En la última columna publicada en este medio (“El cierre”) (1) indicamos que la “culpa” no solo no es algo natural sino una producción política muy precisa. En particular, tal como he sugerido, la genealogía de la culposidad atribuida al pueblo chileno puede ser buscada en las primeras cartas de Diego Portales, en particular, en su célebre carta de 1822 dirigida a Cea, en la que califica a la ciudadanía latinoamericana de ser “viciosa” en contraposición con aquella élite “virtuosa” que, supuestamente, ejercería un “gobierno fuerte, centralizador” capaz de gobernar a la indómita República.
Al estar llena de “vicios”, dicha ciudadanía no podría gobernar, sino que debería ser gobernada. “Vicios” que, en último término, van a definir al pueblo bajo la sombra de la “culpabilidad” y su famoso “peso de la noche”. El pueblo deviene así en una “masa” dócil que orienta su energía a la inercia y parálisis, antes que a la actividad y la iniciativa. La carta portaliana de 1822 puede ser vista como una pequeña signatura de una racionalidad, de un código propiamente autoritario de la política que se instaló desde 1830 y que se definió bajo la premisa de que los pueblos vencidos en Lircay, necesariamente debían ser vistos como “culpables” y, por eso, estar privados de su capacidad de gobierno.
Con esto, el dispositivo “culpa” que, como dijimos en la columna anterior, no es un elemento ético como habitualmente se lo consigna, sino siempre una producción jurídico-política por cuanto denota una relación de captura del ser viviente a un determinado orden, al ser atribuido a los pueblos vencidos ha permitido exculpar permanentemente a esa minoría oligárquica que, a través de Portales, se designó a sí misma la idea de ser “virtuosa” y capaz de gobierno. En otros términos, al reducir a los pueblos a la culpa, la oligarquía ha asegurado su total impunidad.
Así, sucede, a propósito de tres citas que exponen la consistencia de la impunidad oligárquica, tres escenas que dan cuenta de un mismo discurso. En primer lugar, las palabras de Pinochet en una entrevista que le hace el otrora periodista Andrés Pastrana en 1983; en segundo lugar, los dichos de Jaime Guzmán, en una entrevista que le hace Patricia Politzer a principios de la transición política y, en tercer lugar, un párrafo del libro de Daniel Mansuy sobre Salvador Allende. A partir de las tres escenas, me interesa mostrar la consistencia que, a lo largo de décadas, tal como lo había hecho Portales en su carta de 1822, ha garantizado la impunidad oligárquica produciendo una operación de culpa atribuida exclusivamente a los pueblos o, si se quiere, a los ciudadanos sublevados.
Pastrana le pregunta a un Pinochet vestido de terno y corbata de 1983 si acaso su régimen podría permitir el retorno de los exiliados al país. El dictador le responde: “Mire, la pregunta suya es bien interesante. ¿Por qué está fuera en primer lugar la gente? Está fuera porque esta ciudadanía era negativa en el país. La gente que nos llevaba a la guerra civil. Si no hubiera habido o si no hubiera existido un pronunciamiento militar, en pocos días más venía la guerra ci- vil. Por eso está fuera [...]. Lógicamente, nosotros no les podemos abrir las puertas a todos en el sentido que pasen tranquilamente después de haber tenido al país al borde de la guerra.” La idea de una “ciudadanía negativa” calza perfectamente con la signatura portaliana señalada, donde esa misma “gente” era la que, supuestamente, había conducido al país a la “guerra civil”. En suma, esa “gente” es la “culpable” de estar exiliada, esa “gente” habrá sido responsable de la debacle que la dictadura viene a evitar. Los pueblos sublevados devienen así, culpables y su exilio, una situación que, supuestamente, merecían.
Casi una década más tarde, la periodista Patricia Politzer le pregunta a Jaime Guzmán cómo enfrentar el «hallazgo de osamentas» consignado por la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación. A lo cual, Guzmán responde: “Ahora, lo que sí se debe hacer es poner el dedo en la llaga de dónde está la principal responsabilidad de esos hechos. Sin desconocer la responsabilidad de los militares que hayan incurrido en violaciones a los derechos humanos, yo sitúo la responsabilidad principal de esos hechos en los dirigentes de la Unidad Popular que nos arrastraron deliberadamente a un cuadro de guerra civil.” Es interesante la argumentación de Guzmán tanto por su lugar de enunciación por su enunciado: Guzmán habla desde el mundo “civil” y no “militar” como aún podía hacerlo Pinochet. Sin embargo, nos encontramos con la misma argumentación de Pinochet. El ensamble entre Pinochet (militar) y Guzmán (civil) expone el carácter cívico-militar que tuvo la dictadura, por cierto. Pero lo más decisivo es cómo Guzmán consigna las violaciones a los Derechos Humanos como un asunto lateral a la “principal responsabilidad de los hechos”. Estos últimos, serían los dirigentes políticos de la Unidad Popular que “nos arrastraron deliberadamente a un cuadro de guerra civil”. Guzmán es más preciso que Pinochet: no ataca a la “ciudadanía negativa”, pero sí a sus dirigentes políticos a quienes culpa de la debacle política de la que ellos debieron hacerse cargo. Haber conducido al país a la “guerra civil” constituirá el pecado cometido por estos dirigentes vencidos que ahora han de ser apuntados como total culpables. No me detengo en la noción de “guerra civil” que merecería un comentario aparte a propósito del rol que le otorga, bajo el término “anarquía”, la historiografía conservadora. Por ahora, destaco cómo funciona el dispositivo de la culpa que ya encontramos en Pinochet, ahora en Guzmán, sobre los vencidos.
A los 50 años del golpe de Estado de 1973, el discurso que culpa a los vencidos vuelve a aparecer, de manera más refinada e intelectual, en el último libro de Daniel Mansuy “Salvador Allende. La izquierda chilena y la Unidad Popular”: En sus páginas introductorias, Mansuy ofrece lo que será la tesis general que recorrerá el libro: “Sin embargo, la colosal intensidad del 11 no es sino el corolario de un proceso cuyo principal responsable es el mismo Salvador Allende (…)”. Nuevamente la operación de producción de culpa, ahora, no sobre los pueblos, no sobre los dirigentes en general, sino directamente, sobre él dirigente más decisivo, el propio Salvador Allende. Más allá si la reconstrucción de Mansuy tiene o no razón en lo que dice (varias columnas se han referido a ello y ésta no tendría nada mucho más que agregar a lo ya dicho) me interesa cómo es que su trabajo funciona a partir de la operación política de la culpa sobre los vencidos. El haber concebido a la historia bajo la cultura de derechas que, por tanto, ofrece “lecciones” en cuanto escenario en el que se juega la distribución de culpas, debió haber llevado al presidente a recomendar un libro como éste.
En realidad, la posición de Mansuy no es una excepción sino la regla en la derecha. Lo que él hace es tan solo activar de un modo “intelectual” (por tanto, supuestamente más refinado que Pinochet y Guzmán) el discurso oligárquico orientado a la culpabilización de los vencidos. La otrora signatura portaliana sigue operando en Mansuy, tal como en Pinochet y en Guzmán. Con otros ribetes, formas diversas, pero, a fin de cuentas, con la misma violencia de quien se arroga estar fuera del dispositivo de la culpa –por tanto, quien está en el lugar del goce- y, al igual que la topología constituida por Schmitt relativa al estado de excepción, cree poder decidir, en cuanto posición vencedora, sobre quién la padece.
Desde Portales hasta Mansuy los vencidos son tales porque portan la “culpa”. Gracias a esa lectura, la oligarquía ha podido permanecer en la más oscura impunidad. Ella goza, no se culpa. Y precisamente porque son los vencedores quienes producen culpa en los vencidos es que ésta no es un dispositivo relativo a la ética, sino un mecanismo abiertamente político en la medida que es la operación a partir del cual los vencedores instauran hegemonía. Solo así los vencidos pueden pasar años divagando acerca de qué hicieron mal, mientras los vencedores no dejan de vencer.
Julio, 2023 1) Ver columna “El cierre”: https://www.lemondediplomatique.cl/el-cierre-por-rodrigo-karmy-bolton.html