una vez que haya cesado la emergencia sanitaria?

 

La pregunta se plantea para el debate continuo, a niveles más o menos instrumentales ¿qué está sucediendo entre la libertad y la ausencia de la misma? Esta coyuntura juega a favor de personajes entrenados para invocar complots que arrojan más bencina al fuego, en vez de insertarse en la cultura del razonamiento y poner el problema según la dialéctica entre el yo y los otros, sabiendo que mi libertad termina allí donde empieza la tuya. No vivimos solos sino en comunidad y en este ámbito debemos reflexionar sobre cada acción singular que realizamos en relación con la misma comunidad, es decir, de los otros: es un razonamiento probablemente difícil de hacer para un pueblo de individualistas como el nuestro, con ideas a menudo confusas sobre la libertad.

 

Es necesario hacer un esfuerzo. Debo comportarme de modo de no hacer daño a los otros. Si debo estar en casa en cuarentena para limitar la propagación del virus y no provocar o aumentar los contagios, tengo que hacer que esta regla, limitadora de mi libertad y de la de los otros, sea respetada con el consecuente sacrificio. Para que no se abuse de la limitación de la libertad, también debo activarme reforzando la democracia. Sabemos bien que históricamente los regímenes totalitarios nacen a través de acciones de desmantelamiento de las libertades constitucionales sin la necesidad de emergencias de un virus. Vivimos en una época en donde estamos constantemente controlados y espiados gracias a los aparatos digitales cada vez más perfeccionados, a internet y a las videocámaras instaladas en todas partes. Pero, al mismo tiempo, estamos libres porque podemos movernos como queremos; podemos viajar, atravesar rápidamente fronteras, volar a bajo costo salvo en periodos excepcionales. La libertad de movimiento es el mana[1] del neoliberalismo que ha hecho del turismo un pozo de San Patricio. Libertad de movimiento es también consumismo que no se puede detener.

 

La actual privación de algunas libertades puede llevarnos a comprender su verdadera esencia, esa realmente política que hace que yo sea reconocido como ciudadano de una República democrática fundada sobre el trabajo. Este es el punto. Debemos defender la democracia y aceptar las reglas para ser sanos y fuertes y conducir la batalla por un medioambiente mejor, por un planeta con buena salud, para tener gobernantes preparados y no ignorantes. Para que no haya chacales que se alimentan de fake news. Necesitamos potenciar la educación, la información correcta, la cultura, el estudio, la formación: son “fármacos” que garantizan el bienestar de la democracia. Sobretodo, necesitamos mantener la libertad de pensamiento y de poder expresarlo.

 

Hay que romper la espiral perversa del neoliberalismo globalizante para dar dignidad a los pueblos oprimidos o diferentes, combatiendo las injusticias sociales que devastan la vida de nuestro mundo. La salud del medio ambiente marcha al unísono con la eliminación de la pobreza. Es un problema social. Sobre este punto debemos alinearnos todos juntos para proyectar una ética para el futuro.

[1] Nutriente divino.

Dr. Massimo Venturi Ferriolo.

Traducción Dr Jaime González Gamboa.

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