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Informalidad laboral en la región de O’Higgins. Causas y consecuencias en las mujeres. Por Mauricio Muñoz

La pandemia ha generado las tasas de informalidad más altas de los últimos cinco años en la región, llegando a superar en diferentes momentos a las mediciones realizadas a nivel país. Este fenómeno ha impactado de manera diferenciada a hombres y mujeres, siendo la situación de estas últimas la más desmedrada.

En efecto, durante el segundo trimestre del año 2020 la informalidad femenina en la región de O’Higgins bajó a niveles sin precedentes (17,2%) para el rango de medición que inicia el año 2017, mientras que la informalidad de los hombres tendió a subir, alcanzando un máximo de 29% en el trimestre septiembre-octubre-noviembre 2020, sin embargo, ya a comienzos del año 2021 se observa una tendencia al alza constante en la tasa de ocupación informal de las mujeres, la que llegó a 31,7% finalizando el año 2021, cifra que, además, superó la tasa de informalidad femenina del país, que para el mismo período fue de 29,6%.

El empleo informal, tal como lo define la Organización Internacional del Trabajo (OIT), incluye toda actividad remunerada que no está registrada, regulada o protegida por marcos legales o normativos, donde las personas no cuentan con contratos de empleo, prestaciones laborales y protección social. Es decir, es el trabajo que se realiza por fuera del mercado laboral formalmente establecido, generalmente por cuenta propia, sin registro ni seguridad social asociada. Es, en definitiva, una de las expresiones más brutales de la precariedad laboral.

Que sean las mujeres quienes estructuralmente tienen una mayor propensión a la informalidad, tanto en O’Higgins como a nivel país, nos expresa al menos tres negatividades vinculadas al fenómeno.

En primer lugar, nos revela el carácter excluyente del mercado del trabajo local y nacional, que redunda en una feminización de la pobreza, en tanto que el trabajo precario, por su naturaleza, pauperiza las condiciones de vida de las personas y sus familias.

En segundo lugar, específicamente en la región de O’Higgins, que hayan sido mujeres las que al comienzo de la pandemia dejaron de ser informales, en medio de la prolongación y la ampliación de las medidas de confinamiento, no para mejorar su situación laboral sino para dedicarse a los cuidados o labores domésticas no remuneradas, es un indicador de la incapacidad frente a la contingencia Covid del soporte institucional vinculado al cuidado de personas dependientes y/o a la formación de menores, como son las salas cunas, los jardines infantiles y las escuelas.

En tercer lugar, este fenómeno remite sobre todo a la asignación sociocultural de los roles de la reproducción propios del régimen patriarcal y, al mismo tiempo, exhibe ciertas reminiscencias hacendales heredadas propias de la región, en donde se impone socialmente, naturalizándola, una forma de vida que oficia de pilar oculto, no remunerado, de la producción, en tanto mantiene, prepara y permite la participación de otros en los espacios laborales formales.

Así, en síntesis, al impulsar la informalidad, la pandemia ha promovido la precarización laboral, develando los límites de la estructura institucional y acentuando ciertas orientaciones culturales dominantes que operan incentivando, en los hechos, la vulneración de las trabajadoras de la región.

Mauricio Muñoz / Sociólogo – Doctor en Ciencias Sociales / Académico y Analista Laboral

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