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¿Hacia dónde vamos, o qué esperar? Breve nota sobre el cambio de mando en Chile. Por Pablo Aravena Núñez

La pregunta es necesariamente retórica, pues no lo podemos saber. No nos queda más que, así como hacemos con el pasado, interpretar indicios (aunque a diferencia de lo por venir el pasado sí acaeció). Y tal como ocurre en este plano, unos indicios son más fuertes que otros, pero el saber resultante es igual e irremediablemente precario, lo que no equivale a “descartable”, pues no tenemos más que este para situarnos. Se podrá decir que lo expuesto es evidente, pero al parecer a estas alturas muy pocas cosas tienen asegurado dicho signo, más vale demorarse en las advertencias previas para así distanciarse del delirio profético de la futorología, pues este último tiempo, con más fuerza que antes, los acontecimientos nos han lanzado en direcciones insospechadas.

La ceremonia de cambio de mando de este viernes 11 de marzo en principio no es demasiado relevante, a no ser que se produzcan gestos deliberados y verdaderamente significativos -y no puramente efectistas- dentro de la liturgia. Es más bien una ocasión para pensar qué es lo que se inicia, o a qué debemos enfrentarnos quienes, por el motivo que fuera, votamos por Boric.

Pues, incluso sin ánimo opositor, debemos asumir que este gobierno se inicia en un contexto adverso (otra cuestión evidente, pero que al parecer no puede ser dicha en voz alta so riesgo de ser acusado de sabotaje). Debemos enfrentar los efectos de una guerra, que nadie vio venir, y que en términos concretos ha significado el encarecimiento del coste de la vida, por sobre el que ya se venía registrando, pero ahora con unas arcas fiscales vaciadas producto de la pandemia y sin posibilidad de nuevos retiros de fondos de AFP. En la última parte del gobierno de Piñera estos recursos sirvieron de auxilio, pero fueron a parar preferentemente directo al consumo y al ahorro, lo que explica en gran parte el aumento de las tasas de interés, que es el sustrato sobre el que hoy se suma el alza del petróleo. 

En términos de capital político el nuevo gobierno tampoco tiene demasiado en el bolsillo. En primer lugar, su base social real -pese al porcentaje con que fue elegido- es muy reducida y conformada por sectores medios y juveniles educados. Hay que recordar que prácticamente la mitad del país se restó de la participación en las elecciones y que hay una ultraderecha “latente” para nada irrelevante en términos electorales, mucho voto de Boric fue un “no Kast”. A todo lo señalado se suma el hecho que la coalición de gobierno está compuesta por sectores bastante refractarios entre sí (Frente Amplio, con todas sus variantes internas, Comunistas, con exigencias propias de supervivencia de su partido, y socialistas de la ex Concertación, quienes hasta acá habían formado parte del origen del mal que estuvo a la base del estallido social). Tampoco hay que olvidar -aunque la alianza progresista lo quisiera- que Boric carga con lo que para una izquierda más radical es un pecado imperdonable y para los amarillos un valor y garantía de gobernabilidad: su rol en el pacto del 15 de noviembre de 2019. De él surgió la Convención Constitucional y la posibilidad de una nueva Constitución, pero si volvemos a aquel entonces fue también el acuerdo de “lo que fuera” para frenar una oleada de violencia política que parecía no tener fin y que ya había agotado la paciencia de las Fuerzas Armadas.[1] Tal como se podía prever en esa coyuntura el ejercicio de construcción de una nueva Constitución descomprimía el conflicto, pero difería todo a un futuro bastante incierto, lo que ha sido reafirmado por el destemplado ejercicio de la Convención y la crisis económica, sanitaria y ambiental que tenemos ante nuestros ojos.

Sostengo que el no plantear estas cosas en voz alta ha amplificado el principal riesgo del gobierno entrante: muchas expectativas, poco capital político y económico. Se ha optado en cambio por la estrategia comunicacional, es decir por el uso efectista y publicitario de la única causa disponible que tiene la potencialidad de trascender lindes políticos y sociales: el feminismo. Único planteamiento que en este minuto (y no sabemos por cuanto más) posee la posibilidad de constituir un mito aglutinador de voluntades, sorelianamente dicho. No casualmente el Partido Comunista de Chile, consistente en su tradición leninista, ha devenido en partido feminista.[2] 

Pues qué sentido puede tener la declaración de Boric, primero, respecto de la definición feminista que adoptará su gobierno, para rematar diciendo: “les quiero pedir en particular a los hombres que lo tomemos en serio, no es una banalidad ni la respuesta posmoderna a demandas identitarias”.[3] Si se toma en serio lo dicho, como lo pide, un gobierno feminista -sostengo- es en la práctica un contrasentido en tanto todo gobierno es una máquina, ante todo un sistema administrativo (y que lo será más aún en condiciones de contracción económica y crisis global) con unas necesidades propias que se tragan el proyecto, cual sea éste. Por lo que en las actuales condiciones lo que se puede razonablemente prever son acciones muy cercanas a lo que parte de la misma teoría feminista repugna bajo el concepto de “feminismo corporativo”, o “feminismo del microcrédito” y “empoderado”,[4] es decir el nombramiento de mujeres en alta dirección -asociado a rentabilidad- y, por otra parte (“desde abajo”), el estímulo de un emprendimiento de “sello distintivo”.

El feminismo es una apuesta con una potencialidad transformadora enorme (en dirección de la igualdad, por ejemplo), pero hoy también es lo más fácil cuando no se tiene mucho más políticamente hablando, cuando se lo convierte en un mero recurso. No podemos esconder que, reducido de este modo, “funciona” en los más básicos códigos del consumo y la competencia, que es el lenguaje de Chile. Las líneas editoriales de los programas de televisión lo explotan y reducen a niveles aberrantes, mientras una cadena de multitiendas se lo ha apropiado en el sentido “empoderado” aludido arriba para llevar adelante una estrategia publicitaria bastante agresiva. En este sentido dócil se puede leer el reciente nombramiento de “la primera mujer edecán de Carabineros en la historia de Chile”.[5]

Lo sabemos al menos desde Maquiavelo: en política nadie es malo o bueno, mentiroso u honesto. Boric está obligado a hacer un gobierno, lo que en primer lugar significa permanecer en el poder, ya que decidió ir por su disputa y llegó a él.


[1] https://www.senado.cl/noticias/constitucion/logran-historico-acuerdo-para-nueva-constitucion-participacion Al respecto también mi breve columna aquel día 15 de noviembre d 2019: https://www.eldesconcierto.cl/opinion/2019/11/15/un-libre-y-soberano-acuerdo.html

[2] En las resoluciones del XXVI Congreso (2020) se declara: “Nuestro Congreso propone que el Partido Comunista de Chile se declare, dentro de sus principios, como un partido feminista de clase, antipatriarcal, que aspira diariamente a la erradicación del machismo y el patriarcado en todas sus expresiones, incluyendo el machismo expresado en nuestro partido”. https://elsiglo.cl/2020/12/11/resoluciones-de-congreso-del-pc-antipatriarcal-y-antineoliberal/

[3] https://www.adnradio.cl/nacional/2022/03/04/mes-de-la-mujer-boric-llamo-a-los-hombres-a-tomarse-en-serio-el-movimiento-y-el-gobierno-feminista.html

[4] Ver al respecto Arruzza, Cinzia. Bhattacharya, Tithi y Fraser, Nancy, Feminismo para el 99%. Un manifiesto, Buenos Aires, RARA AVIS Editorial, 2019.

[5] https://www.cnnchile.com/pais/gabriel-boric-nombra-primera-mujer-edecan_20220307/

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