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Guillermo Rifo y la música popular. Por Paquita Rivera y Alex Ibarra Peña

Guillermo Rifo y la música popular. Por Paquita Rivera y Alex Ibarra Peña

Cuando la guadaña de la muerte nos arrebata a alguien significativo para nuestras vidas fluye un sentimiento de reconocimiento que encuentra su vía de expresión en el testimonio que celebra las virtudes más nobles del ser humano. Guillermo Rifo, sin duda motivaría la escritura en esta perspectiva de las emociones dadas sus capacidades creativas, su humor, sus expresiones de afecto, etc. Creo que varios músicos chilenos de la escena actual estarían de acuerdo con estas impresiones.

Sería egoísta establecer el argumento destacando la cercanía con el maestro Rifo y es mucho más importante hacer mención a su lugar en la historia de la música chilena. Tenemos un relato, poco conocido e incompleto sobre nuestros compositores y compositoras, pero que sin duda conforman nuestra historia cultural. Historia poblada de don y carente de reciprocidad, incomprensible olvido de la herencia ancestral de quienes nos antecedieron y sentaron las bases de una cosmovisión provista de generosidad y paciencia; valores otorgados por la tierra y sus ciclos, bien conocidos por quienes habitamos estas australes tierras.

Guillermo Rifo es un músico de envergadura, destacado por sus arreglos y sus composiciones, su trayectoria formativa, virtuosismo instrumental y su carisma como director orquestal. Se le quedó debiendo el Premio Nacional, como a tantos ciudadanos que producen una obra reconocible y valorada. Su obra generosa y prolífica, ha de ser preservada y revisitada, tal como sus más cercanos deseaban realizarlo, cuando aún ni se vislumbraba su partida. Es nuestro deber destacar a su esposa, la psicóloga y música Cristina Capra, quien dedicó los últimos 15 años, a transcribir y rescatar la obra del maestro, una vez más haciéndose presente la donación genuina y amorosa, en donde volvemos a encontrar la carencia del equilibrio de la reciprocidad. Al parecer hemos olvidado a nuestros abuelos y bisabuelos. La premura del presente globalizado y de lo instantáneo, tal vez ha deshumanizado los procesos de intercambio de saberes y haceres. Estamos al debe y la repentina partida de un maestro como Guillermo Rifo ha de hacernos preguntar en qué lugar del camino olvidamos la reunión alrededor del brasero, el lápiz grafito y el cuaderno, la tetera y el mate.

Dado el momento presente, y ya que la pluma danza como hechizada por los frenéticos y brillantes contratiempos que surgen de baquetas que vuelan sobre el metal, me regaló el viaje hacia un "diminuto instante inmenso en el vivir" a principios de los noventa. Recién egresada de música, trabajaba en gestión cultural con un importante cargo público para mis 22 años; aunque el piano y las partituras comenzaban a llenarse de polvo y me encontraba llena de preguntas sobre un futuro cargado tanto de sueños como de incertidumbre; me encontraba en un lugar privilegiado a ojos de mi entorno cercano y familiar, orgullo de las expectativas neoliberales de padres ilustrados que no veían con buenos ojos la carrera musical desarrollada en bares y clubes, fuera del conservador alero de lo docto. Con la juventud y el mundo sobre los hombros, la creación se encontraba en un letargo, ávida por surgir. Ese día el traje de dos piezas era azúl brillante y el maletín semejaba un escudo ante los embates del arte urgente y voraz. El encuentro con el maestro, sorpresivo y grato, a la hora del pan tostado y la mantequilla; fue un rayo de sol sobre la negra tapa del piano silencioso; fue luz y resplandor. Un giro inesperado, una palabra al aire: el canto Paquita, el canto. ¿Me escuchó cantar alguna vez? No alcancé a preguntarle. Pero la casi pianista y casi etnomusicóloga enfundada en traje de oficina, ese día se sacó el disfraz, dio el primer paso al vacío (primero de muchos) y en contra de todo pronóstico, se sumergió en lo que hasta hoy es un "loop" de creación y descubrimiento infinito.

Así marcó tantas existencias, así abrió sendas transitando entre los mundos que hace tres décadas eran casi imposibles de conciliar. Nos interesa situar una de sus motivaciones principales guiadas por el interés de cruzar los lenguajes de la música popular y la llamada música docta. Aquí su trayectoria musical tiene un consecuente camino recorrido que da continuidad a una tradición musical que se alimenta de lo popular. Le antecedieron Pedro Humberto Allende, María Luisa Sepúlveda, Luis Advis, Gustavo Becerra, etc. Para esto nos queda en la memoria lo realizado en Hindemith 76 y en Latinomúsicaviva.

Parte de la calidad de la música popular chilena de nuestros días se alimenta de la labor realizada por este compositor, lo que habita en la conciencia viva conforma la memoria que soporta siempre la historia que somos. Un reconocimiento y testimonio en torno al imperecedero legado de este maestro constituye el homenaje, a veces tan mezquino, sin duda deber y justicia por y para la trascendencia del arte creador.

Paquita Rivera.
Músico.

Alex Ibarra Peña.
Filósofo.

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