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Historia intelectual desde el patrimonio público. Entrevista de Alex Ibarra a Alejandra Araya

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Entrevista a Alejandra Araya Espinoza (A.A) Historiadora. Realizada por Alex Ibarra Peña (A.I) Colectivo de Pensamiento Crítico palabra encapuchada. Fotografía de Daniel Dávila.

A.I: Gracias Alejandra por aceptar esta invitación a dialogar. Las investigaciones que más conozco en tu producción académica tienen que ver con historias sobre mujeres. ¿Cómo llegaste a esta preocupación temática para el ejercicio de tu trabajo investigativo?

A.A: Mi trabajo se centra en la pregunta por cómo se construyen y operan las formas de la dominación. Por ello el periodo llamado colonial americano me pareció tan importante de abordar, es seminal respecto de estas preguntas para nuestra propia historia contemporánea. Y a lo largo de las investigaciones, que inician con mi tesis de licenciatura que da origen al libro “Ociosos, vagabundos y malentretenidos en el Chile colonial”, las mujeres eran inevitables. El dominio se define en ellas, por ellas, sobre ellas y sin ellas. Por ejemplo, las mujeres al monte, definidas en los juicios a los vagos como las mujeres que los acompañaban, casi nunca con palabra en los juicios, pero ocupando el espacio y el territorio. ¿Cómo decir de ellas, qué eran, qué querían? Desde el dominio, pasé a la pregunta por el cuerpo, los cuerpos, mi trabajo sobre los gestos de la dominación está hecho con juicios criminales relacionados con demandas de los sirvientes domésticos, libres y esclavos, a sus amos y patrones por promesas incumplidas y maltratos. La subordinación, como servicio, como domesticidad. Y allí las mujeres pasaron a ser sinónimo de sirvientas, pero el modelo se aplicó a hombres y mujeres como modelo social generado en el periodo colonial. Sin embargo, las mujeres en sí mismas, representaban el eslabón inicial de reproducción del sistema. El cuerpo palabra de las mujeres o la historia por el revés es ahora un camino de reflexión que no me deja, y lo pienso como una historia por el revés, una demostración de la teoría feminista sobre el poder y la dominación desde la experiencia de mujeres de Acá, de América. Es la historia simplemente, la de verdad, no es la historia sobre las mujeres, nuestra Historia y los hombres debieran modificar sus modos de concebirla.

A.I: A los investigadores nos suele costar mucho encontrar disponibles materiales de épocas pasadas de nuestra historia intelectual. Considero que el acceso a la textualidad de la época colonial es difícil es un país con escasa valoración por la mantención de los archivos. ¿Nos puedes hablar de tu experiencia trabajando a mujeres de la época colonial? ¿Tienes alguna opinión en torno a la institucionalidad que debería existir para el cuidado de archivos?

A.A: Hay mucho más de lo que se cree a pesar de la poca preocupación sobre los archivos, los registros y las huellas de nuestras vidas en otros tiempos. Lo importante es buscar un foco para encontrar, o para leer donde se supone no dice nada o no hay nada. Los textos coloniales son más complicados porque requieren de un entrenamiento mayor para leerlos, para comprenderlos en sus modos de producción y sentido. Para hacerlos más accesibles al lector actual se requiere de transcripciones paleográficas y filológicas. Pero una vez que encuentras las claves y no lees como si fueran solo información sino que formas diversas de inscribir el mundo, entonces son fascinantes. Así me sucedió con los procesos judiciales y luego con la escritura de mujeres desde testamentos y luego con escritos de monjas. Para mí fue clave trabajar con Rolando Mellafe, en mi formación de pregrado, pues con él aprendí a problematizar la noción de “fuente” y “documento” en el trabajo historiográfico. De otro modo habría sido imposible hablar de los procesos judiciales como textos coloniales que hablan de una herida fundante y, desde ellos como prácticas de escritura, de una tradición intelectual que debe ser instalada de manera más fuerte en los repertorios educativos. Luego, fue crucial trabajar con Lucía Invernizzi desde los estudios literarios, trabajamos nueve años con las cartas de la monja Sor Josefa de los Dolores Peñailillo junto a Ximena Azúa y Raissa Kordic quien las publicó finalmente en España. Mi investigación doctoral plantea una tesis sobre la modernidad a partir del cuerpo de una mujer monja, una escritura que me llevó a explorar los terrenos de la teología, de la escritura epistolar, de la vida enclaustrada en América colonial, ir y volver desde una escritura ensimismada, entrar y salir del claustro, leer lo que leía, estudiar las pinturas conventuales y establecer las relaciones conceptuales e ideológicas entre el modelo de mujer monja y el de dominación moderno. Sin la experiencia de México tampoco podría haber comprendido el lugar de su escritura en un repertorio amplio y compartido de problemas instalados desde la experiencia colonial. Y bueno, allí los repertorios de textos disponibles publicados y en archivos pueden producir una enfermedad. Se suele asociar los archivos a los papeles y, si en cierto modo, fueron fruto de una tecnología de construcción del poder moderno y escritural. Pero no debemos concebirlos como papeles muertos, pueden entrar y salir de nuestro horizonte cultural, aunque esto se puede asegurar mejor si hay conciencia de archivo y de una amplia posibilidad de tipos de Archivo: institucional, administrativo o de oficina, el personal, la colección de papeles domésticos, las vitrinas con chucherías y recuerdos familiares, las donaciones de bibliotecas de autor o los registros de obra de artistas y científicos, testimonios de la oscuridad y el horror, de las víctimas de violaciones a los Derechos Humanos, las boletas de compra de supermercado de una familia chilena durante 50 años, lo que se nos ocurra que pueda decir algo sobre nuestras formas de practicar la vida. Y debe existir una ley de archivos para Chile pues, todo lo que he dicho, no puede quedar al arbitrio de las autoridades de turno, o del jefe de oficina que por razones del servicio hace espacio para el nuevo aire acondicionado eliminando papeles que considera sin valor de uso, o dando de baja mobiliario asociado a instituciones de las cuales da cuenta como si fueran documentos, o dejando en la bodega subterránea un cuanto hay de nuestra entraña nacional.

A.I: Hace algunos meses atrás nos conocimos en el ciclo que coordiné bajo el título “filósofas chilenas”, aquí incluimos la figura de Mistral como filósofa. ¿Qué te interesa de manera particular en la obra de esta pensadora? ¿Qué evaluación tienes de los estudios que se han realizado en torno a su obra?

A.A: Volví a Mistral a propósito de la nueva Sala Museo llamada Gabriela Mistral en homenaje a ella a los 70 años del Nobel, ubicada en la Casa Central de la Universidad de Chile. Como Directora del Archivo Central tengo la sala a mi cargo y pensé una muestra que trabajara con su arte, esto es, con su escritura poética y elegí “Poema de Chile” luego de revisar el poco lugar que tenía en el trabajo crítico de su obra. Lo había leído hacía años al dirigir el seminario de grado de Belén Fernández, estudiante de historia en ese entonces, y me molestó mucho no haber leído antes “Poema de Chile”, no haber sabido de él. ¿Por qué no tenía un lugar significativo en los estudios de su obra, por qué no había ediciones críticas de él? Y entonces lo escogí para armar el guión de la muestra y rescaté con ello también otras lecturas de Mistral, en especial la de Soledad Falabella, quien ha dedicado sus investigaciones al texto y a Mistral. Entonces, la curatoría y el guión de la muestra se articularon en torno a la tesis del secuestro de Mistral: de sus editores, de sus críticos, de la dictadura. Al investigar, me di cuenta que había sido objeto de operaciones de devaluación de su escritura y su persona en la larga tradición de escritura de mujeres, la conexión con la escritura de mujeres monjas me pareció sorprendente y allí entonces seguí las pistas de su relación con la lectura de la Biblia y también quise escuchar “Poema de Chile” en sus voces. Conversar y trabajar con Sole Falabella a quien conocía de hace mucho, pero con la cual nunca había sostenido una conversación en torno a su trabajo sobre Mistral -que es clave para comprender a una Mistral sin hombres de por medio- fue fundamental. Y por ella me enteré que Mistral es el único caso de expropiación de derechos de autor, la Junta Militar lo decreta un 20 de abril de 1979. Me interesa Mistral de forma total, pero había sido una figura compañera no un objeto de reflexión, y espero nunca convertirla en “objeto de estudio”, sino que siempre llegar a ella como una cantera infinita de pensamiento original. Estudié en el liceo 7 de niñas de Santiago, Teresa Prats de Sarratea, en el barrio Franklin del cual Mistral fue primera directora y fundadora, un proyecto experimental de educación para mujeres. Y estudié allí en Dictadura, siendo Directora del Liceo la profesora Diva Sobarzo, que aún vive, y que defendió ese proyecto y tuvimos centro de alumnas, y una pléyade de maestras de filosofía, castellano e historia que dieron un vuelco radical a mi existencia. Yo leía en la biblioteca junto a una vitrina en que estaba la boina, la pluma, la Biblia, y las manos en yeso de Mistral. Y eso volvió a mí en el año 2015, a propósito de esta nueva sala, de una forma vital. Así es que Mistral sigue y seguirá diciendo, tal como en “Poema de Chile”, el cuerpo fantasma de una mujer que regresa a su tierra acompañada de un niño “indio” para mostrarle lo que es y puede ser este país. “Poema de Chile” es una historia de Chile por el revés, y cuando vi eso, entonces vi a Mistral como la primera mujer historiadora de Chile, publicando sobre historia y con tesis de interpretación: “Breve Descripción de Chile”, “Menos Cóndor y Más Huemul”, “Poema de Chile”. Eso es lo que ahora me interesa de ella y escribo a partir de ella, lo que espero sea el primer capítulo del proyecto historiadoras en las sombras. Los y las estudiosas de Mistral le deben ediciones críticas de su obra, allí está su legado, quisiera ver sus textos íntegros, con tachaduras, con enmiendas, con comentarios, endemoniados.

A.I: Desde lo que hemos ido hablando, claramente tienes un interés por figuras mujeres, ¿hay una opción política de tu parte relacionada a los temas de género? ¿Qué visión tienes de estas militancias?

A.A: Sí, soy lo que se llamaría una feminista espontánea, dado que nunca tuve, sino hasta la Universidad una verdadera formación al respecto. Mi madre hizo su propio camino de subversión del poder patriarcal, sin tener adoctrinamiento teórico, se fue dando cuenta que las formas de la dominación tienen su lugar en esa relación primaria en que el deber, los afectos y la ausencia de autonomía dice todo de nuestro lugar en el mundo. Decidió liberarse de ello con muchos dolores y un tiempo que le tomó casi toda la vida. No creo sea justo para nosotras ocupar toda nuestra existencia en exigir derechos, si eso no es injusto no sé qué pueda serlo. No puedo no ser feminista. Y seguí sus pasos, los de mi madre Alicia Espinoza, en una historia larga de desataduras y heridas personales e históricas. Mistral, y mi paso por el Liceo 7 también tienen que ver con contar con modelos otros de instalarse en el mundo, allí inicié mi experiencia política siendo presidenta del centro de alumnas a los 14 años siendo parte de los movimientos estudiantiles contra la municipalización de la educación. Entrar a la Universidad de Chile en 1990 a la Facultad de Filosofía y Humanidades me insertó en una historia mayor, y allí participé de un colectivo feminista que trabajó por la elección de la primera decana mujer y de regreso a la democracia, Lucía Invernizzi. Ya te la mencioné respecto de los trabajos sobre escritura de mujeres. Así es esta historia, sin principio ni final. No puedo hacer una distinción entre práctica y teoría en mi vida personal, tengo derecho a vivir como deseo, pero no puedo ignorar mi situación concreta de existencia en un cuerpo llamado mujer e identificado como tal en mis papeles oficiales. Por lo tanto, respecto de ello sin teoría de género, sin feminismos y sin conocer el activismo de tantas compañeras, difícilmente te podría decir lo que te estoy diciendo, es una palabra encadenada a otras en el tiempo, de un cuerpo que sale y entra a la madre. Lo que supone la palabra militancia siempre me ha dado escalofríos, mi principio es mi independencia y mi derecho a decidir por mí misma, si me sumo a causas es decisión personal por una misión colectiva, la herencia de mi espontánea feminista madre: jamás aceptar una imposición y las militancias, en el sentido tradicional del término, porque ellas sólo dan total libertad si das devoción a cambio. El lugar para el pensamiento crítico, en esas condiciones, está difícil.

A.I: Gran parte de tu trabajo actual lo ocupa la dirección del Archivo Central Andrés Bello de la Universidad de Chile. En este lugar hay una gran cantidad de libros importantes. ¿Nos puedes contar qué libros componen la colección a los cuales se puede acceder aquí?

A.A: El Archivo Central Andrés Bello es una maravilla los invito a curiosear en él por si mismos: www.archivobello.uchile.cl La historia de la cultura escrita chilena está allí y también la de los bordes, desde la más grande colección de Liras Populares, hasta el manuscrito de Sor Tadea García de la Huerta y hoy mismo encontramos una edición de La Araucana del siglo XVI que no estaba ingresada a catálogo. Y los libros de la biblioteca personal de Pablo Neruda, y un borrador de los Sonetos de la Muerte de Gabriela Mistral, y los papeles de Andrés Bello y un cuaderno del poeta Domingo Gómez Rojas, los originales de la exposición Rostro de Chile, las cenizas de Desiderio Papp y de seguro otras cosas que todos ustedes pueden ayudar a mirar y entonces encontrar…

A.I: Desde la disciplina filosófica me parece fácil advertir que hay una formación deficiente de los investigadores en relación al trabajo de archivo. ¿Cuál es la importancia que le ves al archivo para el trabajo investigativo? ¿Consideras que nos falta formación en torno al uso de archivo?

A.A: El Archivo, como ha dicho la historiadora Arlette Farge, es un fondo abisal. Creo que es fundamental trabajar desde las premisas de la nueva historia cultural y de los trabajos de Roger Chartier respecto del libro y la lectura, para desmontar nuestras categorías respecto de los tipos de textos, los géneros, las relaciones entre contenido y forma, los autores, los coleccionistas, los colectores de textos, etc. En todas las artes, las ciencias sociales y las humanidades falta más prurito de archivo y de investigación. Preguntar si hay algo sobre lo que me interesa, no es investigar. Preguntas en torno a cómo se reúne, se acumula, se ordena, se clasifica, se cataloga, se organiza y se conforma un conjunto de materiales que llamamos Archivo o Biblioteca o Museo ha sido para mí, desde el desafío de pensar el Archivo Central Andrés Bello, el proyecto de investigación que ha fagocitado cualquier otro interés que yo tuviera. Más bien, a partir de él todo lo realizado cobró otro carácter, generó otras preguntas y me planteó el desafío de pensar en la cuestión del “valor”, por ejemplo, con la pregunta que me hacías respecto de “los libros importantes”, ¿qué criterios entran en juego para poder responder? Creo que la deficiencia en la investigación es total, veo pocos investigadores investigando, no sólo en lo que tradicionalmente se entiende como Archivos, veo poca conciencia del necesario trabajo de búsqueda, de dejarse sorprender, de articular preguntas, de abandonarse, de ser obsesivo respecto de algo y encontrar, de escuchar el trabajo de otros, de comprender el tiempo necesario para poder configurar el tiempo de una investigación. Sí, falta mucho respecto de la conciencia de Archivo y su ineludible relación con la memoria pero también con el principio de la sorpresa respecto de la creatividad humana, pues hemos inventado formas para reunir todo en un solo lugar que pueden ayudarnos a desplazar el sentido de una pregunta. Mellafe me decía, más importante que saber responder, es saber buscar.

A.I: Es apreciable que en esta institución se viene haciendo un esfuerzo sostenido en el tiempo a favor de la existencia de este archivo. ¿Qué nos puedes contar del trabajo que aquí se realiza relacionado al rescate, mantención y cuidado de archivos?

A.A: Bueno, el camino lo abrió Sonia Montecino cuando se hizo cargo de la Dirección del Archivo Central Andrés Bello, primera mujer en ocupar el cargo. Ella, como antropóloga, pensó el Archivo de un modo muy distinto a lo que podría haber hecho un historiador. Ahora bien, el Archivo se crea en 1994 con ese nombre pero es el heredero de la antigua Biblioteca Central de la Universidad de Chile, y se integró en ese momento lo que se conocía como el Archivo Fotográfico (heredero del Departamento de Fotografía y Microfilm creado por Roberto Montandón y dirigido luego por Domingo Ulloa) y el taller de encuadernación. Sonia me invitó al Archivo como historiadora para ayudarla a pensarlo de otro modo, por el conocimiento que ella tenía de mi trabajo, y así entonces se articuló una propuesta desde el concepto de patrimonio material e inmaterial y una triple identidad: archivo, biblioteca y museo dada la naturaleza de sus colecciones y fondos (documentales, literarios, donaciones de bibliotecas personales, fotografías, caracolas, etc). Detectamos que el archivo era un síntoma de la ausencia de conciencia patrimonial, y que este Archivo Central Andrés Bello podía ser el núcleo desde el cual se instalaran los temas y en eso hemos estado. También se planteó como lugar de convergencia de lo que llamamos la Red Patrimonial de la Universidad de Chile, para lograr acercamientos e integración entre todos los museos, archivos y bibliotecas de la institución, los que resguardan patrimonio clave para la historia del país. Eso quedó plasmado en el libro “Materia y Memoria. Tesoros Patrimoniales de la Universidad de Chile”. Mi trabajo, desde 2010, cuando asumí la dirección fue potenciar la conservación, o política del cuidado, pues son los gestos de cariño lo que denota preocupación por lo que el Archivo resguarda y representa. Pero también se trata de construir, desde la investigación interdisciplinaria, un modelo de puesta en valor que se materializa en publicaciones, el sitio web, propuestas educativas y la nueva Sala Museo Gabriela Mistral, que depende del Archivo y que nos permite mostrar a la comunidad lo que estaba “escondido” en las entrañas de la Universidad de Chile. El área de conservación y patrimonio, el área de investigación patrimonial y la de información archivística y biblioteca, permiten sostener una cadena virtuosa de aprendizaje desde diferentes especialidades que conversan para pensar juntas qué es un libro, qué es una colección, qué es un archivo, qué es una sala museo, qué es una fotografía, etc… Desde 2010 el Archivo forma parte de la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones, hoy a cargo de Faride Zeran, Premio Nacional de Periodismo. Eso ha significado una continuidad en el apoyo institucional directo y un dinamismo de la Extensión que nos exige reorientar nuestro trabajo hacia una demanda mayor de acceso y apertura. Pero la batalla por la conciencia patrimonial y mover la voluntad política para sostener proyectos culturales en el tiempo es diaria. Es la realidad nacional. Pero lo importante es estar institucionalmente convencidos de que puede ser de otra manera.

A.I: Para terminar quiero destacar lo amable que resulta este lugar para el trabajo de los investigadores, se nota una cierta dinámica de apoyo que facilita el trabajo con los documentos, pero que a la vez promueve y educa en torno a la valoración de los materiales. ¿Hay un diseño de gestión planificada? ¿Es una cuestión importante el compromiso de esta institución pública de colocar las ideas y el saber a disposición de la comunidad?

A.A: Me alegra mucho lo que me comentas. Es para mí una prueba de que logramos cambiar la visión del Archivo como un lugar desolado, a un lugar que acoge y recibe, que enseña y aprende de quien lo visita. Ha sido un trabajo colectivo que ha sumado voluntades, cariño y trabajo de muchos jóvenes estudiantes y profesionales de la Universidad de Chile, de colegas de diversas áreas, de amigos de muchos lugares del planeta y de la confianza de una comunidad. Es una misión cotidiana que debemos traspasar a los que vienen y que ya están esperando al otro lado de la puerta. El desafío es abrir las puertas por completo. Es un deber de la Universidad de Chile democratizar su patrimonio, transferir experiencias, y crear nuevas formas de trabajo, instalar temas y poner a disposición de la sociedad lo que puede y debe hacer. Si, el Archivo planifica anualmente su trabajo de acuerdo con las áreas ya señaladas y prioriza colecciones o temas; pero nuestro trabajo se ha ido complejizando a partir del desafío de hacernos cargo de la Sala Museo y de abordar un plan de publicaciones capaz de construir lecturas significativas desde las materialidades para aportar a la densidad cultural que toda sociedad necesita para vivir. Eso de manera natural desborda toda planificación sobre todo cuando es un Archivo que forma parte de la Vicerrectoría de Extensión de una Universidad como la de Chile, cuya cotidianidad está alerta a todos los pulsos de la vida social lo que obliga a cambiar de rumbo toda vez que sea necesario para ser una buena caja de resonancia de lo que la ciudadanía demanda y también hacerles ver y oír lo que no quieren.

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