¿Existen las brujas? Con esto me refiero no a la de los cuentos de hadas en donde las brujas son siempre las “malas” y se quieren comer a los niños “buenos”. Ni menos a nada descalificativo respecto a lo humano, en general, ni a lo femenino, en especial. En esta columna de este sábado, después de una semana intensa en mi vida (como es mi vida), reflexionar sobre la bruja es un intento de reflexionar sobre mi mismo mediado por alguien que en su aparecer ante mí, se presentó como una “bruja” en Europa, ya hace unos años. Y ha sido una de las experiencias más increíbles que he tenido. Y por medio de esa experiencia creo que Ud., como lector de este texto que tiene ante sí, en su ordenador, teléfono móvil, etc., puede también realizar una experiencia similar, a saber, la experiencia de interiorizarse; y, en ello, su “origen” que estaba perdido en su pasado, se actualiza en un “inicio” siempre vivo, joven y dinámico que le permite bailar en la vida, incluso en tiempos de penuria, por encima de las cosas dolorosas que le pueden acontecer.
La bruja, tal como ella se presentó en mi vida con 53 años, indica esa experiencia por la cual alguien te posibilita ver lo que no se quería ver: ya por olvido, ya por dolor, ya por lo que sea, pero que de un modo u otro se volvió traumático y ha quedado en el pasado original de cada uno como un cierto supuesto que nos mueve negativamente hoy y nos melancoliza y nos impide ser alegres los uno con los otros. Y no sabemos radicalmente qué es eso que nos ata a nuestro pasado, pero allí está enquistado como un origen borroso que nos constituye en nuestro presente y que no nos da alas para ser libres, y que se diluye como un mito desde el análisis intelectivo de uno mismo, pues queremos y buscamos honestamente saber lo que nos pasó en nuestro origen y, a la vez, no podemos verlo y se nos escapa como un fantasma que nos merodea en la noche de nuestro tiempo y que desaparece cuando encendemos la luz.
La única forma que nuestro origen se vuelva en algo positivo y que se nos repita jovialmente es que ese origen devenga un inicio que pasa por nosotros en la misma medida que lo actualizamos por medio de tal o cual “cosa” en nuestra experiencia diaria. Y para generar ese devenir de lo traumático, que nos origina con una carga pesada que no nos libera a un ser finito material y doloroso que se inicia a caminar luego a bailar en ciertos momentos de nuestro presente, es necesario la intervención de la bruja, de una bruja, de algo o alguien que opere como si fuera una bruja, esto es, el “significante bruja”.
La bruja nos media con nosotros mismos, nos atraviesa nuestras defensas y negaciones, y, de este modo, nuestras “verdades mudas” se vuelven en “parlanchinas” y lo que era oscuro para cada uno se torna, ahora, luminoso y nos indica el camino para disolver el Laberinto en el que hemos vivido de modo inconsciente y político. A mí ella me dijo, mientras tocaba mi cuerpo, pues estaba tendido en una camilla y descalzo y con el torso desnudo, era un tocar tipo masaje muy preciso sobre mi cuerpo, en la cabeza, en los brazos, etc., bueno, ella me preguntó: ¿Cómo había nacido? ¿Cómo fue el acto mismo del mi nacimiento?, porque en ese acto olvidado y original, me decía con voz suave, algo pasaba que me dolía y que me seguía doliendo y no me dejaba ser libre. Y lo que debíamos realizar, así como una regresión a lo Winnicott, era actualizar ese origen para que me acompañara no como un “pesado fantasma” que me atormenta, sino que ahora operara siempre como un inicio en mi caminar presente y que en esa alegría de sentirme libre tomara las mejores decisiones para mi vida. Y de ahí, de ese momento en que me “habló la bruja”, mejor dicho, me habló con preguntas, que pienso que ese decir de la bruja expresa, en cierta manera, lo mejor del decir dionisíaco, esto es, el del eterno retorno (y se aleja por completo de una experiencia cristiana y, por ende, neurótica, por eso ella es, precisamente, la “bruja”). Y si la bruja tuviera la razón, esto es, nuestra vida se juega en nuestro presente, no en lo que queremos ser y menos en lo que hemos sido, pues cuando el tiempo lo entendemos desde el pasado y el futuro, tan caro al cristianismo (y también al capitalismo), nos volvemos en unos neuróticos que no sabemos vivir nuestro presente, en toda su materialidad, contingencia y dolor, porque solamente allí, en ese tempo del presente es en donde se es libre, se decide y, por tanto, se baila por encima de todas las cosas y “lo humano, demasiado humano”, como diría Fritz a inicios de agosto de 1881, en el Lago Silvaplana a 4 kms de Sils Maria, a 6000 pies de altura, junto a una enorme piedra de forma piramidal.
La pregunta de la bruja me llevó como un personaje de Camus y Kafka con algo de Fellini, Welles y Bergman a preguntarle a las cosas, a los recuerdos, a los humanos, a mi madre por mi nacimiento. ¿Qué aconteció en él? ¿Hay algún modo de retornar al doloroso “origen” para luego volverlo en sano “inicio”? Y sabemos por Avengers: Endgame (2019) y Flash (2023) que todo retorno al pasado es un rollo porque lo que se “toca” de él, luego vuelve de otra forma en el presente, pero también en dicho pasado todo cambia. Y esto puede ser un desastre si se “toca” lo equivocado. Es como hacerse un análisis con el analista equivocado, en un momento que el mismo cuerpo no estaba para hacerlo, en un tiempo errado para el análisis mismo. A veces la transferencia, la contra transferencia (o el deseo del analista, dicho en lacaniano) nos imposibilita una regresión a la altura de lo que demanda nuestro propio dolor y lo que acontece es el abismo desde el cual no se sale o ya no se saldrá: ante eso la “mano de la bruja” se nos vuelve crucial para entrar en nosotros mismos y poder salir de alguna forma para bailar en un presente y en donde el pasado y el futuro, lo que no entienden los films de viajes en el tiempo, importa un soberano “carajo”, porque es la experiencia dionisíaca la que ahora nos constituye y se nos revela como inexorable.
Y la madre habló por medio de un audio de un WhatsApp. Y lo que ella recordaba, porque lo tiene inscrito con fuego en su cuerpo, es, porque siempre todo pasado se actualiza en un presente, que al nacer: “casi me muero”. Esa expresión, que tiene lo suyo, me indicaba la mortalidad misma desde mi nacer. Ambas se co-pertenecen, se co-actualizan, se tejen entre sí: vida-muerte. Y era como si la bruja fuera una especie de Ariadna que para indicarme cómo se disuelve el Laberinto en el que hemos vivido, me señalara rotundamente, y de modo jovial, que es lo dionisíaco y no lo cristiano; y, por ende, ni de neurosis, ni de pasado ni de futuro, ni tampoco de cierta terapia decimonónica europea, que no quiere dejar de ser y se resiste a desaparecer en la actualidad, terapia que nace desde la postulación a priori de un aparato psíquico que como un otro micénico constituye formalmente al yo que vive neurotizado en medio de todos. Porque no se trataba del yo (y, por tanto, tampoco del Estado-nación como horizonte desde el cual nos constituimos), ni del tiempo del yo, que es el tiempo de la neurosis, de ese pasado traumático que nos perfora y nos constituye un presente taladrado por un futuro maldito que nos atemoriza en el vacío del capitalismo nihilista que nos quiere determinar como una ley simbólica paternal que nos cierre y que con ese engaño, ese dispositivo, vivamos creyéndonos autónomos y libres, pero, al contrario, vivimos en verdad totalmente encerrados en el Laberinto de turno que elegimos para que nos salve de ese miedo a nuestra íntima “verdad muda”, a saber, nuestra muerte.
Todo era más simple: se trataba del tiempo de la propia finitud y mortalidad sin sentido alguno que constituye nuestro presente animal y material. Y solo desde esa experiencia dionisíaca se tiene la distancia para vivir-la mortalidad que somos. Y de este modo, nos nace, ser inflexibles, como Antígona, para generar una construcción ético-política para crear “estrellas danzarinas” entre NosOtros.
Polignano a Mare, 15 de julio de 2023