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Hacia una política de reconocimiento. Por Carlos Fernández

I. Introducción

Las teorías emancipadoras que han abrazado las luchas populares en los últimos tiempos han inclinado la balanza al concepto de redistribución por sobre el concepto de reconocimiento. Este campo carga una ideología que versa sobre distribuir lo existente en una forma más equitativa, es decir; mejor redistribución económica de la sociedad, entre hombres y mujeres, entre regiones y la capital, etc. Esta visión de redistribución igualitaria ha servido como motor de lucha por más de un siglo, estableciendo un principio económico-social como ancla. Para el caso, pondremos en la mesa un nuevo paradigma, el reconocimiento. Las sociedades se van construyendo en función de la identidad y cultura, y esta última se va formando por el reconocimiento o por carencia de este. De esta forma, la teoría del reconocimiento busca valorizar las identidades desvalorizadas injustamente, es decir, valorizar – reconocer – para luego redistribuir, y no al revés, pues de hacerlo inversamente, se estaría cayendo en un falso reconocimiento, por ende, en una fantasía social. Charles Taylor (Taylor, 1993. P 44) sostiene que el falso reconocimiento trae consigo un daño importante a la sociedad, pues provoca un modo de ser falso, deformado y reducido. Mientras la teoría de redistribución se centra en las injusticias de clase, la teoría de reconocimiento de enfoca en la mirada de las injusticias de género, sexualidad, raza, etc. Con esta vitrina podemos observar que son dos teorías que en ningún caso son contradictorias, más bien se complementan. Pero el orden con que se desarrollan puede influir directamente en un estancamiento social a la hora de generar luchas sociales, o un daño significativo a la sociedad producto de los falsos reconocimientos. “Se estableció ya un punto análogo en relación con los negros; que la sociedad blanca les proyecto durante generaciones una imagen deprimente de sí mismos, imagen que algunos de ellos no pudieron dejar de adoptar. Según esta idea, su propia autodeterminación se transforma en uno de los instrumentos más poderosos de su propia opresión” (Taylor, 1993.P 44).

La teoría del reconocimiento se basa en un orden antropológico que establece un mecanismo fundamental en nuestra existencia social. Mauro Basaure (Basaure, 2012. P 40) sostiene que el desarrollo logrado de la subjetividad depende del reconocimiento y que solo podemos concebirnos como miembros competentes de la sociedad en la medida que nos sintamos reconocidos en determinados aspectos de nuestra personalidad

II. Cruce de paradigmas

Al enfrentar los paradigmas planteados, observamos que, en ambos casos se busca la emancipación social. Para la teoría de la redistribución, los sujetos de injusticia son clases sociales que se pueden definir económicamente como una relación de los medios de producción con el mercado. Aquí podemos observar el paradigma clásico de Marx estableciendo la explotación de la clase obrera cuyos miembros se ven obligado a vender su fuerza de trabajo. Para la teoría del reconocimiento los sujetos de injusticia no son definidos por los medios de producción, sino por los grados de rechazo, desprestigio, dignidad, etc. “el caso clásico del paradigma de Weber es el grupo étnico de status bajo, al que los modelos culturales que dominan la interpretación y la valorización marcan de forma diferente y menospreciada en detrimento de la posición social de los miembros del grupo y de sus posibilidades de ganar estimación social” (Fraser, 1996. P22) La construcción de una teoría social emancipadora debe pasar necesariamente por el complemento de ambos paradigmas. Es decir, complementar la política económica con el status social, o, dicho de otra forma, contemplar la mirada del reconocimiento antes que la demanda por la redistribución. Hoy por hoy, se puede apreciar un desgaste en teorías que permitan avanzar en la lucha social, por tal motivo los movimientos y partidos políticos aplican teorías que se encuentren a su alcance. Esto provoca un desgaste notorio en las luchas populares, pues con la teoría de redistribución se caen muchas veces en los vicios del asistencialismo como sensación de triunfo. Por ejemplo; con la aprobación del aborto en sus tres causales no hubo un reconocimiento a la mujer, no se reconoce el rol de la mujer como tal en la sociedad, lo que se logró fue una redistribución de derechos. Otro ejemplo al caso es; con la aprobación del acuerdo de unión civil no hubo un reconocimiento a las minorías sexuales, ellos siguen igual o peormente vulnerados, lo que hubo, al igual que el ejemplo anterior, fue una redistribución de derechos. Por otra parte, avanzar con la teoría del reconocimiento implica una dinámica de actuar por sobre lo coyuntural, es decir, actuar por sobre lo que está cruzando en el momento. Es por esto que la teoría del reconocimiento, tanto en partidos políticos como en movimientos sociales, queda en un segundo, y en no pocas ocasiones, en un tercer plano, pues con esta teoría implica (re) pensar el concepto de sociedad. En ambas teorías podemos dimensionar una intención de justicia social. Mientras que con la redistribución aplicamos la justicia social a la variable económica, con el reconocimiento lo hacemos mirando la arista cultural. Ordenar las teorías en función de la emancipación social es un desafío de primer orden. “si tenemos en cuenta las formas económicas tales como la estructura del mercado laboral, asumimos un punto de vista de justicia distributiva. Definimos la justicia de tales disposiciones institucionales en términos de su impacto en la posición económica y en el material de sus participantes. Si, por el contrario, tenemos en consideración las formas culturales como la representación de la sexualidad femenina en el medio televisivo, asumimos el punto de vista del reconocimiento, ya que definimos la justicia según modelos de interpretación y valoración en términos de su impacto en el estatus culturalmente definido y en el derecho relativo de los participantes” (Fraser, 1996. P35-36)

III. Hacia una política de reconocimiento.

La transformación de la sociedad aparece como la solución a los grandes problemas que nos enfrentamos en la actualidad. De esta forma nos convoca resolver la ecuación difícil del cómo hacerlo. en su nombre se han encabezado diversos procesos que a poco andar se fatigan, dando la sensación de imposibilidad. Para establecer la figura del cambio social se debe intervenir dos variables; por un lado, la de generar cambios en las experiencias subjetivas sobre el medio social, ósea, intervenir el medio. y por otro, el cambio en el ámbito psíquico de los sujetos, ósea, intervenir al individuo. En la primera variable vemos que actúa la teoría de redistribución, ósea, intervenir el medio, es decir; más democracia, mejor situación económica, mayor y mejor trabajo, etc. Pero esto último, sin un cambio en el ámbito psíquico de los sujetos se trasforma en una redistribución del modelo existente y no en una transformación de este último como instancia a superar. Es en la segunda variable donde opera la teoría del reconocimiento como motor de lucha social transformadora. “Honneth muestra que las personas dependen, desde los momentos más tempranos de sus vidas, de un medio caracterizado por conducta afirmativa y de reconocimiento hacia ellas y que, entre su salud psíquica y el carácter intacto de las relaciones de reconocimiento existe una correspondencia directa; esto pues las personas adquieren una relación libre consigo mismas y una autonomía individual solo en la medida que cuenten con la aprobación o afirmación del medio social” (Basaure, 2012, P 41) Construir una teoría del reconocimiento para las luchas sociales, en función de sus esferas teóricas, permite desconstruir la idea de una lucha universal poniendo particularidades en determinados casos. De esta forma se busca influir directamente en la variable del medio social, por medio del cambio psíquico de los sujetos. Es decir, influir en la cultura para desarrollar un cambio estructural, de lo contrario, la redistribución no tendrá un espíritu transformador.

IV. Conclusión

La teoría del reconocimiento no es considerada por los estamentos que buscan la trasformación social aun cuan esta sea la una de las últimas teorías desarrollada en función de la escuela de Frankfort, es decir, uno de los últimos eslabones de la teoría critica, demostrando una fatiga epistemológica a la hora de desarrollar teorías emancipadoras. Del marxismo se toma solo su carácter económico, dejando de lado, a juicio propio, el campo cultural. Es decir; redistribución por sobre reconocimiento. Esto reduce las luchas populares en una figura económico-distributivo, causando, por un lado, una sensación de imposibilidad a la hora de superar la realidad, y por otro, un consuelo histórico a la hora de construir una nueva cultura.

No se trata de elegir una u otra teoría, sino más bien de complementarlas, dejando al reconocimiento como cimiento de la lucha, es decir; Reconocer, para luego redistribuir, pues hacerlo inverso gatilla en un falso reconocimiento que a la larga es más dañino socialmente, citando a weber “el hombre, y más aún el obrero, no vive de pan solamente”. El reconocimiento implica que los sujetos se necesitan entre sí para plantearse una identidad y cultura no instalada, sino más bien construida “la importancia del reconocimiento es hoy universalmente reconocida en una u otra forma. En un plano íntimo, todos estamos conscientes de como la identidad puede ser bien o mal formada en el curso de nuestras relaciones con los otros significantes” (Taylor. 1993. P 57)

Carlos Fernandez Jopia
Magister en Ciencias Sociales
Doctor © Procesos sociales latinoamericanos

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