En kioscos: Marzo 2024
Suscripción Comprar
es | fr | en | +
Accéder au menu

Expresiones silenciadas: lo contado y lo callado en la obra de Geraldina Ahumada. Por Constanza Navarrete

Desde el colegio que Geraldina sentía atracción por el arte y la cerámica. De hecho, se escapaba de clases para poder asistir al taller Pucará, del que participó en II° hasta IV° medio. Luego ingresó a estudiar Arquitectura en la Universidad de Chile, para retomar, años después, nuevamente su labor artística en el taller de cerámica impartido por el artista Ricardo Irarrázaval Echenique. Es allí donde comenzó a exponer y generar un corpus de obra, en donde el tema de la memoria, la historia local, lo político y lo no-dicho atraviesan gran parte de su producción.

Geraldina vivió hasta los 19 años en la calle José Domingo Cañas #1185, comuna de Ñuñoa en Santiago, Chile, ubicada entre dos centros de tortura: José Domingo Cañas #1367 y Obispo Orrego #241. Desde su dormitorio, se escuchaban gritos durante las noches. Ella relata: “De los seis hermanos, tres recordamos los gritos. Tres dicen no haber escuchado nada. Traté de escribir, pero todos los lápices habían dejado de escribir. Traté de hablar, pero hay cosas que no quieren ser escuchadas […] Seré breve: no sé dónde guardar los gritos”[1]. Luego se mudaron con su familia a la avenida Campo de deportes, frente a una de las casas de Colonia Dignidad, también en Ñuñoa. Si bien allí no se escuchaba nada, se sabía que pasaban cosas.

Aquella contextualización sirve para comprender el trabajo artístico de Geraldina Ahumada, quien a lo largo de los años no ha dejado de tener necesidad por expresar su testimonio vivido durante la época de dictadura. El material de la arcilla ha sido el lenguaje posible para plasmar un discurso suprimido para un recuerdo en latencia. De lo frágil y precaria que es la arcilla, se crean objetos escultóricos que dan cuenta de memorias igualmente frágiles y evanescentes, no por su falta de nitidez, sino por su nulo registro durante los años de los hechos; años en que ella nunca contó nada a nadie de lo que percibía. Sin embargo, y tras el paso del tiempo, el testimonio silenciado comenzó a emerger. Tal des-ocultamiento tomó forma en primera instancia, en objetos que aludían a diferentes medios de comunicación: esculturas de teléfonos, radios, cámaras, micrófonos y televisores de la época, a modo de comunicar y mostrar lo que entonces no se podía, al menos con palabras.

En los últimos años, Geraldina ha incorporado otros elementos a sus esculturas en gres como partes de objetos y máquinas, alterando el uso y estética tradicional de la cerámica. A partir de estas últimas intervenciones es que surgieron los “objetos-animitas”: objetos cotidianos utilizados durante los ’70 y ‘80, que supuestamente captaban el ambiente mortuorio que yacía presente durante el régimen militar. Según comenta la artista, “lo que estaba en el aire traspasaba las casas”, haciendo de estas cosas funcionales de uso común, elementos “cargados” con el sentimiento de la muerte. Los objetos-animitas aluden, así, a la cotidianeidad casera, como también a las animitas en tanto pequeñas tumbas simbólicas de personas que han muerto trágicamente. En reemplazo de las típicas velas utilizadas en las animitas, Geraldina dispone luces artificiales, ya sean leds o neones, en torno a las obras.

Misma intervención realiza en sus mapas de arcilla; en éstos, distintas placas conforman el barrio en torno a José Domingo Cañas, señalando las antiguas casas de Geraldina y los centros de tortura ya mencionados, entre otros sitios asociados. Las luces que aparecen entre los orificios de las placas, reflejan a los vecinos que también oyeron lo que entonces ocurría. En la medida que se vayan sumando testimonios, más luces podrán destaparse y brillar dentro del mapa de la tortura y su silencio, situado en aquel mítico barrio de Ñuñoa.

A través de los mapas y los objetos-animita se busca relatar una historia no contada, pero desde la distancia: decir que aquel lugar “fue un barrio de exterminio, en donde se sentía el miedo […] ellos no estaban solos pero nosotros no hacíamos nada. Esta es la voz de quienes escuchamos”.

Dichas obras están expuestas en agosto en Fundación 1367, Casa de la Memoria José Domingo Cañas, actual memorial de uno de los centros de tortura. Paradójicamente, los gritos escuchados por Geraldina a lo largo de su adolescencia, serán ahora visibilizados por medio de sus esculturas en el mismo lugar donde acontecieron.

[1] Parte del texto escrito por la misma artista para una exposición individual a realizarse en Agosto de 2017 en La Casa de la Memoria #1367.

Constanza Navarrete- Licenciada en Arte y Estética de la Universidad Católica de Chile

Compartir este artículo