Esto no es nada más que un apunte, pero “me urge tanto”. No puede haber filosofía sin una preocupación real por el mundo. Sin que éste, en cada estremecimiento, temblor, espasmo, en fin, se nos revele como la crisálida que afiebra el pensamiento.
De esta forma, decir que la abstracción filosófica no es un desgarro de la realidad, por el contrario, se debe a ella; y no hay posibilidad alguna de reencontrarse con una querella filosófica si ésta no es, a su vez, una hemorragia contingente que irradia sentido hasta la abstracción más radical.
Y cuando decimos mundo, en esta línea, decimos alteridad, otro, diferencia, des-coincidencia; esto es lo que no termina de estibar, ajustarse a un espacio de adecuación particular (F. Jullien). Y lo decimos también en su concreto y la exigencia que de aquí se nos hace. Esto es fundirse, por ejemplo –y tanto como se pueda abandonando nuestras zonas de confort–, por un segundo en la vida de un migrante, de los deportados de las guerras que se han visto obligados a abandonar “su propio mundo” para intentar sobrevivir en otro que le es desconocido; de la guerra misma, del abuso patriarcal, de la sombra de la usurpación que se tiende desde siempre sobre los pueblos originarios, en fin; del sombrío caleidoscopio que cotidianamente se regenera al son de las estallidos mortales y persecuciones ominosas; de todos los pueblos que viven en la opresión y represión aplicada por psicópatas ególatras con sueños imperiales o fábulas sociológicas donde brille hasta cegar la opereta bufa de “la sociedad segura”.
En todo esto no hay truco, no hay trampa. Se trata de que la filosofía se derrame sobre eso que pasa y se haga una con el clamor callado de lo que Foucault llamó alguna vez la “arqueología del silencio”.
Tampoco esto no es una pura posición moral –aunque al mismo tiempo no puede sino serla– es sobre todo una biopsia medio instantánea, madrugadora, que asume unos pocos riesgos mortales y que, desde eso que llamamos “pensar”, al menos insinúe dónde están esas células muertas o a punto de morir que hablan y demandan una firma, un reflejo, una atención. Entonces la filosofía, ella misma por y de sí misma. no debe habitar indolente y autoreferente solo en la academia y en los espacios que le otorgan para desplazarse paranoide a la pura esfera de los estímulos, competitiva y repleta de estándares. No. La filosofía está en todo lugar donde lo irrepresentable, por traer a J.-L. Nancy, nos inocule una responsabilidad de cara a eso que pasa, como lo diría igualmente Alain Badiou.
No se piensa en craquelar antipáticamente al pensamiento en corrientes esquemáticas: analítica, medieval, clásica, contemporánea, etc., que, en ningún caso, por sí solas, abreviarían el significado de lo que llamamos mundo y su multidimensionalidad radicalmente heterogénea. Se trataría, en lo más elemental, de encontrar esos fusibles que activen un tipo de hacer filosófico que se devele como resistencia de cara cualquier rostro que pueda tomar la barbarie y, desde ahí, y no a partir de la típica encarnación jerárquica de las instituciones, impulsar la emergencia de lo político y la aporía del amor siempre por venir que, con todo, no es sino el pulso destituyente de toda tradición hegemónica.
Javier Agüero Águila
Doctor en Filosofía
Académico de la Universidad Católica del Maule