El camino económico de las últimas tres décadas, fundado en el comercio y las inversiones globales, ha dado un viraje de 180 grados. La globalización ha perdido fuerza y el multilateralismo se encuentra en crisis.
El gobierno norteamericano, que había sido el principal impulsor de la globalización, es hoy día su enemigo. Donald Trump simboliza el nacionalismo económico, las políticas antiinmigrantes, y cuestiona las regulaciones multilaterales del medio ambiente y también en otros ámbitos.
El doble triunfo electoral de Trump encuentra parte de su explicación en el descontento de los trabajadores, que perdieron sus puestos de trabajo o que han visto disminuidos sus ingresos, como consecuencia de la exportación de las empresas manufactureras a China y otros países de bajos costos salariales. Así las cosas, comienza a invertirse el orden mundial abierto y liberal y renace el proteccionismo, liderado por Trump, al que siguió dócilmente el gobierno de Biden, convirtiéndose en política de Estado.
Es cierto que China se ha beneficiado de la globalización, pero los mayores beneficiarios han sido las grandes corporaciones, que se aprovecharon de los bajos salarios de los trabajadores chinos. La exportación de industrias, desde Estados Unidos afecto a su clase obrera ante la incapacidad de su gobierno de implementar políticas compensatorias.
Paralelamente, Trump agrede, sin compasión, a los inmigrantes y los acusa, igual que a los chinos, de quitar el trabajo a los norteamericanos, acusándolos además de un comportamiento delincuencial. Se convierte así en el promotor de una peligrosa ola chauvinista, que genera inmensos sufrimientos en los mexicanos y centroamericanos, que buscan una mejor vida en Estados Unidos.
Pero, por otra parte, la nueva derecha, liderada por Trump, ha ingresado de lleno en una lucha cultural, cuestionando, las reivindicaciones identitarias, promovidas por sectores progresistas. En su rechazo, esgrime ideas neofascistas: el patriotismo, la raza, el origen étnico y la familia patriarcal. Para esta nueva derecha, las reivindicaciones identitarias son enemigas, que Milei, desde Argentina, las asocia a una lucha contra el socialismo, contra el “zurderío”. Y, en sus discursos rechaza expresamente lo que denomina “la agenda globalista y el wokismo” (discurso de cierre, de Conferencia de Acción Política Conservador (CPAC), Buenos Aires, 04-12-2024).
Para el presidente argentino, las ideas liberales, socialdemócratas, así como las propuestas progresistas medioambientalistas, LGTB y de liberación de la mujer, son todas de carácter socialista y deben ser aplastadas. Ha nacido así una peligrosa derecha nacionalista, populista y xenófoba, cuyo crecimiento se vio favorecido por la incapacidad de los partidos liberales, demócratas y socialdemócratas, en Europa, Estados Unidos y, ahora, en América Latina, de defender el Estado de Bienestar y proteger los derechos de los trabajadores.
Europa está siguiendo el mismo camino de proteccionismo comercial y odio a los inmigrantes. El Brexit es el paradigma, pero también se ha hecho presente en el crecimiento de la ultraderecha de Salvini y Meloni, en Italia, el neofascismo de Orban en Hungría, Strache en Austria; el Frente Nacional en Francia, Alternativa por Alemania, el Partido por la Libertad en Austria y Vox en España. Así como extrema derecha cuestiona la globalización y se aferra al nacionalismo, su accionar político se concentra también en una lucha contra las reivindicaciones identitarias.
Se trata de un cambio notable en comparación al siglo XX. Porque en el siglo XX la izquierda quería más igualdad y la derecha exigía mayor libertad. La política progresista se centraba en los trabajadores y sus sindicatos, y buscaba más protección social y mayor redistribución económica. La derecha, en cambio, estaba interesada en reducir el tamaño del gobierno y en la defensa del sector privado.
Ahora, la situación ha cambiado y en muchos países las identidades se encuentran en el centro de la lucha política (Fukuyama lo destaca, con énfasis, en Identidad, ed. Planeta, 2019).
En efecto, la nueva derecha, aunque no renuncia a la defensa del empresariado y a la reducción del gobierno, defiende ahora el patriotismo, la raza, el origen étnico, la familia tradicional, y, en algunos casos la religión. En cambio, la izquierda y los sectores progresistas, si bien persisten en su crítica a las desigualdades sociales, despliegan parte de sus energías en apoyar las reivindicaciones identitarias de sectores históricamente maltratados: mujeres, comunidad LGBT+, negros e hispanos, entre otros.
Paradójicamente, la globalización, que tantos beneficios entregó al gran empresariado, se ha convertido hoy día en enemiga de la derecha populista; pero, ésta, además, se ha embarcado en una batalla cultural contra todos aquellos sectores que reivindican justicia para sus derechos identitarios.
Se plantea así un difícil desafío para la izquierda y los sectores progresistas. Por un lado, elaborar una estrategia económica internacional inclusiva, que priorice los intereses de los trabajadores en los centros y la periferia. Y, por otra parte, en el ámbito social, impulsar una propuesta que reúna, en una misma lucha contra el capital, a los trabajadores y a la gran variedad de sectores que reivindican derechos identitarios.
09-12-2024