Más allá de las etiquetas ideológicas, la primaria eligió a una mujer concreta: con mérito, trayectoria y legitimidad ciudadana.
El resultado de las primarias presidenciales del oficialismo dejó varias lecciones. La más importante: el triunfo de Jeannette Jara no fue el del comunismo, sino el de una figura política que ha sabido construir legitimidad más allá de etiquetas partidarias. En tiempos de crisis institucional, fragmentación política y creciente desafección ciudadana, que más de un millón de personas se hayan movilizado voluntariamente a votar —aunque por debajo de las expectativas del oficialismo— es una señal que no debe subestimarse.
Estas primarias, organizadas por los partidos de la coalición de Gobierno a nivel nacional, fueron un ejercicio democrático valioso. En una coyuntura marcada por el desencanto con la política, el solo hecho de que se haya realizado este proceso con orden y participación voluntaria demuestra que todavía existe un electorado dispuesto a involucrarse cuando se le presentan alternativas creíbles.
Jeannette Jara representa una de esas alternativas que conectan con un electorado diverso. Su triunfo no se explica por su militancia comunista, sino por méritos personales y políticos que hablan por sí mismos: hija de la educación pública, formada en escuela y liceo con número, madre, profesional y jefa de hogar, proviene de una familia de esfuerzo y ha sabido combinar carisma con eficacia en la gestión pública. En su rol como ministra del Trabajo enfrentó desafíos complejos con firmeza, apertura al diálogo y vocación social, ganándose reconocimiento más allá de su sector. La democracia de estas primarias eligió su historia, su trayectoria y su capacidad. Muy lejos del estereotipo del comunismo y del fantasma repetido de Cuba o Venezuela, ganó una chilena real, con mérito propio y los pies puestos en la vida cotidiana de miles.
Jara rompe con la tradición de la política chilena en más de un sentido. No pertenece a la élite ni viene de los círculos de poder tradicionales. Milita en un partido poco integrado al eje tradicional del centro político, y sin embargo logra imponerse con claridad. Su victoria no puede ser leída como un avance ideológico radical, sino como la confirmación de que la ciudadanía está buscando liderazgos nuevos, cercanos, competentes y genuinos. Jeannette Jara supo ocupar ese espacio, y por eso ganó.
Los desafíos que se abren son múltiples y deberán confluir en un mismo horizonte: consolidarse en las urnas el próximo 16 de noviembre. Será necesario trabajar con determinación por la unidad de la coalición de gobierno, concordar un programa que —además de los consensos necesarios con el Frente Amplio, el socialismo democrático y el Frente Regionalista Verde Social— convoque con fuerza a la ciudadanía, y enfrentar a una derecha que, día tras día, extrema su discurso.
Ya habrá tiempo para que los candidatos que no resultaron electos, y las fuerzas políticas que los respaldaron, hagan sus análisis y autocríticas. Lo urgente hoy es reconocer el mérito de Jeannette Jara y no perder de vista que lo esencial, lo verdaderamente estratégico, es la unidad.
Rossana Carrasco Meza
Profesora de Castellano, PUC; Politóloga, PUC; Magíster en Gestión y Desarrollo Regional y Local, U. de Chile.