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Fútbol y literatura: Un partido clásico. Por José Antonio Lizana

El pintor mexicano Rufino Tamayo decía que sus colores eran los más baratos, los tonos de la tierra, y que a esos colores mezclados y matizados oponía otros más vivos, rabiosos y brillantes que provenían de las frutas que había visto en su infancia.

A mí, cuando me preguntan de dónde proviene mi literatura, respondo que de los partidos de la calle, de esos que dejaban las rodillas, los codos pelados, y los anteojos quebrados; de esos partidos que se jugaban con una pelota plástica que traía un dibujo de un mapamundi. Partidos eternos y con sabrosos entretiempos de pan con mortadela y tecito. Sí, eran esos duelos que solamente podían finalizar con el “último gol gana todo” o con el llamado de mamá: “Entrarse, que mañana hay que ir al colegio”.

Mi amor por la lectura fue estimulado casualmente por mi padre, cuando traía a casa el “Fortín Mapocho” y “La Época”, o cuando me compraba en el persa las revistas “Estadio”, “Barrabases”, “Triunfo”, “Deporte Total” y “Don Balón”.

A partir de la revista “El Gráfico”, me hice admirador del periodismo argentino y de algunos escritores de ese país, como Roberto Fontanarrosa, Osvaldo Soriano y Eduardo Sacheri. Este último es un acérrimo hincha de Independiente de Avellaneda y lo plasma con emotividad en su cuento “Independiente, mi viejo y yo”. Para Sacheri: “Hay quienes sostienen que el fútbol no tiene nada que ver con la vida del hombre, con sus cosas más esenciales. Desconozco cuánto sabe esa gente de la vida, pero de algo estoy seguro: No saben nada de fútbol”. El filósofo y novelista Albert Camus clama “Lo que finalmente sé con mayor certeza respecto a la moral y a las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. Y para Jean Paul Sartre: “El fútbol es una metáfora de la vida”.

El escritor chileno Felipe Risco Cataldo reconoce que: “Soy un futbolista frustrado y tenía una gran admiración por Julio Martínez; tenía una pluma muy interesante, es uno de los padres del periodismo deportivo chileno”. El comentarista deslumbró en revista “Estadio”, Radio Minería y Canal 13, y casi como una ley era la frase: “Lo dijo Julito Martínez”. En 2009, el periodista Edgardo Marín compiló las mejores columnas de Don Julio sobre la selección chilena, un texto donde el cronista se muestra en su faceta más crítica, analítica e irascible. El poeta Floridor Pérez publicó en 2003, “Poesía chilena del deporte y los juegos”, una compilación lúdica que une actividad deportiva y literatura, más allá del horizonte occidental de comprensión de ambos ámbitos. Allí aparece el poema “Los jugadores” de Pablo Neruda: “Juegan, juegan. Los miro entre la vaga bruma del gas y el humo. Y mirando estos hombres sé que la vida es triste”.

Y no le quito más tiempo, porque si me acuerdo de Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Juan Sasturain, Martín Caparrós, Juan Villoro, Roberto Rabi, Víctor Hugo Ortega, Luis Osses Guiñez, Eduardo Santa Cruz y Reinaldo Marchant, este artículo se va a extender de la misma forma que esos partidos de marcador infinito con entretiempos de pan con mortadela y tecito. Sin lugar a dudas, el fútbol y la literatura protagonizan esos duelos que estremecen a los fanáticos y a los que se les llaman clásicos.

José Antonio LizanaArce,
Autor de los libros “Ceacheí” y “Pisando la pelota” entre otros.

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