Si bien en América Latina la multiculturalidad es una realidad compleja, que abarca una rica diversidad creativa, étnica y lingüística, lo cierto es que estas diferencias han estado vinculadas a desigualdades profundas. Las políticas públicas o estatales que se han desarrollado en la región subrayan la idea de que sólo el conocimiento ilustrado o erudito es capaz de producir identidades multiculturales que fomenten la inclusión social y la equidad.
Lo cierto es que se debe realizar un análisis crítico de estas estructuras de poder y dominación, ya que -en el fondo- refuerzan las desigualdades a través de la reproducción cultural y simbólica de ciertos grupos en detrimento de otros.
Tal como plantea el sociólogo francés Pierre Bourdieu, en nuestra región el capital cultural se convierte en un recurso fundamental para la reproducción de desigualdades sociales, lo que se aprecia claramente en sistemas cuyos saberes y valores provenientes desde las élites urbanas y occidentales tienden a predominar sobre los conocimientos ancestrales y comunitarios, relegando a las culturas originarias y afrodescendientes a los márgenes de la sociedad; con ello, se refuerzan las brechas socioeconómicas entre grupos mayoritarios y minoritarios, perpetuando lo que el investigador uruguayo Néstor García Canclini apunta como “conocimientos y prácticas culturales superiores”.
Construir sociedades multiculturales e inclusivas definitivamente no resulta ser una tarea sencilla. Al enfrentar el tema hacemos referencia a la coexistencia, promoción, apoyo y fomento de manifestaciones de diversidad cultural en distintos ámbitos comunitarios que poseen un carácter dinámico ya que se encuentran en constante movimiento y cambio.
Un espacio de lucha simbólica
Así, desde una perspectiva crítica, la multiculturalidad no debe ser entendida meramente como la existencia de diversas culturas en una misma sociedad ni tampoco como un fin en sí misma. Debe ser considerada como un medio. América Latina presenta los más elevados niveles de inequidad del mundo. Esta desigualdad va desde aspectos económicos, sociales y culturales hasta el acceso a bienes y servicios, a derechos civiles y políticos.
Es ese contexto cabe preguntarse cuál es el papel del Trabajo Social en la construcción de sociedades más inclusivas. Aproximando una respuesta, es necesario fomentar el más profundo compromiso con la consolidación de los sistemas democráticos y el respeto a los Derechos Humanos.
En segundo orden, en el actual contexto de construcción de fronteras entre ciudadanías diferenciadas, basadas fundamentalmente en la pertenencia étnico-cultural y en el auge de las políticas de reconocimiento que expanden el poder estatal regulador que mercantiliza dichas diferencias, la disciplina debe asumir una actitud crítica. Sobre todo, si en la actualidad estamos reconociendo al multiculturalismo como expresión de profundas diferencias culturales y -desde ellas- validando nuevas lógicas de ciudadanía diferenciada que, en definitiva, fracturan el colectivo.
El Trabajo Social debe considerar que en las sociedades latinoamericanas hoy resulta notoria la existencia de fuertes procesos de estratificación y segregación que han sido fuentes de exclusión. Por lo tanto, la multiculturalidad y la desigualdad no son terreno neutral, sino un espacio de lucha simbólica. En América Latina ambas están profundamente entrelazadas, por lo que la disciplina se encuentra en espacio privilegiado para actuar como agente de cambio en la construcción de sociedades más justas e inclusivas.
Dr. (PhD) Óscar Vega Gutiérrez
Director del Departamento de Trabajo Social
Facultad de Humanidades y Tecnologías de la Comunicación Social UTEM