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¿Kundry o Ariadna? Por Ricardo Espinoza Lolas

¿Kundry o Ariadna? ¿Ariadna o Kundry? ¿La superficie o lo profundo? ¿La naturaleza o el espíritu? ¿Lo pagano o lo cristiano? ¿El cuerpo o el yo? ¿Lo múltiple o lo único? ¿La música o el drama? ¿María Magdalena o la Virgen María? ¿Diónysos o el Crucificado? ¿Nietzsche o Wagner? ¿La distancia o el ser? ¿El acto sexual o la castración? ¿Lou o Cosima? Es en el personaje wagneriano de Kundry de Parsifal donde se expresa todo lo que no es Ariadna y que, por lo mismo, ya mienta a Ariadna.

Para entender este enigma y esta diferencia insalvable entre Wagner y Nietzsche, el filósofo repite, al final de su vida cuerda, en Nietzsche contra Wagner: “Los griegos eran profundos por ser superficiales”. El rasgo profundo es la jovialidad (Heiterkeit) misma de la Naturaleza en esa trama de dioses, esto es, expresión de Ariadna, de la distancia que permite las fuerzas dinámicas que avanzan y retroceden, bailan sobre el azar, que se mueven no con rapidez constante y uniforme sino siempre acelerada, siempre venciendo la inercia homogénea de la mismidad simétrica de una Naturaleza domesticada por el cristianismo, así como Kundry es domesticada por Parsifal, Naturaleza que en su distancia constitutiva no busca reposo alguno (Kundry es como el laberinto cristiano de Ariadna). El paso a veces rápido y a veces lento de Ariadna es el modo del ritmo y tensiones de las fuerzas nietzscheanas revolucionarias de la Naturaleza como un baile y no la fuerza homogénea del cristiano institucional de Wagner para construir no solamente un Estado nación, sino la propia subjetividad neurótica del yo cristiano. ¡Esto es lo profundo de la Naturaleza! Esto es, no tiene la Naturaleza nada “en sí”, sino todo lo contrario es estar-fuera-de-sí, exterioridad, éxtasis (Ausser-sich-sein), es la distancia de Ariadna: su radical aristocracia que todo lo posibilita, incluso darle sentido a la realidad que de suyo no lo tiene.

Nietzsche supo todos los detalles “finos” de Cosima (y de Wagner) y los ayudó en todo lo que pudo cuando perteneció a ese mundo de Tribschen; y, a la vez, fue confidente de Cosima. Ella no quería ser vista como la “puta” de Wagner; una inmoral que se quemaría en el infierno de los cristianos. A lo mejor por eso su obsesión con Parsifal. La última gran obra de Wagner es un regalo para ella, para redimirla de todo el horror de lo social puritano que padeció (no olvidemos que Wagner con Cosima fueron amantes por largos años y además ambos estaban casados y también tenían edades mus diferentes entre sí, Cosima era como una hija de Wagner: era un escándalo en la sociedad de la época). Kundry-Cosima ahora se entregaba a los brazos del héroe que la redime con su propia muerte, muerte de lo femenino y así nacimiento de la madre y Señora del Laberinto que todo lo administrará con su telaraña hasta el final de su vida en pleno siglo XX. Y así ella muere, como una Ariadna en Naxos, y podía renacer ahora como una mujer “perfecta” y cristiana y casada con este héroe cristiano envejecido que fue Wagner al final de su vida.

Y es importante señalar que el mismo dios Diónysos erotizado, en el Lamento de Ariadna, acompaña a la que se sufre en su dolor por haber sido abandonada (por Teseo), como una Kundry inversa (porque ella no va a renacer, sino que se quedará muerta como lo femenino para siempre al final de Parsifal), y le indica que ella es como él, a saber que tiene “sus orejas”. Cosima con sus “grandes orejas” solo tenía la posibilidad de escuchar la música de Wagner y de la modernidad del Laberinto cristiano (era la “hija de Liszt”); nunca pudo de verdad escuchar a Nietzsche y esa nueva música que estaba ya en sus textos que él le dedicaba (Nietzsche le regaló y dedicó todos sus trabajos a Cosima, no solamente El nacimiento de la tragedia, los Cinco prólogos, sino todos los textos de este período de Basilea). Ahora al renacer, las orejas de esta Ariadna se empequeñecen como las “orejas de Lou Salome” (que no sabía mucho de música y a Nietzsche eso no le importaba, al contrario de Cosima, siendo “hija de Liszt”, primera esposa de von Bülow, luego de Wagner, y gran pianista, era una gran conocedora de la música, pero tenía “orejas grandes”, como las de los personajes de Wagner). Lou tienes las orejas dionisíacas para la nueva música, para la nueva Ariadna que ya no es Kundry, para vivir el eterno retorno, esto es, una afirmación alegre de la vida ‘a pesar de’ tanta estupidez y miedo que le tenemos. Si recodamos el poema el Lamento de Ariadna vemos lo que le añadió Nietzsche al final del texto y al final de su vida en enero de 1889: “Un rayo. Dioniso aparece con esmeraldina belleza. (…) Dioniso: (…) ¡Sé prudente, Ariadna!... / Tienes orejas pequeñas, tienes mis orejas: / ¡mete en ellas palabras prudentes! — / ¿No hay que odiarse primero, cuando se debe amar?... / Yo soy tu laberinto...”. Esta nueva Ariadna prudente, una Ariadna que se le mete prudencia, pensamientos-prudentes en sus orejas (no como el enano-topo de Zaratustra III que mete pensamientos-plomos en las orejas de lo humanos: Parsifal a Kundry), compañera del dios, y con sus orejas tiene mucho que decirnos. Es lo que Nietzsche tenía en su cabeza en esos días de 1889. Y sabemos que lo último que escribió en este poemario es lo mismo que escribió en Nietzsche contra Wagner, a saber el Poema: De la pobreza del más rico. Este poema era del tiempo de su Zaratustra (y sus Canciones) y Nietzsche lo coloca aquí para terminar su ahora sus Ditirambos al dios ebrio pagano. Y termina jugando y parafraseando con el Evangelio, pero de forma inversa y eterno retornante, se retorna en diferencial material, a saber, se retorna siempre con Ariadna: “Tienes que volverte más pobre, / ¡sabio sin sabiduría!, / si quieres ser amado. / Solo se ama a los que sufren, / solo se da amor a los hambrientos: / ¡primero regálate a ti mismo, oh Zaratustra! (…) Yo soy tu verdad...”. Está claro que decir “Yo soy tu laberinto” indica “Yo soy tu verdad”. Y esa verdad, siempre femenina, que Nietzsche repite una y otra vez en su obra, porque piensa en Ariadna, es una verdad laberíntica que libera a la propia Ariadna de ser Señora del Laberinto, una Kundry de la Modernidad, de la cristiandad, de la maternidad, del capitalismo, a saber, libera a la propia Cosima que muere en Naxos para que renazca como una Lou de orejas pequeñas y que pueda bailar y que acontezca lo femenino. Y también en ello libera al mismo Wagner que se volvió en un Teseo encerrado en el Laberinto de Tribschen y de ahí no salió nunca más, en un pobre Minotauro traicionado por Cosima, la Kundry. Por eso el texto al final de este otro texto maldito y perverso de Nietzsche termina con la misma sentencia “Yo soy tu verdad”. Y como Nietzsche escribía siempre entre sus textos interconectados, nos dice de forma tan clara al inicio de Más allá del bien y del mal que el problema lo tienen los filósofos que no saben nada de mujeres (de laberintos), luego de la verdad: “Suponiendo que la verdad fuera una mujer —, ¿cómo? ¿Acaso no está fundada la sospecha de que todos los filósofos, en la medida en que fueron dogmáticos, han entendido poco de mujeres? ¿De que la escalofriante seriedad y la torpe indiscreción con que hasta ahora se han acercado a la verdad fueron medios desacertados e impropios para seducir precisamente a una mujer? Lo cierto es que ni siquiera se dejó seducir: — y hoy toda forma de dogmática está ahí de pie, con una actitud triste y abatida”. Eso fue lo que le aconteció a Wagner, que devino de músico a ideólogo, con lo femenino y en ello la realidad y verdad misma, pues al final todo se volvió en un dispositivo de normalización, dominación, patriarcado y diría de capitalismo, pero ante y contra esto tenemos a Nietzsche y su Ariadna, como NosOtros tenemos a nuestra Ariadna que nos invita a bailar bajo la nueva música de estos tiempos. Y ¿cuál es esa música hoy?...

Barcelona, 19 de mayo de 2023

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