"Penar y sudar bajo un sol abrasador
para engendrar mi vida
y para darme el alma,
mas no seré contigo
ingrato o criminal.
Disfruto de un placer inmenso
cuando caigo en la boca del hombre
al que agota el trabajo,
y su cálido pecho es dulce sepultura
que me complace más
que mis frescas bodegas"
(Baudelaire)
En Chile no tenemos una fiesta nacional del vino, cuestión que tiene que ver con el escaso conocimiento que tenemos sobre éste, aunque algo de su valor cultural se comienza a desarrollar. La verdad es que poco sabemos del vino chileno y no hemos sabido interpretar aún su contenido cultural que termina siendo sofocado por el relato que impone la industria que establece prácticas serviles a su conveniencia, sin embargo su dominio no es total dado que existe un movimiento que se rebela a esa concepción comercial extrema.
Desde mi perspectiva, los relatos rebeldes entregan una visión más genuina para una comprensión con "carácter nacional" sobre el vino. Las perspectivas en exceso comerciales suelen ser parte de esa mirada económica extractivista que no respeta la tierra adueñándose de ésta. Parte de la historia del vino debe ser considerada en ese movimiento de apropiación de la tierra desde la Colonia siendo parte de esto la casta militar y las congregaciones religiosas, pasando más tarde a las manos criollas que crean la oligarquía que terminó entregándose a las grandes corporaciones capitalistas. La cultura no queda al margen de lo político y este producto nacional no queda al margen de aquello.
Existe una dura crítica a los poderes económicos que "regulan" el mercado del vino. Por ejemplo; el debate que existe en el rescate de las cepas criollas por sobre las de la modernización republicana que produjo extracciones de viñas por los valles en los cuales van quedando algunos viñedos que resistieron y que vienen siendo recuperados; la cuestión del vino natural que recupera prácticas campesinas para la elaboración escapando de la llamada guarda de los vinos en el "refinamiento" del roble francés, visibilizando los lagares de concretos, las odres de greda o las pieles de animales, hasta el uso del raulí chileno, que prestan uso a la fermentación.
Estos elementos van dando cuenta de que la imagen del vino no puede ser homogenea así como tampoco sus relatos, la variedad del suelo, del clima y de cepas, fortalecen un pluralismo que es innegable en esta materia. Por eso es que las políticas públicas suelen quedarse cortas, razón por la cual se requiere fortalecer el relato cultural para aumentar el espesor significativo hacia una cultura nacional del vino.
La industria que hemos criticado no lo ha hecho todo mal, también se puede reflexionar sobre cuál ha sido su aporte. Un mérito es que ha logrado la atención política de distintos gobiernos que han implementado fondos económicos para el desarrollo, aunque no siempre bien encaminados; otro es que la industria del vino ha permitido el ingreso de la ciencia enológica, una carrera que en Chile se ha podido realizar en cuanto profesión; finalmente se ha logrado una imagen internacional del producto, aunque esta sigue siendo bastante deficiente en cuanto adhiere a una imagen homogenea que carece de contenido cultural más auténtico.
Se nos viene "sedtiembre" y su cuarto día se celebra el Día Nacional del Vino, cuestión que permite fortalecer la identidad con este fruto de la tierra, lo que finalmente es una de sus principales virtudes, fruto que debe estar dispuesto en la botella rescatando esas genuinas expresiones de sus cultores ofrecidas para la alegría del espíritu. Que la celebración de este día se convierta en una fiesta ciudadana contenida en esos múltiples relatos que le vayan dando forma a lo que podría ser una fiesta nacional del vino.
Alex Ibarra Peña.
Dr. En Estudios Americanos.
@apatrimoniovivo_alexibarra
