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La certeza de la propia inutilidad de Roberto Arlt. Por Matías Saá Leal

Odio a la indiferencia del mundo, a la miseria acosadora de todos los días,
y al mismo tiempo una pena innominable: la certeza de la propia inutilidad.
Roberto Arlt, El juguete rabioso.

Me acuerdo de la primera vez que caminé por la Avenida Corrientes, esa emblemática arteria porteña. Era pleno verano de este año, y el calor urbano se mezclaba con la brisa suave que llegaba desde el Obelisco cercano. Caminaba con P, en una conversación constante sobre los altos edificios que evocaban la arquitectura europea, y sobre la magnificencia del teatro Colón, cuya imponencia no dejaba de asombrarnos. También, comentábamos los stickers coloridos que las damas de compañía pegaban discretamente en las esquinas, cuando, de repente, me encontré con don Alejandro, un viejo librero de la Feria permanente del libro usado de Manuel Montt en Santiago. Fue una grata sorpresa encontrarme con un rostro familiar en mi primer día deambulando por Buenos Aires.

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Stickers de damas de compañía, Buenos Aires.

Alejandro, con su voz pausada y su aire de sabiduría, me explicó que estaba en la ciudad buscando libros junto a su hermano, y se lamentó del incremento de precios en Corrientes comparado con años anteriores.

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Librería con una sección de escritores suicidas, Corrientes.

— No te recomiendo que compres aquí — me advirtió, pero su consejo se perdió en mi entusiasmo por explorar cada librería (y algunas pizzerías) que encontraba en el camino.

En una de esas librerías me acerqué al mostrador y pregunté por los libros de autores franceses.

— Hablá más lento, por favor — me pidió el librero con un acento porteño que marcaba cada sílaba.

— ¿Don-de es-tán los li-bros de los es-cri-to-res fran-ce-ses? — repetí, esforzándome por modular cada palabra.

— Che… ¿para qué querés leer a los franceses? ¡Leé a Borges! — me contestó, con una sonrisa de orgullo nacional que me hizo reír y reflexionar al mismo tiempo.

Para mí, eso es Corrientes: es el chico que me pidió hacerme una lectura de iris por 20 pesos y que luego salió en las noticias por vender información personal a marcas y empresas. Es la pizzería en donde la porción «para dos» es perfectamente suficiente para una familia de cinco personas. Corrientes son las familias que salen a cenar a las doce de la noche porque sus casas son demasiado pequeñas y ocupan la avenida como su patio trasero. Es el ruido constante de los colectivos, el aroma de las parrillas ambulantes, y el bullicio de los vendedores callejeros ofreciendo sus mercancías a viva voz.

Es la Buenos Aires nostálgica y oscura de Horacio Coppola en donde cada esquina captura un momento congelado en el tiempo. Es la pareja que se ponía a escuchar al Indio Solari con un parlante en la mitad de la calle con una cerveza de litro y una milanesa para cada uno, y cuando le preguntas qué escuchan, te hacen una introducción completa sobre Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado y el show que brindó el Indio para 170.000 personas en el Hipódromo de Gualeguaychú.

Buenos Aires son los paseos con P. hasta la madrugada. Fue el «salgamos a ver si encontramos algo abierto» mientras estábamos acostados en la cama a las doce de la noche, y al salir, encontrarnos con toda la ciudad en la calle y todos los negocios y restaurantes abiertos. Son incluso las pizzas de cadena con mucho queso. Buenos Aires para mí fue encontrar la mejor compra que hice: unos calcetines de Sylvia Plath que jamás creí encontrar en algún lugar del mundo.

Buenos Aires fue el intercambio de libros con Heber: él me obsequió El mal amor y yo, como buen (o mal) chileno, le di un ejemplar de Lihn. Buenos Aires fue quedarnos en un departamento sin luz ni calefacción en pleno verano, con los mosquitos atacándonos incansablemente. Fue pelear por primera vez con P en una pizzería Kentucky de la esquina, mientras la ciudad vibraba a nuestro alrededor. Fue experimentar el calor asfixiante de la noche porteña, sentir el pegajoso sudor en la piel.

Fue hacer el amor sin poder ver a P, ya que nuestra habitación estaba sumida en una oscuridad total. Solo teníamos una pequeña ventana que daba hacia el corredor del departamento, el cual compartíamos con un chico que era amigo del dueño. El dueño, que andaba de vacaciones en Bariloche, había dejado a Carlos a cargo del lugar. Así, cada vez que teníamos sexo, lo hacíamos en completa oscuridad y en absoluto silencio, dejando que el tacto fuera nuestro único sentido. Cada penetración, cada beso y cada caricia se sentían intensificados en la penumbra, como si la falta de luz y sonidos amplificara nuestro sentidos del tacto. La piel de P se volvía un mapa de sensaciones, cada roce y suspiro se grababan en mi memoria con una viveza que solo el anonimato de la oscuridad podía proporcionar. Nunca he vuelto a tener sexo como lo tuve en Buenos Aires.

Corrientes fue meternos a una tienda de discos y ver a P emocionada por encontrar un CD que no había llegado nunca a Chile. Fue pasar por afuera de un cine y encontrarnos con una película chilena: Los Colonos. Fue ver a Felipe Avello en la calle. Fue ver Nueve reinas remasterizada y en 4k. Fue ver una obra de Puig. Fue comer ravioles de calabaza con salsa de tomate y pesto en un lugar cheto que jamás podría pagar en Chile.

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Horacio Coppola, Buenos Aires 1936

Corrientes es Roberto Arlt robando libros para saciar su insaciable hambre de conocimiento. Es Arlt explotado por un librero, trabajando largas horas en un taller mecánico, y traicionando a sus amigos para sobrevivir.

Mejor dicho, es Silvio Astier, el protagonista de El juguete rabioso (1926), que encarna la lucha y las contradicciones de la vida en esta ciudad. Es la mezcla de desesperación y esperanza que se respira en cada rincón, donde cada historia es un reflejo de la lucha por encontrar un lugar en el mundo. Es ese joven de 15 años cansado de la vida urbana, desesperado, rabioso, fracasado, marginal y pobre. Pero también es ese joven melancólico que busca consuelo de su tristeza en la poesía y en la belleza: Algunas veces en la noche, yo pensaba en la belleza con que los poetas estremecieron al mundo, y todo el corazón se me anegaba de pena como una boca con un grito.

Pensaba en las fiestas a que ellos asistieron, las fiestas de la ciudad, las fiestas en los parajes arbolados con antorchas de sol en los jardines floridos, y de entre las manos se caía mi pobreza.

Ya no tengo ni encuentro palabras con qué pedir misericordia.

Baldía y fea como una rodilla desnuda es mi alma.

Busco un poema y no lo encuentro (Arlt 91).

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Milei portada de Barrelona, 2024, Avenida Corrientes.

Ricardo Piglia es hasta ahora mi escritor argentino favorito y llegué a él gracias a Heber y llegué a Arlt gracias a Piglia. Lo que Piglia escribía y recomendaba para mí era ley. En Crítica y ficción (1986), Piglia destaca que Roberto Arlt ha mantenido su relevancia a lo largo de los años, siendo constantemente leído y considerado un escritor contemporáneo desde hace cincuenta años. En una entrevista por Marithelma Costa (1986), Piglia añade que: «Si hay un escritor profético en la Argentina, ése es Arlt.
No trabaja con elementos coyunturales, sino con las leyes del funcionamiento de la sociedad. Se podría decir que sus materiales no son la sociedad, sino lo social mismo». Arlt se presenta como un profeta literario en Argentina, cuyo trabajo no se limita a eventos temporales, sino que explora las leyes fundamentales de la sociedad. Arlt, captura la alienación y la lucha de los individuos en un entorno urbano opresivo y deshumanizante, presentando personajes marginados y desfavorecidos que luchan por encontrar su lugar en una sociedad que parece indiferente o incluso hostil hacia ellos. En el capitulo II, «Los trabajos y los días» de El juguete rabioso, Silvio Astier está condenado a una serie de trabajos precarios y situaciones adversas mientras navega por la Buenos Aires de principios del siglo XX.

Silvio empezó a trabajar a los 15 años después de discutir con su madre y decidir abandonar sus estudios. Consiguió su primer empleo en una librería, que él describe más como una casa de compra y venta de libros. Poco a poco, se da cuenta de que será explotado de manera extrema; las largas jornadas laborales y las condiciones precarias para dormir en el lugar le revelan la dura realidad del mundo laboral. Esta experiencia inicial marca el comienzo de su trayectoria laboral, mostrándole desde joven las dificultades y desafíos de la vida adulta en la ciudad:

Y yo tras ellos, pensaba cuán larga había sido mi primera jornada. Subimos y al llegar al pasillo don Gaetano me preguntó:

— ¿Trajiste colchón, vos?

— Yo no. ¿Por qué?

— Aquí hay una camita, pero sin colchón.

— ¿Y no hay nada con qué taparse? (Arlt 73).

Silvio siempre encuentra formas creativas de resolver problemas. Silvio ejemplifica cómo la inteligencia puede ser tanto un medio de supervivencia como una herramienta para desafiar las limitaciones impuestas por las circunstancias:

Yo comencé a examinar mi cama. Muchos debían de haber padecido en ella, tan deteriorada estaba. Habiendo la punta de los elásticos rasgado la malla, quedaban estos en el aire como fantásticos tirabuzones, y las grampas de las agarraderas habían sido reemplazadas por ligaduras de alambre (…) Me saqué los botines, que envueltos en un periódico me sirvieron de almohada, me envolví en la carpeta verde y dejándome caer en el fementido lecho, resolví dormir (Arlt 74). En su obra, Arlt describe las condiciones precarias de una cama deteriorada, donde los elásticos rasgados y las grampas reemplazadas por alambre evidencian la pobreza extrema. Este retrato de desigualdad social y supervivencia encuentra un eco en la creación de Antonio Berni a finales de los años 50. Berni, preocupado por la realidad social de Argentina, desarrolló a Juanito Laguna como un símbolo universal de los niños marginados en las grandes ciudades latinoamericanas. A través del collage y el grabado, Berni denunció las consecuencias del desarrollismo y la falta de vivienda en las villas miseria, como se refleja en su obra «Juanito dormido».

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Berni, Antonio. Juanito dormido

El tema del trabajo y su búsqueda es recurrente a lo largo de la novela. Silvio se embarca en la búsqueda de empleo con la esperanza de ganar el orgullo de su madre: «Si ha de ser dándome un empleo, quizás en la administración municipal o en el gobierno. Si fuera cierto, ¡qué sorpresa para mamá!» (Arlt 86), pero su experiencia con el señor Souza termina en desilusión cuando no es reconocido y se le cierra la puerta en la cara. Esta experiencia previa de abuso deja una huella profunda en él, generando una sensación de impotencia y desconfianza hacia los entornos laborales. A pesar de sus esfuerzos por encontrar trabajo, enfrenta rechazos constantes que refuerzan su percepción de ser incapaz o no apto para ser valorado en el mercado laboral. Cada rechazo profundiza su tristeza y lo hace sentir atrapado en una situación sin salida: «Y otra vez más triste, bajo el sol, emprendí mi camino hacia la caverna» (Arlt 87).

La escritura de Arlt se compone de una sinceridad radical. Arlt es conocido por su enfoque directo y sin tapujos en la literatura, donde busca abordar temas y utilizar un lenguaje que otros escritores de su época podrían haber considerado inapropiados o fuera de los límites convencionales. En su análisis sobre Roberto Arlt, Mario Goloboff destaca cómo el autor argentino utiliza su obra para explorar las duras realidades de la explotación laboral urbana. Goloboff argumenta que Arlt, a través de su «máquina literaria», revela las condiciones precarias y la brutalidad del trabajo industrial y urbano en Buenos Aires durante las primeras décadas del siglo XX. Según Goloboff, Arlt desafía las convenciones literarias de su tiempo al incorporar el lenguaje y las experiencias de los trabajadores marginados, utilizando una prosa directa y sin concesiones que refleja la crudeza de la vida urbana y laboral en la capital argentina:

Ser escritor significa para Arlt decirlo todo, no ocultar nada, perder el respeto de la literatura en temas y en lenguaje, es decir, hacer entrar en ella no sólo las anécdotas y los personajes que cierta literatura argentina hasta entonces se negaba, los pensamientos más insólitos y más descabellados. Cuando pienso en Arlt, recuerdo mi estancia trabajando en la bodega en Pudahuel. Releer El juguete rabioso me llevó a revisar mi diario de aquella época no tan lejana y me encontré con frases como: «Dani estaba esperando a ser despedido para tener vacaciones. Era la única esperanza que le quedaba para descansar» y «no nos dejaban almorzar hasta terminar la producción. El hambre era nuestro motor de energía. Trabajábamos con la ilusión de comer». Lo estaba pasando muy mal y en aquel tiempo no me di cuenta.

Buenos Aires es ese constante sentimiento de querer escapar de la pobreza, una lucha interminable donde los sueños se enfrentan a la realidad. Es la desesperación de ver los edificios elegantes del centro mientras uno vive en una casita humilde en las afueras, es el contraste entre los barrios opulentos de Recoleta y los márgenes olvidados de Villa Lugano. Es la esperanza que renace cada mañana con el sol, solo para ser golpeada nuevamente por la dureza del día a día. Es el ruido de los colectivos y el murmullo incesante de la gente en la calle, todos persiguiendo una mejor vida, sin éxito, como cantó Santi Motorizado:

Vos soñás con un barrio mejor

Y te quedaste mirando la nada.

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