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La candidata Matthei y la amnesia histórica. Por Fabián Bustamante Olguín

Las últimas declaraciones de Evelyn Matthei, candidata presidencial de Chile Vamos, emitidas Radio Agricultura respecto al rol de su padre en la Junta Militar revelan una peligrosa trivialización del horror. Al justificar lo “inevitable” de las muertes durante los primeros años de la dictadura civil-militar—bajo el eufemismo de una “guerra civil”—, Matthei 1) blanquea la violencia extrema desde el Estado del régimen; y 2) perpetúa un relato que busca exculpar a los actores de un sistema diseñado para aniquilar disidencias.

Resulta particularmente significativo el espacio en que estas afirmaciones fueron realizadas: Radio Agricultura, emisora cuyos auditorios se identifican mayoritariamente con sectores de derecha. En ese contexto, sus palabras no son meramente declaraciones aisladas; es parte de una estrategia discursiva que interpela directamente a su electorado, legitimando una memoria histórica selectiva y justificadora.

Es preocupante cómo la candidata manipula la memoria histórica. Afirmar que su padre, Fernando Matthei, ingresó a la Junta en 1978 por una supuesta responsabilidad patriótica ante un conflicto con Argentina ignora un hecho incómodo: para entonces, la dictadura civil-militar ya llevaba cinco años de ejecuciones, torturas y desapariciones. La retórica de “lo inevitable” no es más que un intento de naturalizar el terror como un mal necesario, una lógica que equipara la represión con un acto de defensa nacional. Pero la historia no se escribe con condicionales: Chile no estaba en guerra en 1973; hubo un golpe de Estado que instauró un régimen que convirtió la tortura en política sistemática de Estado.

Mattei insiste en que su familia era “crítica” las violaciones a los derechos humanos, incluso señalando que su padre advirtió a sus subalternos sobre no cometer abusos. Sin embargo, formar parte de la Junta no es un acto neutro. La presencia de Fernando Matthei en ese organismo lo convierte en cómplice por omisión o acción. No basta con dar órdenes éticas si sigue legitimando una estructura que asesinó a miles. La moral selectiva no redime: ser “menos cruel” que otros jerarcas no borra la responsabilidad institucional.

Más grave aún es la contradicción de la candidata: apoyar el golpe, pero no la dictadura. Como si el 11 de septiembre de 1973 no hubiese sido el germen de un régimen que duró 17 años. Este discurso de campaña de Matthei refleja que un sector de la derecha aún no asume su vínculo con el autoritarismo. Basta recordar que en 1998 la propia Matthei defendió públicamente al general Augusto Pinochet —incluso llamando a boicotear los productos españoles e ingleses —, mientras hoy procura distanciarse de ese pasado sin romper del todo con él. Un equilibrio forzado, que oscila entre el cálculo electoral y una coherencia que, por momentos, parece ausente.

En este momento, estimo que la candidatura de Evelyn Matthei atraviesa ciertas dificultades. De hecho, las encuestas muestran un descenso en su posicionamiento en comparación con otros candidatos del sector. Desde mi perspectiva —y a modo de cierre de esta columna— ello obedece a que Matthei no encarna una visión de futuro para el país. Su figura representa más bien una tradición política de viejo cuño, vinculada al proyecto de la dictadura civil-militar, y que, en su momento, como señalé anteriormente, defendió públicamente al general Pinochet durante su detención en Londres. No se trata de un rostro nuevo en la escena política, y es probable que sus propuestas para enfrentar los desafíos actuales tampoco lo sean. Y, lamentablemente, esta cuestión —la falta de novedad y de una propuesta política renovada y atractiva para Chile — constituye un déficit compartido por todos los candidatos actuales.

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Fabián Bustamante Olguín. Académico Asistente del Departamento de Teología, Universidad Católica del Norte, Coquimbo

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