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Hacia un proyecto nacional. Por Fabián Bustamante Olguín

El Chile actual, marcado por una profunda fragmentación política y social, emerge con particular urgencia la necesidad de articular un proyecto nacional que devuelva sentido y horizonte a la convivencia colectiva. No se trata de una nostalgia por antiguas formas de unidad nacional (muchas veces impuestas desde arriba y excluyentes de las diversidades internas). Más bien, responde a la convicción de que una sociedad sin relato compartido, desprovista de marco simbólico capaz de convocar voluntades más allá de los intereses particulares, se desliza inevitablemente hacia el extravío. La creciente polarización, los discursos extremos y la disgregación institucional reflejan un vacío aún mayor: la falta de un imaginario común que permita reconstruir una comunidad política.

En este escenario, en el que todo parece teñido de caos, donde predomina un pesimismo persistente, se constata la desconfianza generalizada, la percepción de corrupción y el incremento sostenido de la delincuencia, resulta pertinente —y quizás ineludible— volver a proponer la idea de un proyecto nacional como eje articulador. Es momento de comenzar a unir fuerzas para levantar al país, de construir una nueva narrativa compartido que nos devuelva el orgullo de ser parte de esta comunidad. No deja de preocuparme la extendida sensación de que Chile es un país “fallido”, una mirada excesivamente crítica que muchas veces desvaloriza lo propio y magnifica lo ajeno. Quienes han tenido la posibilidad de conocer otras realizades pueden atestiguar que nuestra situación, con todos sus problemas, no es tan desfavorable como a menudo se retrata. De ahí la necesidad de abandonar ese pesimismo paralizante y comenzar a dar pasos concretos hacia la recuperación de un horizonte colectivo. Esta columna no busca alimentar ilusiones vacías ni caer en un voluntarismo ingenuo, sino abrir la posibilidad de pensar a Chile en una clave más integradora, en la que la unidad no se construya negando las diferencias, sino reconociéndolas como parte de una tarea en común.

A partir de todo lo dicho, resulta significativa la reciente entrevista concedida por Carolina Tohá, candidata presidencial del PPD, en CNN Chile. En dicha conversación, Tohá subrayó precisamente la necesidad de construir un proyecto nacional que permite reordenar el horizonte político y social del país. Más aún, sostuvo que corresponde al sector del socialismo democrático impulsar y anticiparse respecto de otras fuerzas políticas. Esta afirmación no puede pasar inadvertida: revela una conciencia clara de la responsabilidad histórica que pesa sobre los sectores reformistas y democráticos para liderar un proceso de reunificación simbólica y material del país. Lo llamativo, sin embargo, es que el resto de las candidaturas con presencia en el debate público —como Evelyn Matthei (Chile Vamos), José Antonio Kast y Johannes Kaiser (derecha radical)— no han planteado, al menos de forma explícita, la necesidad de un proyecto nacional articulador. Sus discursos se concentran, más bien, en diagnósticos parciales o en respuestas activas, sin ofrecer una visión estructurante del país que se desea construir. Sin embargo, la declaración de Tohá no está exenta de interrogantes legítimas. Es válido, por ejemplo, por qué impulsa esta idea ahora, en condición de candidata, y no lo hizo con la misma convicción cuando formó parte del gobierno. Es una duda válida, y probablemente compartida por muchos. Con todo, también es cierto que las personas pueden revisar sus convicciones y modificar su mirada con el paso del tiempo. Y si ese giro es genuino, debe ser valorado en tanto apertura hacia un diálogo más amplio y orientado al bien común.

En este contexto histórico, durante gran parte del siglo XX, Chile transitó entre diversos intentos por construir proyectos nacionales, con mayor o menos grado de éxito. Desde el impulso modernizador del Estado desarrollista, pasando por las reformas estructurales de los años sesenta y la revolución conservadora neoliberal de los setenta, hasta el proceso de reconstrucción democrática posterior a la dictadura, el país supo, al menos por momentos, delinear horizontes de futuro capaces de ofrecer cohesión. No obstante, el ciclo abierto con la transición se agotó sin alcanzar un nuevo pacto de convivencia duradero. La promesa del crecimiento económico como motor de integración social mostró sus límites, principalmente porque no fue acompañada por un fortalecimiento equivalente de la esfera pública, de las instituciones y de los vínculos solidarios.

En este contexto, la tarea de reconstruir un proyecto nacional se presenta como una labor tanto política como cultural. Implica reconocer que no basta con gestionar el presente. Es indispensable imaginar un futuro capaz de convocar, de incluir y de dar dirección. Un proyecto nacional no puede reducirse a un conjunto de políticas públicas ni a un acuerdo entre élites; por el contrario, debe encarnar una visión compartida de país, una narrativa que pueda ser sentida como propia por las mayorías, y que ofrezca un marco para la deliberación y el conflicto dentro de cauces democráticos.

La idea de hacer de Chile un país “grande” no ha de interpretarse en clave nacionalista, excluyente o autorreferente. Su sentido apunta a restaurar una ambición colectiva, una voluntad de trascendencia común que permita mirar más allá del corto plazo. Ese anhelo de grandeza no se limita al desarrollo económico o al prestigio internacional. También remite a la posibilidad de construir una sociedad justa, integrada, culta, con instituciones fuertes y con una ciudadanía consciente de su papel en el devenir histórico. En este horizonte, la recuperación de una narrativa compartida exige también una revalorización de la política como espacio de construcción de lo común, y no meramente como un campo de disputa entre intereses particulares o de reproducción del poder.

Argumento que esa aspiración resulta aún más necesaria si se considera el pesimismo que parece haberse instalado de manera persistente en la cultura política y en el ámbito social. La desconfianza en el porvenir, el desencanto con las instituciones y la dificultad para imaginar un futuro compartido exigen una respuesta propositiva. Pensar en un país “grande”, en este contexto, significa también enfrentar esa resignación con una visión esperanzada del presente y del futuro. Pensar el país hacia adelante implica considerar el lugar de las juventudes como protagonistas de la construcción del Chile que viene. Transferirles conocimientos, abrir espacios de participación significativa, garantizar oportunidades concretas y reconocer sus propias formas de imaginar lo común es parte de la tarea. Solo a través de ese diálogo intergeneracional, que reconozca tanto la memoria como la promesa, podrá echar raíces un proyecto nacional duradero y con vocación transformadora.

Por su parte, en un contexto donde las identidades tienden a fragmentarse y los vínculos sociales a debilitarse, el desafío consiste en levantar una narrativa capaz de articular la diversidad sin negarla, de reconocer las heridas históricas sin permitir que nos paralicen, y de proyectar una imagen del país que se desea construir con otros y no contra otros. El riesgo de no avanzar en esta dirección es alto; el debilitamiento de la democracia representativa, la naturalización del conflicto como forma de relación social y la creciente desafección ciudadana son expresiones de un malestar profundo que, si no encuentra cauces constructivos, puede derivar en salidas autoritarias o en formas crónicas de ingobernabilidad.

Por esta razón, el llamado a recuperar un proyecto nacional no corresponde a un gesto retórico. Se trata de una tarea urgente que interpela a todos los sectores sociales y políticos. Requiere visión, generosidad, capacidad de diálogo y una apuesta ética por lo común. En definitiva, solo así será posible convertir la crisis en una oportunidad y dar lugar a un Chile digno, solidario y portador de sentido para quienes lo habitan.

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Fabián Bustamante Olguín. Académico del Departamento de Teología, Universidad Católica del Norte, Coquimbo

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