En otra opinión se relevó la importancia geoestratégica y geopolítica de la formalización del Estatuto Antártico promulgado por Sebastián Piñera, en cuanto herramienta de gestión que venía a contribuir a la consolidación del imaginario tricontinental que el Estado chileno viene esculpiendo desde hace un tiempo a esta parte. Este imaginario, parte del código geopolítico chileno, implica tres elementos: presencia en el continente americano vía ejercicio soberano en la región sudamericana; presencia en el continente de Oceanía – Polinesia, vía Rapa Nui (por lo menos culturalmente); y por último en la Antártica, vía suscripción y participación en el Tratado Antártico, acompañada tal acción con una Política de Desarrollo Antártico en el plano científico en función del tratado (bases científicas en ese territorio) y, finalmente, también un acompañamiento oceánico, por medio de una política nacional oceánica, entre otros, consolidando la pretensión y funcionalidad soberana de la Antártica como espacio geográfico.
Junto con la condición tricontinental, también se refuerza otro imaginario que se viene labrando desde hace algunas décadas, esto es, el Estado Chileno, como oceánico, dada su proyección hacia el Océano Pacífico bajo la reglamentación internacional que permite la Convención de Mar, como son las 12 millas de mar territorial, las 12 millas de zona Contigua y las 200 millas que se denominan Zona Económica Exclusiva, sumándose las millas referidas a la insularidad de Rapa Nui-Salas y Gómez y otras, más, la proyectada desde la pretensión antártica.
A la tricontinentalidad lograda en función de pretensión antártica, más la condición oceánica del Estado chileno, sumada a la pretensión de reivindicaciones que se encuentran en curso, a propósito de las Plataformas Continentales Extendidas de Chile en Rapa Nui y en la pretendida Antártica, convertirían cualquier gestión sobre el continente helado, como oportuna, más cuando el código geopolítico chileno, gradualmente ha internalizado la importancia de la Antártica en el ordenamiento territorial nacional que busca trascender a ese imaginario clásico de la “Larga y Angosta Faja de Tierra”, más esa idea de “Loca Geografía”, esta última, que viene a particularizar una situación de locura global, dado que en cualquiera de los puntos del globo existen procesos de geografía física y humana, que, con cambio climático global mediante, ahora, los intensifican de manera inapelable.
Los procesos climáticos nacionales y globales, le jugaron una mala pasada a la agenda antártica del Presidente Gabriel Boric, cuando de hacer de la comunicación política una herramienta funcional al fortalecimiento de estos imaginarios descritos. Pero como ya se indicó en otra oportunidad, el mandatario, a diferencia de otros en la historia de Chile, no sólo nació y se crio con un océano de fondo, sino que con un continente antártico como expresión geográfica vecina de su cotidiano temporal y espacial en su condición de magallánico. Más allá de su nutrida y articulada comitiva con la que avanzó en esta ‘agenda positiva’, para gestionar estatalmente en interescalaridad geográfico-política-económica-cultural vía política públicas, importa indicar que este mandatario, tuvo, tiene y tendrá una sensibilidad-racionalidad consciente en cuanto código geopolítico antártico nacional, funcional, además, a otros imaginarios que día con día, el Estado chileno viene esculpiendo. Es decir, debiese perseverar, en esta materia.
En este sentido, también se esperaría que este mismo imaginario, se vaya logrando en sentido de cooperación, en el entendido que el ‘hacer’ de Argentina, es directo sobre este territorio, pero también lo es, desde otros países de la región sudamericana como Colombia o Brasil. El considerar esta situación de interés por el continente helado, es la base para gestionar la participación de Chile, Argentina y otros países de la región sudamericana en un Código Geopolítico Nacional Antártico en clave cooperativa, tributario a un Código Geopolítico Sudamericano Antártico. Estos planteamientos podrían ser relevantes en la lógica de la revisión del Tratado Antártico el próximo 2048. Las potencias globales (EE.UU., Rusia, China, Europa, empresa privada global), se encuentran atentas a estas circunstancias. Pero ¿qué pasa con los países de la región sudamericana?
Hace años que dejó de ser un misterio la importancia de la Antártica, es más, siempre se supo que su gestión debía ser contenida-pausada nacionalmente para evitar un conflicto violento armado entre los países más importante del (des) orden internacional. Así se explica el Tratado Antártico logrado en plena Guerra Fría. Hoy en un nuevo (des) orden internacional, en proceso de transición, demandaría otros derroteros, en los cuales Chile y la región sudamericana (incluso latinoamericana), pudiesen tener un papel, en la asimetría de poder que les corresponde en dicho telón de fondo internacional. Para eso es necesario seguir un derrotero para el cual se está atrasado, potenciando aún más la investigación antártica con una buena logística para dichos fines, aumentando también la cooperación científica sudamericana. Pero la agenda científica dura, debe ir acompañada de una nutrida agenda de investigación en clave geopolítica, donde los internacionalistas, geógrafa/os, historiadora/es y cientistas política/os entre otra/os, tienen mucho que aportar para entender y prospectar estratégicamente los desafíos antárticos.
Sebastián Sánchez
Historiador. Dr. © en Estudios Americanos con Especialidad en Estudios Internacionales de la Universidad de Santiago de Chile (USACH). Máster en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid. Director de Estudios Contemporáneos.
José Orellana Yáñez
Doctor en Estudios Americanos Instituto IDEA-USACH, Magister en Ciencia Política de la Universidad de Chile, Geógrafo y Licenciado en Geografía por la PUC de Chile. Académico de la Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Academia Humanismo Cristiano