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¿Hacia un posmocomunismo? Por Javier Agüero Águila

1. La posmodernidad no es nihilismo, no es la muerte de la razón moderna ni el estado terminal de un individuo que busca, en lo contemporáneo, darle una articulación y un imaginario a su pasar por el mundo.

Este es el relato que nos han intentado heredar, y son legítimas, las miradas sistémicas y normativas de la cultura. La posmodernidad va y vuelve como “momentos” que revelan pluralidades y regiones de sentido que deben ser llenadas y potencialmente activadas.

Lo posmoderno remite a contextos con o sin futuro. Todo puede ir de irrupciones, en principio, carentes de porvenir pero, si se sostiene, la posibilidad de que este momento fulminante se transforme en el pórtico hacia una potencial existencia, también colectiva, adquiere condiciones de posibilidad. En el momento posmoderno lo que puede ser llega o no a ser.

2. Lo que expresaría un potencial gobierno de Jeannette Jara, en esta línea, es la reunión diferenciada –mas no por esto aleatoria– de diversas “membresías” políticas que, agrupadas bajo el principio de la correlación de fuerzas, asuman como partitura original a una potencia comunista de nuevo cuño que aparece para identificarse con la intensidad de un tiempo que requiere, justo, de un “nuevo comunismo”; de un nuevo momento que “puede llegar a ser”.

A esta luz, Jara ha demostrado el coraje para enfrentarse no solo a la ultraderecha y al rizoma de odio que recorre su intestinal y supremacista idea de sociedad, sino también para reconocerse en otras latitudes que la ubican en rebeldía respecto de las coordenadas impositivas del PC. En otros términos, ha sabido ser dúctil en su desobediencia, centrípeta y centrífuga. Tal vez, y como lo señala Étienne Balibar, en Jannette se expresa como en ningún/a candidato/a “[…] la desobediencia como condición de la democracia” (2007); una desobediencia cívica dentro de los bordes de lo cívico; una tracción doblemente destituyente en el perímetro de lo procedimental, y luego, de las democracias liberales. Jara debe lograr instalar una “hegemonía en lo heterogéneo”.

3. De darse lo anterior, entraríamos de plano en una suerte de “condición política posmoderna”, siguiendo Gianni Vattimo, desconocida en Chile y que, incluso, requiere de un trabajo con las llamadas “identidades” mucho más fino y políticamente estratégico que el que ofreció (en su minuto con un gran nivel de taquilla) el Frente Amplio. Tal como lo escribe François Lyotard: "Simplificando hasta el extremo, defino lo postmoderno como una incredulidad hacia las metanarrativas” (La condición posmoderna, 1979). En breve, esto se asume como la ruptura con cualquier lectura teleológica de la historia que se autoimprima el mote de “definitiva”.

Ahora, esto no implica la desaparición de narrativas para orientar la vida de los individuos ni menos, tal como lo leyó Habermas respondiendo con sendos textos a esta idea de Lyotard, el triunfo de lo irracional-estético por sobre el principio de la razón liberal-moderna. Por el contrario, se trataba en el autor francés de la búsqueda de alternativas al interior de una trama en la que las acústicas tecno-informáticas ya no eran posibles de entender cabalmente dentro de los dialectos omniabarcadores del marxismo, que comenzaba a entrar en su fase agonal, o en las pretensiones de un capitalismo hiperhegemónico que, del mismo modo, ya alertaba con su “fin de la historia”. Entre ambos modelos lo que surge “no” es una “tercera vía” ni la socialdemocracia, sino la necesidad de alterar los nodos vitales desde nuevos infra-relatos que vitalizarán, otra vez, la experiencia sin la urgencia de la eternización ni la paranoia de la jerarquía global.

4. El posible gobierno de Jeannette Jara, se piensa, no podría sino ser entendido en un marco como éste; uno que vuelve con la insurgencia de un tiempo que indica la emergencia, igualmente, de la plasticidad en lo político.

Jara no representa la sociedad sin clases, sino la contramecánica necesaria para poner en ruta un nuevo diseño con bases heterogéneas pero de tamiz comunista; “lo comunista” como filtro o articulador mas no como evangelio; un comunismo que se recupera en el vaciamiento y toma de forma y que vaya más allá de la verbología marxista-leninista y de la sofisticación socialdemócrata; generando nuevas vetas de significación; fronteras y horizontes también desafiantes; un comunismo que, además de la empanada y el vino tinto, pueda reconocerse en la inmediatez de un mundo informatizado y también virtualizado, de lo contrario será fosilizado y esterilizado.

Un “posmocomunismo” que sale a la búsqueda de lo eufónico (contrario a lo cacofónico o repetitivo); un comunismo que se situé ahí, en una región ex-céntrica y donde lo que se apueste, soltando todo el naipe, sea un nuevo tejido social, un vínculo a todas luces deshecho por el puntazo neoliberal y que, de ganar la ultra derecha, se terminará de pulverizar.

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