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Femicidio: terrorismo patriarcal hacia las mujeres. Por Sonia Brito, Lorena Basualto y Verónica Lizana

Cada 25 de noviembre se levanta la consigna NO A LA VIOLENCIA EN CONTRA DE LAS MUJERES, en memoria de las tres hermanas activistas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal asesinadas en República Dominica (Cañabate, 2020). 

Esta consigna se ha instalado como una bandera de denuncia y exigencia desde las organizaciones sociales nacionales e internacionales, la sociedad civil y sus movimientos ciudadanos, los colectivos de mujeres organizadas e independientes, incluyendo a la ciudadanía sensibilizada y horrorizada por la naturalización e invisibilización de la violencia estructural, institucional y hegemónica que se manifiesta cotidianamente en el plano material, simbólico y discursivo. La constatación devastadora y criminal de este terrorismo patriarcal es el femicidio, en tanto, causa la muerte a una persona por razones de sexo-género o femenifobia[1].

La violencia por femenifobia es considerada como el odio, antipatía, menoscabo y como un flagelo terrorista contra las mujeres. Éste se expresa en todos los ámbitos de la vida, siendo el femicidio la constatación más cruel de los abusos, maltratos, agresiones, violaciones, control-sexista, disparidad de poder y relaciones asimétricas.

Frente a esta situación, es necesario instaurar políticas públicas contundentes y convincentes que garanticen el derecho a vivir en un mundo libre de violencia, lo que implica deshacer analíticamente la estructura patriarcal-colonial a través de una educación no-sexista, a fin de construir nuevos acuerdos y compromisos con la equidaridad (Brito, Basualto, Lizana, 2020). Este concepto fue acuñado por las autoras para caracterizar el despliegue de lo equitativo en un contexto social de exclusión, cuyas acciones tienen un efecto multiplicador y dinamizador al acoger otras segregaciones o discriminaciones, colocándolas en la agenda pública por incidencias sociopolíticas. Este movimiento sinérgico y elíptico permite desenclavar códigos y estructuras estancas. Por esa razón, la equidaridad dice relación con “equi, que alude a lo justo y equilibrado, se une al sufijo idad, que refiere a la realización de la cualidad del sustantivo, lo cual se expresa con la palabra equidad, pero parece oportuno acuñar el término equidaridad para darle un sentido de proceso, en tanto, se trata de una equidad que se desarrolla en el tiempo y por tanto es necesario construir” (Brito, Basualto, Lizana, 2020, p. 2).

En tal sentido, la equidaridad se construye a través de una mirada reflexiva, caleidoscópica y sinóptica sobre el mundo de la vida, que denuncia la violencia contra las mujeres en las distintas esferas sociales, haciéndose cargo de la consecuencia criminal y terrorista del femicidio. Desde el paradigma feminista, la equidaridad conforma un imperativo ético-político dado que busca derribar posiciones macro y micro machistas, proponiendo la construcción de posibilidades abiertas donde se consideren otros mundos. De esta manera, se espera que las mujeres reconozcan los enclaves de poder del patriarcado, tomando conciencia de la imposición de roles históricos, transformando las relaciones entre los sexos y amplificando su voz protagónica en los espacios políticos, económicos, profesionales, laborales, académicos, educativos, familiares y eleccionarios.

Entonces, para erradicar el femicidio como resultado y deconstruir el patriarcado como fundamento, se necesita un trabajo colaborativo entre mujeres y varones. Sin embargo, los estudios muestran que ellos tienden a “tomar palco” frente a situaciones discriminatorias e inequitativas. Principalmente, debido a los modelos de masculinidad hegemónica que avalan las siguientes expresiones: “el feminismo no es más que un machismo encubierto”, “no sé de qué alegan si son iguales a los hombres”, “oye si ahora no se las puede ni mirar”, “algo habrá hecho para que la violaran”, “mira cómo se vestía”, “cómo aguanta que le peguen, si igual le gustaba” (Fundación Honra, 2019, s/p).

Estos discursos estrechos y peyorativos evidencian que los varones no reconocen sus privilegios materiales y simbólicos, ni cuestionan la supremacía de lo masculino ante lo femenino y son quienes legitiman o justifican la violencia contra las mujeres desde una masculinidad hegemónica vinculada a la violencia patriarcal (De Martino, 2013). Este modelo exige que los varones sean reconocidos como “verdaderos hombres” ante sí mismos y ante los demás; quienes deben demostrar constantemente que “son racionales, agresivos, valientes, activos, fuertes, atrevidos, aguantadores, independientes; pero, sobre todo, tienen que demostrar control sobre sus emociones y afectos, lo que supuestamente les permite protegerse y ejercer dominio sobre las mujeres” (Ponce, 2004, p.8). En conclusión, es necesario pensar en una masculinidad contrahegemónica que instale nuevas concepciones y narrativas acerca de lo que significa ser varón en la era contemporánea.

Por lo demás, desmontar la masculinidad hegemónica supone una transformación cultural que opere desde arriba hacia abajo, y desde abajo hacia arriba, de modo que haya sinergia entre lo macro y micro social.

Desde arriba hacia abajo, las políticas públicas y legislaciones con financiamiento suponen una protección real de las mujeres y una sanción con altas penas a los agresores, de modo que vayan desestructurando la organización social del patriarcado. Esta demanda ético-política requiere de acciones concretas para elegir a las representantes de las mujeres, tales como, presidentas, ministras de estado, gobernadoras regionales, senadoras, diputadas o alcaldesas. Es decir, todas aquellas que estén abiertamente comprometidas con la justicia social, los derechos humanos y la revolución del pensamiento, y en clara oposición a toda ideología femenifóbica, homofóbica, transfóbica, xenofóbica o misógina. 

Desde abajo hacia arriba, los movimientos sociales han denunciado las atrocidades de los macros y micromachismos en aras de construir nuevos modelos de masculinidad. De esta forma, las ciudadanas generan incidencia sociopolítica, visibilizando los avances de las luchas de las mujeres en pro del reconocimiento de sus derechos, los cuales se irradian hacia los espacios profesionales, laborales, académicos, educativos, familiares o personales. Si bien, las demandas de equidaridad han dado resultado, el terrorismo patriarcal menoscaba o minimiza tales exigencias a través de la violencia material, simbólica y discursiva.

Desde ambos lugares, la inclusión y exclusión como lógica binaria problematiza el hecho de pertenecer o no, de ser reconocida o invisibilizada como sujeta de derechos. Así ha transcurrido la vida de tantas mujeres que luchan por alcanzar aquello que les corresponde o que se oponen a un mundo masculino que tiene el poder de decidir quién participa en este. La personificación de esta lógica binaria se arroga el derecho de incluir/excluir a otra persona desde la verticalidad.

Finalmente, la equidaridad significa aprender a convivir en un país que garantice un piso común de derechos y deberes para todas las ciudadanas y ciudadanos, donde las mujeres no mueran a manos de hombres terroristas, abusivos y maltratadores. Quienes padecen el Síndrome del Príncipe Carlos[2], cuya envidia enfermiza termina apabullando la inteligencia, amabilidad y fuerza de las mujeres, en contraposición con los ideales de realización de un mundo más sororo, diverso e inclusivo.

Por todo lo señalado, ¡¡NO MÁS!!

 

Referencias:

Brito, S., Basualto, L., Lizana, V. (2020). Paridad de Género: Mujeres constituyentes desde una perspectiva de equidaridad. Recuperado de https://www.lemondediplomatique.cl/paridad-de-genero-mujeres-constituyentes-desde-una-perspectiva-de-equidaridad.html

Cañabate, L. (25 de noviembre de 2020). Día Internacional contra la Violencia de Género: ¿Por qué se celebra el 25 de noviembre? El Periódico. Recuperado de https://www.elperiodico.com/es/sociedad/20201125/dia-violencia-genero-por-que-celebra-25-noviembre-8219502

De Martino, M. (2013). Connel y el concepto de masculinidades hegemónicas: notas críticas desde la obra de Pierre Bourdieu. Revista Estudios Feministas, 21(1), 283-300. https://dx.doi.org/10.1590/S0104-026X2013000100015

Fundación Honra (2019). Los hombres y su rol en la lucha por la equidad de género – Tomás Tonorato. Fundación Honra. Recuperado de https://fundacionhonra.cl/columna-de-opinion-los-hombres-y-su-rol-en-la-lucha-por-la-equidad-de-genero-tomas-honorato/

Ponce, P. (2004). Masculinidades diversas. Desacatos, (15-16), 7-9.

Dra. Sonia Brito Rodríguez

Dra. © Lorena Basualto Porra

Dra. Verónica Lizana Muñoz

 

 


[1] Femenifobia, concepto acuñado por las autoras, Sonia Brito Rodríguez, Lorena Basualto Porra y Verónica Lizana Muñoz.

[2] Refiere al príncipe de Gales y la envidia por los logros alcanzados por la princesa Diana, lo que se traduce en acciones mezquinas, egoístas y violentas. Concepto acuñado por Sonia Brito Rodríguez, Lorena Basualto Porra y Verónica Lizana Muñoz.

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