En tiempos de fragmentación y polarización, el diálogo social se ha convertido en una necesidad urgente. Gobiernos, comunidades, movimientos sociales y ciudadanos se enfrentan a la tarea de construir acuerdos en medio de la diversidad, el dolor histórico y la desconfianza. Pero ¿cómo dialogar cuando los lenguajes no se encuentran, cuando las heridas impiden la escucha, cuando el otro parece irreconciliable? ¿Dónde están los espacios públicos para compartir la existencia en un diálogo para el reconocimiento y la confianza?
Aquí es donde la hermenéutica ofrece una luz. Más allá de su origen en la exégesis bíblica o la filosofía del lenguaje, la hermenéutica contemporánea se ha transformado en una ética del encuentro, una pedagogía de la comprensión, una política del sentido que articule el reconocimiento, el diálogo, la confianza y la comprensión.
Hans-Georg Gadamer nos enseñó que comprender no es reproducir el pensamiento del otro, sino fundirse en un horizonte común, donde nuestras preguntas y las del otro se entrelazan. El diálogo, entonces, no es una técnica, sino una disposición ética de cruce de perspectivas: la apertura a ser transformado por lo que el otro tiene para decir.
En los procesos de diálogo social, como los vividos en Chile durante el Estallido Social y el proceso constituyente y en lo que espera la ciudadanía ante el proceso eleccionario de este año, la hermenéutica nos permite descifrar los signos de la época y comprender las narrativas que emergen de las calles, los territorios y las memorias heridas. Los protagonistas de la democracia son los ciudadanos. Más allá de negociar demandas, se trata de reconocer significados y escuchar el clamor que se manifiesta en palabras, gestos y silencios.
En esta tarea, el pensamiento de Paulo Freire se vuelve indispensable. Su pedagogía del oprimido es, en esencia, una hermenéutica de la liberación. Freire comprendió que el diálogo no es un método, sino una forma de ser en el mundo: una relación horizontal entre sujetos que buscan juntos el sentido de su realidad. Para él, educar era un acto profundamente político y hermenéutico, donde el lenguaje no solo transmite información, sino que revela conciencia, historia y posibilidad. En los procesos sociales, esta mirada invita a leer las voces populares no como ruido, sino como saberes encarnados que interpelan y transforman.
La hermenéutica también nos advierte sobre los peligros del monólogo institucional, del lenguaje técnico que excluye, de la racionalidad instrumental que reduce lo humano a cifras y de la manipulación de la verdad para efectos electorales. Frente a ello, propone una comprensión relacional, donde el saber se construye en comunidad, en diálogo, en reciprocidad y solidaridad.
En este sentido, el diálogo social no puede ser solo una estrategia política: debe ser una práctica hermenéutica y un ejercicio de reconocimiento, una forma de leer el mundo con otros, de interpretar juntos lo que nos pasa, lo que nos duele, lo que soñamos. Porque solo comprendiendo al otro en su diferencia, podemos construir juntos una sociedad más justa y digna.
(*) Director de Vida Universitaria y Vinculación con el Medio de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Integrante del Centro de Estudios e Investigación de la Realidad Contemporánea (CEIRC).
