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Humanidad, peste y desvarío (divagación en cuarentena) Por José Alberto de la Fuente

Tratando de hacer un balance y de ordeñar algunas ideas, navegando por este inconmensurable océano de recados y fragmentos; cartas, recomendaciones, artículos y libros que tratan de ir al origen de la vertiginosa expansión de una molécula invisible y de proponer soluciones; poemas, canciones, recetas, insultos y rayados en los muros de la ciudad; médicos y enfermeras exhaustas; memes y otros códigos afónicos, basura estelar y creencias convertidas en mitos; reyes desnudos destronados; confesiones de angustia; megallones de Whats-Apps circulando tras el sueño de quienes no quieren ser elegidos por los virus; incertidumbres sobre los pedazos de porvenir flameando en las huilas de la bandera chilena, bombardeada y quemada en el mástil del Palacio de Gobierno, cuando el sátrapa de Pinochet, nombrado por Allende en el cargo de Comandante en Jefe del Ejército, traicionó obedeciendo la orden del imperio y ejecutó el Golpe de Estado; preguntas sobre el azar y las evidencias sobre el cómo y el por qué en esta dispersión por escapar de la muerte, casi nada o muy poco le queda por hacer a las palabras que antaño eran celebridad de la academia universitaria, reconocimiento de la bondad humana, humor alternativo a la estupidez, aplauso, rezongo o esperanza que agoniza en la eterna espera sentada en la cuneta de la historia. Pero la pregunta clave para mí, es ¿qué será de los amigos que no he podido ver ni escuchar, de los indigentes silenciados por el huracán de la peste, de los millones de ausentes igual que yo?

Y como siempre, son los pobres los más sufridos…y los ricos los más asustados. No hay peor pesadilla para ellos -en tiempos de cuarentena y en los de vacas flacas- que el hecho de que no les funcionen algunos de sus muros divisorios como “mercado libre”, “sociedad abierta”, “monopolio”, “lucro”, “propiedad privada, no entrar”; los satisfechos saben que el contagio puede penetrar por las hendijas sin abrir las puertas de sus palacios…Los efectos de la desigualdad fabrican enfermedades para famélicos y opulentos, miedos ancestrales, odios funestos. Si no fuera por el trabajo de los asalariados, de los profesores, de la imaginación de los niños, del personal médico, de los rutinarios de las oficinas, de los acomodadores de automóviles, de los menesterosos y marginales, de miles de pequeños emprendedores que trabajan con sus manos y de los celadores de las cárceles, no existirían en el mundo de hoy, doscientos supermillonarios dueños del ochenta por ciento de la riqueza, sustraída y organizada por el ingenio matemático-financiero de los cerebros camaleónicos de esos opulentos que sustituyeron el oro por el capital financiero. A pesar de sus ángeles custodios, he visto palidecer los rostros de los gimnastas en las bolsas de comercio…

Se desmorona abruptamente el castillo de naipes del neoliberalismo, la máxima ambición de meter y juntar todo el dinero y el poder de los poderosos en un solo bolsillo. La realidad percibida a pedazos, una retahíla de anónimos en “situación de calle”, clamando, culpándose o celebrando atónitos el colapso de lo que he definido como capitaloceno, el período de la evolución más desgraciado y perverso para los seres vivos (el hombre mediatizado por alcancías tintineantes y fagocitado por la educación mercantil), la naturaleza y el conjunto de la humanidad, donde la dignidad y la fraternidad se ponen en juego como en la imaginaria ciudad de Orán, en la novela La Peste de Camus. Todo ha sido tan vertiginoso y aparentemente sorpresivo que ni siquiera alcanzamos a gritar para entrar en el absurdo de ese Ser y la nada, esa “nada” que le quitó el sueño a Sartre para su humanismo existencialista, y vuelvo a leer La Náusea con la misma displicencia de hace medio siglo atrás. No nos dimos el tiempo para releer cada año los ensayos de Montaigne ni a pensar qué nos decía con su sentencia del “filosofar es prepararse a morir”. Y Ahora, en este año 2020, en medio del vértigo y de la desolación de nuestras casas convertidas en gusaneras para no confundirnos con las moléculas de la muerte que andan sueltas por las urbes, nos miramos los rostros y tratamos, casi inútilmente, de aferrarnos a las barandas de un buque a semanas del naufragio. Fallecemos contagiados o nos salvan los anticuerpos, dependiendo de factores que descolocan a los científicos y de espías que se ríen de las estadísticas. En la panadería de mi barrio escuché decir que “nada será igual después de la pandemia”. No sé por qué, en ese instante, asocié la palabra “pan” con “demia”. La bolsa con pan que ya portaba en una de mis manos me produjo un escozor extraño, y luego sentí un sordo guadañazo por la espalda. Era la “demia”, la presencia de los indignados y resignados, la enfermedad que se masifica transportada en la mochila de los inocentes como el hambre en primavera o en invierno. Pero no podía quedar disociada la palabra “pandemónium”, capital imaginaria del reino infernal, lugar en que hay mucha confusión. Después de este dislate semántico, me dije: si los sobrevivientes de los que han cruzado el puente hacia el pandemónium, en adelante, no se dedican a pensar y a trabajar solidariamente, contemplando las ruinas del presente, la vida se habrá clausurado para todos aquellos que continúan identificados con la especie humana. Inútil será continuar viviendo con tanta amargura sedimentada en el corazón. Volví a uno de mis recuerdos de juventud y recordé que a los veinte años yo escribía poemas para “cambiar la vida, cambiar el mundo”, sin que necesariamente me convirtiera en surrealista. Siguen circulando por mis venas los poemas de los libros Residencia en la tierra y Canto general de Pablo Neruda, realismo de corazón y experiencias vitales, torrenciales, sin trampas, con todos los sentidos puestos en las metáforas más inteligentes que he leído del pensamiento moderno.

Hoy recuerdo, a pocos meses de haber renunciado a una de las universidades donde me ganaba el pan, de algunas fichas que explicaba a mis estudiantes en el curso de Literatura General. Voltaire le dejó escrito a sus amigos, a modo de advertencia: vendrá un mundo en que naceremos sin amarnos, en que viviremos sin conocernos y en que moriremos sin llorarnos, lo cual me parecía una exageración. Sin embargo, en el siglo XX, en laboratorios de inseminación artificial nacen niños y niñas que no son reconocidos como hijos, a lo más como un servicio pródigo para satisfacer una necesidad o simular el buen andamiaje de la ciencia: gramos de semen masturbados y depositados en óvulos de mujer - (eximo de esta opción a los matrimonios que, esperando a los hijos del amor, la naturaleza les prodiga la ayuda de la ciencia)-. Y así, deambulamos por el mundo extrañados, huachos, ajenos, desconfiados, desconocidos, colonizados, como huyendo de las sombras del pecado original y del miedo ancestral al conquistador. Y ahora, en el siglo XXI, agonizamos y morimos por falta de aire, no solo porque el Covid-19 ingresa a los pulmones, sino, además, porque con la aspiración indolora del dióxido de carbono, vamos dejando la huella por donde nos vamos extinguiendo junto a las demás especies. En estas condiciones, acercarse a los cadáveres para despedirlos en cementerios improvisados, es como subirse al convoy del contagio y de la desolación. El llanto ya no es consuelo que mitigue el dolor ni las preguntas metafísicas. El poeta chileno Gonzalo Rojas, nos versificó que el erotismo y el aire no eran para respirarlos, sino para vivirlos, disfrutarlos, sufrirlos y abrazarnos en la pregunta “¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida o la luz de la muerte? ¿qué se busca, qué se halla, qué es eso: amor? ¿Quién es?”. Nos empeñamos error tras error para hacer lo contrario y soslayamos las preguntas ¿qué aprendimos y pusimos en práctica? El pragmatismo, la razón instrumental, la intromisión del miedo en los gestos de vecinos amables y cariñosos. Entre las generaciones nacidas en la sociedad capitalista del siglo XX, muchos hombres y mujeres se tuvieron que domesticar para capitalizar, acumular, jadear, competir para excluir, agredirse, pedalear en una bicicleta estacionaria, angustiarse, endeudarse hasta la muerte para adquirir un oficio, estresarse, crecer y empinarse en la búsqueda incesante del “producto interno bruto” (PIB) y de ese modo continuar aferrados al desenfreno de la competencia individualista, en alocada carrera por fabricar las armas más poderosas y perfectas… ¿y qué fue, en qué convertimos el aire con la combustión de esos motores incesantes que nos quemaban los tejidos y que se nos atascaban en los oídos día y noche…? ¿conseguimos, en trueque, pulmones enfermos y corazones arrítmicos reemplazados por respiradores artificiales? ¿seres menesterosos de la medicina a cambio de una vida digna, favoreciendo al libre mercado farmacéutico? ¿qué carta no alcanzó a entregarnos el mensajero del Olimpo? ¿el origen del mal está en haber dejado de cultivar la poesía, las artes y las humanidades? ¿dónde se siembran hoy en día las semillas que nos alimentan y las flores que justifican el regalo laborioso de las abejas?

Con la pandemia global, se nos ha zarandeado la ambición, se nos ha empañado la imagen de ser como dioses o como el DIOS único que no habla ni se deja ver, que no permite saludar de mano y que niega las respuestas que buscamos. Qué sucedería con el cielo y la tierra, si la aproximación de Walter Benjamin estuviera sancionada por la historia. En un breve escrito, muy insinuante, afirmó que el capitalismo ha sido y es un parásito del cristianismo, un culto religioso con un dios oculto ritualizado a través del mercado y con santos circulantes en las efigies de los billetes. A esto, los ingeniosos del Púlpito y de la Banca, le llamaron liberalismo, sociedad abierta o libre. En medio de este parasitismo, la dictadura chilena civil-militar practicó el catolicismo y dejó como legado el más salvaje neoliberalismo impuesto por la fuerza; lo medular fue su “ética en la medida de lo posible”, de la transacción de los valores, de la negociación de los principios, de la abjuración ante el mal menor, de la más incipiente y grosera manipulación para vivir en democracia; ética encarnada en la opción de la democracia protegida, técnica, vigilada, en eterna transición y tutelada por el gran capital financiero internacional (tratados de libre comercio), otro gran parásito de los países que, por gracia de la naturaleza, poseen riquezas en sus suelos, ríos, montañas y océanos. La democracia protegida, para la sociedad de control, en Chile, se demostró que es el ideal del neoliberalismo, apoyado por creyentes flagelantes y complacientes.

Y para continuar con esta divagación en cuarentena que espero compartir con mis amigos, la mayoría de ellos dignos ciudadanos sin importancia colectiva igual que yo, sumidos en la naturaleza terrestre cada vez más agredida por las ambiciones de la publicidad, me atrevo a volver a las preguntas aparentemente ajenas a la peste que nos acecha y a los desvaríos que tendremos que vivir en las décadas que vienen. Rememoro mi vida escolar, en una modesta escuela pública rural con piso de tierra y salas sin ventanas; en este instante siento ganas de volver a escuchar al profesor en mis clases de preparatoria. Yo tenía doce años y recuerdo que don Manuel, mi profesor con el gabán raído en sus mangas, se ponía de pie y gesticulaba cuando comenzaba a hablarnos de la democracia. Nos preguntaba ¿levante la mano el que sabe qué es? ¿dónde residió en los últimos dos siglos? ¿en el despertar trasnochado de un joven con dolor de cabeza que no volverá a la parranda? ¿cuándo ha sido posible la democracia “del gobierno del pueblo, con el pueblo y para el pueblo?”. Y ahora, en este trance, me pregunto: … ¿y, si se supiera algún día, que el Covid-19 fue una invención ensayada en laboratorios, con la decisión de seguir manipulando a la mayoría de los habitantes del planeta que luchan por su liberación? ¿o el anticipo soterrado o secreto del fracaso de un modelo de convivencia (y economía) que todavía ve en la naturaleza a una esclava? ¿o si el Covid-19 es solo un virus, uno más del tejido bio-ambiental, que escapó de su jaula por casualidad o causalidad intencionada, a quien los voceros de patrañas y temores le atribuyen la mortífera acción de sus osadías comunicacionales? Estoy seguro de que don Manuel, mi profesor, nos diría: “pregúntense sobre cuál es el origen del coronavirus, de dónde viene, de qué coyuntura de la naturaleza se aprovechó para existir o de qué accidente de laboratorio la molécula mutó para salir a la calle y tomarse a la gente por asalto…Estoy seguro de que el profesor Manuel volvería a la pregunta fundamental ¿qué correspondencias hay entre la biología y la sociedad? ¿es sensato separar a una de la otra? ¿dónde convergen la democracia con la química?

Para mi compañera Íroschka, quien está conmigo en las inciertas y a veces agobiantes horas de cuarentena, dándome ánimo y expresando alegría, su sospecha no descarta que el Covid-19 es un bicho raro de la imaginación, abollada por la falta de sentido humanitario de los que se creen dueños del mundo para crear pánico como arma de control social, en un planeta que se va transformando vertiginosamente en un campo de concentración electrónica. Argumenta que ciertas inteligencias, sin regulación ética, están comenzando a ejercer el control más sutil y efectivo de toda la historia política de la humanidad; comenzamos a ser vigilados (fotografiados, filmados, gravados, sometidos a cámaras termográficas) en los movimientos del tránsito urbano, y ahora, desde el interior de nuestros hogares como situados en el limbo de los público y lo íntimo; el teletrabajo trae consigo la presencia del jefe o del Gran Hermano en los espacios más íntimos de los hogares. Aquí no hay posibilidades de agremiarse ni de plantear un reclamo y menos de hacer una huelga. Pareciera ser que la nueva consigna será “trabaja, come algo, duerme y cállate”; lentamente comenzamos a sentirnos paralizados por el miedo a la incertidumbre de lo remoto e inmediato, por las deudas del crédito, los pecados por aceptar créditos y las sombras que se siguen esparciendo por el caudal de la lluvia ácida y de otros meteoritos alucinantes. El control absoluto, justificado y hasta aceptado, a cambio de la sobrevivencia; la fabricación de deseos insatisfechos, el rostro sin rostro tapado por mascarillas y el distanciamiento social que impide abrazarse. Todo está justificado, pero la mayoría se la juega por la vida y no por el suicidio. Sería interesante saber cuál es el promedio de metros cuadrados de las viviendas de las familias más pobres y carenciadas que están en cuarentena, cuántas personas en promedio pernoctan en estos reducidos metros cuadrados ¿y si la proporción fuese inferior al espacio de cada gallina que pone sus huevos en cautiverio o a la de los cerdos de engorda destinados al matadero? En estas condiciones gallináceas es imposible hacer el amor con espontaneidad. Los matrimonios proletarios están condenados a la inhibición…Entonces, manos a la obra. Íroschka me insiste: tenemos que salir de este encierro e imaginar cómo vamos a procurar alimentos, unidad social y política, conviviendo con virus y haciendo el amor. “Nos salvamos juntos o nos condenamos separados”, recordando la frase que una vez nos escribió el gran narrador mexicano, defensor de la tierra para la reivindicación de los campesinos, Juan Rulfo.

En Chile, meses antes del contagio por este bicho raro, rotulado Covid-19, el 18 de octubre de 2019, se produjo una rebelión social que los medios oficiales la rebautizaron de “estallido social”, eufemismo que niega y silencia la actitud rebelde que implica lucha, barricada, resistencia, conciencia y disposición de un pueblo que va despertando en su camino de liberación. Un pueblo que ha crecido en paciencia y sabiduría, resistiendo a la dictadura del neoliberalismo desde Pinochet hasta Piñera; este último, hoy en día, convertido en la burda imitación de Donald Trump (“el sarcástico”), ambos disfrazados de payasos comunicacionales para mantener la atención de sus electores. El desvarío se experimenta en la desigualdad social y en el terror bacteriológico.

Desconcertados, delirantes, enfrentados a una respuesta inusual de la naturaleza, confundidos entre los suspiros y los sueños, disgregados en partículas invisibles y volátiles, borrados de los obituarios por la acción de los anticuerpos, turbados, desmayados y finalmente recuperados. Todo separado de la rutina doméstica regulada por la máquina antropológica de la “libre circulación de mercancías”, destinadas a las mayorías que tienen un acceso limitado a los bienes ofrecidos en la feria neoliberal ¿éxito, fracaso del liberalismo, excrecencia de un virus que escapó de algún laboratorio, análisis crítico para reencauzar el debate por un socialismo que restituya sus valores por la vía del Ecomunitarismo? Aquí comienza el ensayo de nuestra solución. Ya está pensado, ahora tenemos que aplicar el regalo deontológico del profesor Sirio López, el Ecomunitarismo, y desde el respeto mutuo y consensuado en la diferencia, recomenzar a convivir regidos por el principio del decrecimiento, en la práctica de una economía redistributiva con renta básica universal. Recién entonces aprenderemos que la frugalidad nos hará ecoeficientes y que el consumismo es un depredador. Los campesinos volverán a trabajar en una agricultura regenerativa de la naturaleza que conserve la biodiversidad, evite el despilfarro de alimentos, restituya las identidades de los pueblos en sus culturas y valide todas las iniciativas de la ecología profunda. Y sobre todo, restituir la educación pública gratuita y de calidad, laica, pluralista, inclusiva, abierta a las ciencias y a las humanidades.

En 1992, un señor de apellido Fukuyama, politólogo, fundador del “Proyecto por el Nuevo Siglo Americano”, fracasado en su mensaje salvífico, publicó en tiempos de Clinton El fin de la historia y el último hombre. Además de no decir nada nuevo para reivindicar a los pueblos dentro del capitalismo, confirmó que Estados Unidos ya era la realización de una sociedad sin clases y que el turno de lo que vendría sería para la biología (desarrollo ecológico, salud, rectificaciones en las categorías biopolíticas, ideología verde, etc.). Si fuera así, la pandemia, sea biológica o artificial, le cede su turno al de la biología, la cual debería asumir su tarea sin soslayar la implementación de nuevos modelos de convivencia, junto al advenimiento de cruciales fenómenos sociales. El resultado, tras el velo de una eficiente publicidad y propaganda que metamorfosea la realidad, ha sido alienar al ciudadano norteamericano convenciéndolo de las bondades del armamentismo individual, a la droga, a la falta de un sistema público de salud, a la carestía de la vivienda, a la segregación, a las masacres urbanas y a las intervenciones criminales de su ejército fuera de sus fronteras; soslaya las expresiones de solidaridad y le vende al mundo la falsa imagen de ser el país más democrático y rico que existe, siendo que en la actualidad es el más endeudado de todos.

Al atardecer nos asomamos a la ventana y vemos la ciudad abandonada, solitaria, recogida en el mutismo de una iglesia funeraria. En dos horas más comienza a regir el Toque de Queda. De pronto, se divisan cóndores y pumas -en otras regiones aves, elefantes, culebras, etc.- que se desplazan de los faldeos cordilleranos, de bosques y ensenadas, y entran a los patios de las casas. Esos pumas o leones chilenos abandonan su destierro para hablarnos y decirnos que basta de seguir discriminándolos, de negarles su existencia; con su presencia nos advierten que ellos están ejerciendo el derecho a romper las puertas encadenadas de los zoológicos, a recuperar su modo de interactuar y a liberar a los demás animales en diálogo con los humanos. El intenso palpitar de la vida no humana, nos dice: “no tengan miedo, nada terrible les ocurrirá”. Mientras tanto, el desasosiego y el temor están en silencio…


(Escrito en la fecha acordada para el plebiscito del 26 de abril. La pandemia obligó a cambiar la fecha para el mes de octubre de 2020. En este plebiscito, el pueblo chileno debía pronunciarse por aprobar o rechazar la vigencia de la Constitución heredada de la dictadura. El imperio y la mayoría de los sectores de derecha están por el rechazo; es decir, mantener vigente la Constitución de la dictadura, tratando de evitar que se haga el plebiscito y plantean que el presupuesto del acto electoral se destine a los damnificados por el coronavirus. La derecha no quiere Asamblea Constituyente electa por el pueblo libre y soberano)

Santiago de Chile, 26 de abril de 2020.

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