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José Miguel Blanco Gavilán: Un precursor del arte en Chile. Por Patricio Bustos Pizarro

En toda sociedad el arte suele ser el resultado de un proceso natural de acumulación de diversas expresiones de creatividad desarrolladas por distintas personas que desde sus particulares sensibilidades y modos de entender la realidad se aproximan a ella para interpretarla, reconstruirla y para transmitir sus singulares visiones y propuestas tanto ideológicas y culturales como sociales y estéticas.

El arte, junto con ser una expresión propiamente humana es, además, la sumatoria de todas las expresiones artísticas que en distintos momentos históricos de la humanidad y de las diferentes sociedades han surgido y se han consolidado como medios de expresión de sentimientos, de emociones y de convicciones acerca del ser humano y de la sociedad.

Cada expresión artística tiene sus propias normas, reglas, códigos, corrientes, herramientas, materialidades y técnicas que la convierte en una manifestación única, como la danza, el baile, la música, el canto, la pintura, la escultura, el cine y la literatura, entre otras. Del mismo modo, cada artista suele imprimir en sus creaciones artísticas su propio sello o un estilo particular que en algunos casos puede llegar a transformarse en un movimiento, con una nueva propuesta estética y una nueva visión de la realidad, que por razones obvias suele entrar en contradicción o disputa con las visiones artísticas dominantes o imperantes.

Promover y estimular el cambio o la transformación de los patrones estéticos existentes en una sociedad; sociedad que ha aceptado y que busca además conservar ciertos dogmas, valores, modelos y preceptos en las distintas manifestaciones artísticas, no es en nada fácil y normalmente produce para quienes lo intentan múltiples dificultades, enemistades y conflictos con quienes administran el poder en una sociedad.

Entendido así, resulta comprensible entonces que en términos generales el arte y sus diferentes manifestaciones de la creación artística, especialmente cuando se trata de innovar, transformar o enfrentar la estética existente, sea considerado un elemento transgresor, de rebeldía y hasta liberador de los patrones artísticos tradicionales para que alcancen nuevas dimensiones y expresiones y que efectivamente den cuenta de las transformaciones o de las necesidades de cambios en una sociedad. El arte es dinámico y sus expresiones artísticas tienden a fluir de modo natural hacia distintas direcciones.

Chile no ha sido una excepción. Desde su independencia de la monarquía española, en 1810, el desarrollo de las artes impulsadas propiamente por el Estado ha experimentado momentos de avances, de estancamientos e incluso de retrocesos.

La idea de un Estado que promueve la formación, la conservación y la difusión artística, a través del diseño, financiamiento, desarrollo e implementación de diversas políticas públicas, ha sido una lucha extensa en el tiempo y una experiencia incansable tanto para los propios artistas y creadores como para aquellos hombres públicos convencidos de la necesidad de estimular el desarrollo cultural del país.

Las primeras generaciones de artistas nacionales surgieron durante la segunda mitad del siglo XIX al alero de mecenas que provenían de la naciente oligarquía y burguesía nacional y a cuyos gustos, preferencias y exigencias estéticas los artistas debían adecuar sus creaciones básicamente pictóricas y escultóricas.

José Miguel Blanco Gavilán fue uno de esos artistas que se atrevió, en el contexto de una sociedad conservadora, a promover el desarrollo del arte nacional sobre la base de nuevas concepciones humanistas, valóricas, estéticas y republicanas que buscaban alejarse de los moldes tradicionales y que aspiraban a inaugurar nuevas expresiones y manifestaciones artísticas.

Su visión del arte no se circunscribió únicamente a la escultura, expresión artística que cultivaba con gran talento y éxito desde temprana edad, sino que su propuesta fue de carácter integral y abarcó ámbitos tan diferentes como la creación artística, la conservación de las obras de artes nacionales, la creación de una institucionalidad cultural dependiente del Estado, la formación de nuevos artistas, la difusión de las bellas artes a toda la sociedad, la democratización de las expresiones artísticas y la promoción del debate cultural en el país.

José Miguel Blanco Gavilán nació en Santiago el 16 de diciembre de 1839, en el seno de una familia humilde y de esfuerzo. Su padre fue un carpintero y su madre una dueña de casa. Desde los seis años comenzó a manifestar su interés y a desarrollar su habilidad por el dibujo. Datos biográficos señalan que siendo aún un niño tuvo los primeros contactos con el arte a través del artista mapuche Pedro Churi, quien se habría percatado del tremendo potencial artístico que poseía y habría convencido a sus padres para que lo inscribieran en el Instituto Nacional de Santiago en las clases nocturnas que impartía para obreros el pintor Juan Bianchi.

Para financiar sus estudios trabajo como aprendiz en un taller de artesanía religiosa. A los 19 años se incorporó a los Talleres de Escultura de la Academia de Bellas Artes, inaugurada en el año 1858, recibiendo la formación del escultor francés Auguste François.

Junto a Nicanor Plaza Águila (1844 – 1918) y Virgilio Arias Cruz (1855 – 1941), José Miguel Blanco Gavilán, es considerado parte de la primera generación de escultores chilenos que contribuyeron a fundar las bases de la tradición escultórica en el país. Blanco también es considerado el primer escultor propiamente nacional.

Por los progresos y avances experimentados por el talentoso joven escultor Blanco Gavilán, el gobierno del presidente José Joaquín Pérez, en el año 1867, le concedió una beca para que continuara su formación y para que perfeccionase su técnica en Paris. Radicado por nueve años en Europa, realizó estudios en el taller de grabación de medallas con el escultor Jean-Bautiste Farochon y en la Escuela de Bellas Artes con los escultores Auguste Dumont y Eugène Guillaume.

En 1871 Blanco Gavilán deja Paris y recorre varios países del viejo continente, participando en numerosas exposiciones y concursos en los que obtuvo importantes reconocimientos, y por cierto, significativos aprendizajes para su formación en el manejo de diversas técnicas escultóricas.

Con la experiencia y el conocimiento adquirido en Europa, de regreso a Chile en 1876, José Miguel Blanco Gavilán comenzó una fructífera labor destinada a plasmar en distintas iniciativas la necesidad de promover y de estimular en el país el desarrollo del arte nacional. Junto con mejorar su técnica escultórica de carácter academicista, realizó variadas innovaciones, especialmente en la profundización e inauguración de una línea de trabajo patriótica e indigenista.

Efectivamente, una vez en Chile se dedicó por completo a la idea de promover ante las autoridades del país la creación de un museo de bellas artes, siguiendo el modelo de los museos europeos. En la Revista Chilena de noviembre de 1879 publicó un sentido artículo en el que expuso la necesidad, la conveniencia y las ventajas para el país y para toda la sociedad chilena de contar con un museo nacional en el que se reunieran, conservaran y difundieran las producciones pictóricas de los artistas nacionales. Además, en 1885 creo importantes medios de comunicación especializados en los temas culturales y artísticos (Veladas Literarias, El San Lunes y El Taller Ilustrado) ambos orientados a formar y a educar a la población en el gusto y en la valoración por el arte nacional, entre ellos el Ilustrado.

Sus ideas avanzadas y sus diferencias ideológicas, estéticas y democráticas con respecto al desarrollo del arte en Chile terminaron por socavar la amistad que mantuvo por años con el destacado pintor y crítico de arte, de origen acomodado, Pedro Lira Rencoret (1845 – 1912). El conflicto entre dos de los más grandes exponentes de la escultura y de la pintura en Chile se mantuvo por largos años, con efectos perniciosos para el desarrollo de la actividad creadora y artística de Blanco.

Según la historiografía existente y la opinión de algunos estudiosos de la materia, las diversas autoridades que en la historia han dado forma al Museo Nacional de Bellas Artes, fundado en 1880 inicialmente con el nombre de Museo Nacional de Pinturas, no han reconocido suficientemente la iniciativa de impulsar la creación de un museo nacional, la obra y la influencia en las artes del escultor Blanco Gavilán como uno de los principales precursores del desarrollo del arte en Chile. Incluso algunos insinúan que ha sido desplazado y hasta invisibilizado por su origen y por no haber pertenecido a los círculos de poder de su época.

Una rápida revisión a la labor creadora del que podría ser denominado “el padre de la escultura chilena” muestra que su estilo escultórico buscó destacar dos aspectos que consideró relevantes para la construcción de la identidad de la naciente república. Por un lado, poner de relieve momentos y personajes de la historia chilena que con su valentía y decisión forjaron la emancipación y la independencia de Chile y de aquellos que posteriormente defendieron la patria ante enemigos externos. Por otro, destinó energías para rescatar la nobleza, recuperar la rebeldía, la valentía y el carácter indómito del pueblo mapuche para la formación de la identidad nacional.

Sus obras se encuentran distribuidas en importantes ciudades, museos, instituciones y colecciones privadas del país, destacando El tambor en reposo (Cripta de Bernardo O´Higgins), La virgen orante (Ex Congreso Nacional), Estatua de Galvarino, Monumento a los héroes y soldados de Atacama y Monumento a Arturo Prat (Copiapó), El padre Bartolomé de las Casas amamantado por una india (Museo O´Higginiano de Talca), Monumento a Benjamín Vicuña Mackenna (Arica), Monumento a Arturo Prat (Quirihue), Monumento a Blanco Encalada (Melipilla), Monumento a Ignacio Serrano (Paine), Estatua de Lautaro, etc.

Blanco Gavilán vivió sus últimos años alejado de su taller y sufriendo las consecuencias de una enfermedad que lo alejó tempranamente de la actividad artística y escultórica. Olvidado y casi sin recursos y con la ayuda fraterna de algunos amigos y de los hermanos de la primera logia masónica fundada en la capital de la república, de la que formaba parte, en febrero de 1897 dejó de existir, dejando una profusa obra repartida tanto en Europa como en Chile.

El 04 de febrero de 2022 se cumplen 125 desde el fallecimiento del escultor José Miguel Blanco Gavilán, ocurrida en la ciudad de Santiago. Una fecha propicia como para comenzar a redescubrir, a destacar y a reconocer a un ser humano humilde, de esfuerzo, creador, con una profunda sensibilidad social y artística que contribuyó de manera significativa a cimentar las bases sobre las cuales posteriormente se desarrolló la escultura y las artes en Chile.

José Miguel Blanco Gavilán es uno de esos tantos personajes que por diversas razones han sido olvidados, invisibilizados o relegados por la historia y por los intereses de algunos privilegiados. Su espíritu libertario y transgresor, su visión de futuro y su fuerza innovadora es lo que hoy Chile necesita para impulsar nuevos procesos de transformación y creación artística y cultural.

El Chile en construcción, el Chile del post estallido social debiese recuperar y reconocer a sus hombres y mujeres que realizaron importantes contribuciones en el proceso de construcción de la república y de la democracia. Nunca es tarde para comenzar.

Patricio Bustos Pizarro patriciobustospizarro63@gmail.com

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