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¿Existe esta palabra? Por Matías Saá

Dos chicos sentados en una banquita pequeña de Avenida Providencia, a la altura del metro El Salvador. Un chico y una chica, de 26 y 27 años, respectivamente, comparten el asiento, uno al lado del otro, en plena noche primaveral. Él se lleva la axila hacia la cara. Ella arruga la nariz, frunce la frente y aprieta los labios, en una mueca de asco.

— Estoy hediondo — dice él — . ¿Me quieres olorosar la axila? Ella niega con la cabeza, despreciativa, y lo corrige con una risa arrogante, condescendiente:

— No se dice olorosar — le dice ella — , así lo dicen los «flaites», se dice oler, olorosar no existe.

¿Por qué elijo el olor de una axila en lugar de recurrir a aromas de comidas, flores, café o hierbas para hablar sobre sociolingüística?

Simple: porque así ocurrió en la realidad.

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Entonces, ¿existe «olorosar»?

La pregunta suena casi burda: si puedes pronunciar una palabra y la has escuchado antes, esa palabra existe. Todo lo que se puede decir, puede ser escrito.

Pero, ¿por qué hay personas que corrigen estos usos? Buscamos una autoridad, nos cuestionamos si es una palabra porque aún no existe en la RAE.

Es una creencia que lo que no está en el diccionario no existe. «Lo que la RAE no nombra no existe.», explica irónicamente la Dra. Lucía Niklison.

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Una explicación morfológica: En el caso de «oler», que es un verbo irregular, su conjugación sigue un patrón distinto al de los verbos regulares como comer o beber que siguen un patrón predecible en su conjugación. Sin embargo, el verbo oler es irregular, lo que significa que no sigue este patrón regular en su conjugación. En lugar de simplemente añadir las terminaciones del presente de indicativo (-o, -es, -e, -emos, -éis, -en), su conjugación presenta cambios en la raíz del verbo.

Manuel Antonio Román, en su Diccionario de chilenismos y de otras locuciones viciosas, define «olorosar» como «la dificultad que ha hallado nuestro pueblo para conjugar con sus irregularidades el v. oler (huelo, hueles, etc.)».

* El verbo «olorosar» deriva evidentemente del adjetivo oloroso, «que exhala fragancia» (Corominas y Pascual, 1985; San Martín, 2000); es, por tanto, un verbo deadjetival (...) Olorosar es un verbo transitivo que toma como objeto directo a la fuente del olor y como sujeto a quien percibe la fragancia: alguien olorosa algo, por ejemplo, una flor, es decir, podemos usar oler en vez de olorosar, pero no siempre olorosar en vez de oler («Olorosar. Una nota breve». Dossier 47 , Universidad Diego Portales, 2017, pp. 70–72).

Según este texto, no se podría decir «olorosar» cuando se refiere a una axila hedionda, sino solo cuando se refiere a un objeto que emana fragancia. Pero la palabra está y se usa.

*

Sobre olorosar en la RAE: De hecho, olorosar ya existe en la RAE, y su definición es «tr. coloq. Chile. oler (‖ percibir los olores)».

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Pero no quiero centrarme en si cierta palabra existe o no en la RAE; lo que me interesa explicar en este texto es la valoración, percepción y autoestima lingüística en Chile. La conciencia y la autoestima lingüística son considerablemente bajas entre los hispanohablantes de Chile, en comparación con otros países de habla hispana. No obstante, desde una perspectiva intranacional, los hablantes de la zona centro (Santiago) muestran una autoestima lingüística más alta que aquellos de las zonas norte y sur. Sin embargo, el valor positivo del habla de los habitantes del sur de Chile aumenta al compararlo con el de los santiaguinos de sectores socioeconómicos medios/bajos y zonas rurales. Como dijo la chica al chico: así lo dicen los «flaites», término que hace referencia a los hablantes de las zonas criminalizadas, donde la autoestima lingüística es especialmente baja.

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Otro ejemplo de corrección lingüística surge en torno al lenguaje inclusivo: «No se escribe con “e” al final porque así lo dice la RAE», afirman algunos. Sin embargo, es el diccionario el que no ha integrado estas palabras. De hecho, la última actualización de la RAE tardó 16 años. Es el diccionario el que va retrasado, no los hablantes. Son estos últimos quienes representan la verdadera autoridad lingüística. Lo que debe hacer la RAE es aceptar las transformaciones que los hablantes generan. El trabajo de los lingüistas no es dictar cómo se debe decir o escribir una palabra, sino explicar los fenómenos y transformaciones morfológicas. Lo descriptivo por sobre lo prescriptivo, y así logramos una norma real de los hablantes y más descentralizado geográfica y socioeconómicamente.

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La tasa de jóvenes que llegaron a estudiar a Chile por motivos migratorios creció un 50 % entre 2014 y 2019, con la mayor concentración de estudiantes en el rango de edades entre 8 y 11 años. Sin embargo, muchos de estos niños enfrentaban graves dificultades para acceder a la educación, ya que el RUT era un requisito esencial para matricularse en los establecimientos escolares. Sin este documento, los menores migrantes quedaban excluidos del sistema educativo formal, enfrentando barreras significativas para su integración social y académica. ¿Estos niños que no aparecían en la documentación legal no existían?

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Lo que ignoraba esa chica al decirle que esa palabra no existe y que es dicha por «flaites», es que la lengua está en constante transformación y lo que no figura en un diccionario hoy puede ser una parte esencial del habla de mañana. La realidad lingüística es mucho más fluida de lo que creemos, y las normas impuestas por las autoridades lingüísticas no siempre coinciden con lo que los hablantes realmente hacen en su cotidianidad. Lo otro ya es clasismo y regionalismo.

Una persona lleva consigo, a través del lenguaje, su identidad geográfica, económica, cultural y social. Su historia. Su familia.

/o.lo.ɾoˈsaɾ/

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