El Toro Blanco caminaba errante por Chile, con sus patas realizaba la típica passeggata pugliese, esto es, caminaba sin rumbo fijo de un lado para el otro: de Atacama a Puerto Varas, de Valparaíso a Chiloé, etc. Estaba agotado de tantas aventuras realizadas por siglos y, en especial, en La Puglia, empero después del encuentro con los mártires de Otranto, de 1480, de esos esqueletos de 803 humanos que dieron la vida por no abjurar de su fe cristiana ante los musulmanes de Mehmed II, que están dentro de la Catedral, había quedado totalmente cansado: ese diálogo entorno a la muerte que tuvo con ellos fue demasiado, incluso para él; aunque esto ya lo relaté en otro cuento (en uno pugliese). El Toro necesitaba tomar distancia de tanto dolor y, en ese momento, fue cuando escuchó que nacía un Monstruo en Valparaíso, en 1967, y viajó rápido para acompañarlo en su llegada a este mundo. Pues si no lo hacía él no existiría, no habría nacido vivo o habría durado solo unas horas o días y luego moriría: era su destino. Y si eso sucede, Uds. mis lectores, no estaría leyendo este cuento. El Toro evitó la muerte de ese extraño humano escritor de cuentos, pero al salvarlo devino en un monstruo, un cierto muerto que vive para darle un sentido a su vida, sentido que siempre se construye creando una Barca de NosOtros.
Y el Toro acompañó toda la vida a su monstruo querido, pero esto es asunto de otros cuentos, ahora lo había dejado feliz, ya era adulto, algo enfermizo del corazón, acompañado de su amada poeta. Y se fue a reconocer el Litoral de los Poetas chilenos. Había estado allí, en El Tabo, hace un tiempo con Kiko, el mensajero, declamando versos de Altazor. Y se quedó preocupado, en ese viaje, por el abandono en que estaba la tumba del más grande mago jamás conocido: Vicente Huidobro. El Toro se fue rápido a Cartagena para limpiar la tumba de Altazor y lo hizo por medio del mar; estas aguas oscuras y frías le hacen bien a su cuerpo de tantas batallas y lo acompañaron sus queridas gaviotas y algunos lobos marinos.
Tomemos un avión dijo la Estatua, el Toro no ha vuelto y lo extrañamos. Cómo vamos a tomar un avión para ir tan lejos, no seas necio. No tenemos dinero para hacer tan largo recorrido y menos dejarían subir a un avión a una Estatua como tú y un Sátiro como yo, señaló el propio Sátiro; y añadió, el Toro volverá, tenemos que esperarlo con calma. Pero pasaba el tiempo y él no volvía de Chile. Un día tomando su Caffè Speciale típico en el bar de Mario Campanella en Polignano a Mare, la Sirena muy preocupado por su Toro dijo: ¡Tenemos que ir a buscarlo! A lo mejor está en peligro, él no tiene móvil, no puede comunicarse con nosotros, es muy extraño que esté tanto tiempo lejos de aquí. Y se puso a llorar, estaba muy angustiada. El Sátiro señaló que debiéramos confiar, además, para ella era fácil dejar su cola y tener piernas, podría subir hipotéticamente en un avión, pero la Estatua con su altura no podría y no hay cómo poder disfrazar al Sátiro en humano alguno, con esos cachos que lleva en la cabeza, esa cola corta que le cuelga del culo, sus patas de cabra y siempre está desnudo, aunque tiene mucho pelo por todas partes. El sabio Nonno habló y cuando lo escuchamos nos dio tranquilidad. Él fue explícito: no tengo dinero, pero podría vender mi coche antiguo y con ese dinero podemos viajar todos a ese fin del mundo chileno, porque creo que el Toro nos necesita y es bueno que él también sepa que lo extrañamos y que si le pasara algo haríamos lo imposible por él. Y como soy tan viejo tengo amigos en múltiples lugares y puedo hablar con algunos de ellos, de los que trabajan en aerolíneas para que nos hagan un buen precio por cada billete.
Floro y Kiko estaban felices porque querían viajar. Floro necesitaba urgentemente de otro lugar para inspirarse y era muy querendón del Toro. Kiko no sabía si viajar le convenía, pues tenía un pequeño negocio con pan de Monte Sant’Angelo en el Gargano y no quería perderlo; recién lo había montado con el ángel panadero, aunque sabía bien que en Chile todo es posible y tenía que volver en algún momento para estar con su familia en El Tabo. Y siempre recordaba a su amigo: el poeta dionisíaco de don Pablo, el que no contesta las llamadas. ¿Qué hacemos con la Estatua y el Sátiro?, nos señaló la Sirena. La pequeña bestia mitológica colocaba mala cara y nos sacaba la lengua y nos mostraba el culo. La Estatua como siempre estaba entre la espada y la pared, o sea, cómo viajar, porque si lo hacía a lo mejor al volver no tendría trabajo y en Polignano colocarían otra estatua para los turistas y sus fotos selfis con ella, y, por otra parte, si no viajaba la culpa se lo devoraría, porque el Toro pensaría que no es su amigo y el resto de la pandilla que es un cobarde o que solamente quiere tener su trabajo y que nada más le importa. El Sátiro nos miraba con sus ojos transparentes azulados y se reía de nosotros y movía su culo, pequeña cola y patas peludas de animal.
El Nonno nuevamente nos habló con su voz suave y cariñosa: ¡Todos viajaremos! Tenemos que ir a ver a nuestro Toro y es necesario demostrarle nuestro cariño. La Estatua la ponemos debajo en el avión, en la bodega. No puedes ir sentado, viajarás en la bodega. Lo hago, por mi querido Toro, dijo la Estatua de forma inmediata, ni dudó. Y añadió, si me quedo sin trabajo seré Estatua en Lampedusa, ellos no tienen una de Modugno. Y prosiguió el Nonno y miró al Sátiro. Tú tendrás que saber comportarte, en el viaje, en todos los viajes desde Polignano a Valparaíso y viajarás disfrazado; es la única solución. El Sátiro gritó fuertemente que no lo haría, que nunca se había vestido en milenios, que nunca disimularía ser un Sátiro. Floro, Kiko, la Estatua reían a carcajadas solo imaginando cómo se vería el sátiro con ropas de un viejo humano. La Sirena nos dijo que ella ayudaría al Sátiro y lo hizo magistralmente y con mucho gusto y estilo. Lo llevó a la mejor tienda de ropas de Bari y le compró un traje casual elegante y ella misma se lo arregló, era gran costurera, y le puso la cola en cierta posición, entre el culo y la espalda, que no le molestara y unos zapatos modernos italianos, hasta una bella corbata azul y camisa blanca de fino lino. En verdad, todo su traje, incluyendo los pantalones, era de lino blanco y, además, le combina un cinturón de Marrakech. El Sátiro se miraba en el espejo de la casa del Nonno y se gustaba. De aquí en adelante el Sátiro vistió ropa humana, siempre elegante y casual, a la vez.
El Toro pasaba día tras día sentado junto a la tumba de Huidobro. Ya había limpiado todo, hizo muchos arreglos, pintó la tumba, le quitó toda la parte horrorosa de ella con un mármol de muy mal gusto y la volvió más minimal y de vanguardia, pero siempre con estilo, pulió, con sus patas, la cumbre de ese predio en los mínimos detalles. El Toro era un buen jardinero, abrió, también, la vista, cortando matorrales, sacando basura, delante de la tumba para que el poeta desde su lecho pudiera ver su querido mar. Pero seguía triste, el Toro no podía marcharse, estaba día a día junto la tumba, caminaba a su alrededor, se sentaba a mirar el horizonte, suspiraba, no quería comer… El Toro estaba melancolizado junto al lecho mortuorio del poeta. Muchos vecinos que viven por ahí miraban al enorme Bestia cuidando la tumba de día y de noche. Les daba pena. Le llevaban comida, agua, vino. Él se los agradecía, pero no se alimentaba.
En la noche hacía un fuego y cantaba, eran versos de Altazor, se los sabía de memoria desde hace años. Ya en el 1931 en Paris había acompañado al mago Huidobro a imprimir el poemario y se acordaba de las juergas que tuvieron con Picasso y otros cerca de la Torre Eiffel. Hicieron varias instalaciones entre ellos, performance, junto al Toro, a veces llegaba Cocteau, otras Miró, Gris, Apollinaire, Max Jacob, Reverdy, los Delaunay, entre tantos amigos. El Toro y Virginia eran muy buenos compinches y ayudó a criar a Vladimir en Europa. Todos ellos amaban al Toro, lo pintaron, le cantaron, le hicieron estatuas, poemas, cerámicas, utensilios diversos, escenografías, cortinas, etc. La etapa del Toro en Paris y Europa, junto a su amigo Huidobro, fue muy bella entre ambos. Lo ayudó en la batalla contra los nazis, sin que nadie se percatara. Y la verdad del Teléfono de Hitler es que fue el mismo Toro el que se lo robó y se lo pasó luego a Huidobro y con eso dejó incomunicado al mismo mal en su delirio destructivo.
El Toro no sabía cómo salir de su tristeza cada vez más profunda que lo sumía en un abismo; en las noches bebía mucho, bramaba al cielo, y recordaba a los amigos europeos, de tantas batallas, juergas y vanguardias. Los puglieses y los chilenos desconocían los vínculos del Toro con Huidobro y de sus aventuras, algunas que no se pueden ni escribir, como la del rapto de Virginia siendo una niña en Santiago. Fue el Toro el que la raptó y se la llevó, porque quería que Huidobro estuviera feliz, estaba loco por ella. Solamente cuando lo dejó a solas en Europa fue cuando recibió esa metralla que lo dejó herido, con él a su lado jamás le habría sucedido nada malo.
El Toro ebrio lloraba a solas junto a la tumba de su amigo, los vecinos sentían tanta tristeza que no soportaban el dolor de esa gran bestia mítica y rezaban a algún dios que lo viniera a cuidar y consolar.
A bajar del avión la pandilla estaba feliz, fue un viaje largo, pasaron por muchos aeropuertos, ciudades y tomaron varios aviones, pero llegaron finalmente a Santiago entre muchas turbulencias y estrés. Todos estaban agotados, pero muy felices con el inicio de esta aventura. Solamente la Estatua estaba muy mareada, como viajó en las bodegas, tenía nausea. Le costó estar bien, pero poco a poco se fue sintiendo mejor. El Nonno estaba muy contento y no olvidemos que era un hombre muy mayor, pero se veía joven y fuerte. El Sátiro era un galante y seductor nato y no dejaba a nadie impertérrito: siempre hacia bromas y usaba diversas ironías. La Sirena se encargó de llevar los pasaportes de todos y de hacer los trámites con la policía internacional.
Al salir del aeropuerto pidieron un taxi, tenían dinero y de sobra gracias al Sátiro y Kiko. El mensajero le fue bien con su empresa de pan y llevaba dinero para todos. Y el pícaro Sátiro tenía varias joyas que guardaba desde milenios, obviamente las había robado. Y vendió solo una en Bari, muy pequeña proveniente de Troya y le dieron una fortuna: con esto el problema económico de la pandilla estaba resuelto. Al subir al taxi se dieron cuenta de que era pequeño para ellos y se bajaron. La Estatua no podía ni entrar al pequeño vehículo. El Nonno gritó: Alquilemos una camioneta grande y yo conduzco. Y así fue y se fueron de viaje, salieron del aeropuerto muy alegres, no estaban ni cansados con la paliza de viaje que llevaban en sus cuerpos.
Y, cuando marchaban por la carretera, el Nonno hizo la pregunta obvia: ¿Para dónde vamos? Este coche tiene GPS, luego no hay problema para dar con el lugar que buscamos, pero no sé a dónde nos dirigimos ahora. Floro, rápido como un rayo, dijo: A comer, me muero de hambre, comemos nos completos o unos Barros Luco. Todos lo mirábamos y dijimos: Vamos a buscar al Toro, Floro, es esa nuestra misión aquí, pero no sabíamos dónde estaba. La Sirena se puso a llorar, ya no daba más de la tensión. Todos la calmábamos, hasta el Sátiro. Debíamos concentrarnos y pensar qué hacer. Y nos fuimos a tomar desayuno a un restaurante en la carretera. Y nos comimos empanadas, Barros Lucos, café con leche, té, etc. Y mientras comíamos y pensábamos qué hacer, vimos en el escaparate delante de nosotros que estaban libros de poetas chilenos del Litoral. Y nos acordamos de que el Toro nos dijo que iría al Litoral de los Poetas, porque tenía amigos allá. Y en el GPS de la camioneta marcaba a tres poetas con sus tres casas en distintos lugares, pero cercanos entre sí. Kiko dijo no creo que esté en isla Negra, no estará con don Pablo, porque la última vez que esto sucedió el Toro estaba siempre cerca de Huidobro, se sabía de memoria algunos poemas, luego, la Sirena señaló: Nos quedan dos casas para saber con quién está el Toro, o está en Las Cruces con Parra o en Cartagena con Huidobro.
Y la Sirena fue muy inteligente y dijo, leeré un poema de cada uno y sabré dónde estará el Toro. Leyó un Antipoema de Parra y dijo: Imposible que esté en Las Cruces y luego leyó Altazor y nos miró con su mirada pícara y nos habló: Ya lo sé, estoy segura, está en Cartagena, en la casa de Huidobro, en su tumba. Y nos fuimos rumbo a Cartagena, pusimos en el GPS: Tumba de Huidobro, marcaba 1 hora 40 minutos, pero llegamos en 1 hora o menos.
Estaba muy mal, delgado, ebrio, cansado, malhumorado, pero al vernos con su gran Ojo Avizor le dio tanta alegría que rompió varios árboles corriendo hacia nuestra camioneta mientras subíamos. Nos detuvimos rápido, de golpe. La Estatua salió disparada de atrás y quedó tirada en el suelo. El Toro nos movía entero el vehículo con sus patas y cabezota, bailaba en torno a él, bramaba, nos lengüeteaba a todos, con la Sirena fue más suave y le dio un gran chupetón en la cara. Después de tan gran momento, nos dijo: les quiero presentar a mi amigo Altazor que yace en la tumba que yo mismo limpié. Él era mi mago, me hacía reír mucho, me presentó a una comunidad de locos que bailaban conmigo en Europa, hicimos muchas cosas, creamos, destruimos y volvimos a crear. Yo le fallé cuando estaba enfermo, cansado, no lo acompañé a su casa y no tuvo las fuerzas para llegar y se desplomó de un derrame cerebral y a los dos días se murió casi solo en 1948 y lo enterraron aquí. Él no quería estar aquí, pero no cumplieron su voluntad. Todos los abandonaron, la primera su amada Virginia, pero también yo lo hice.
Le dijimos, tú nunca abandonas a nadie…
Y de repente Huidobro se nos acercó, vino hacia nosotros… la Tumba estaba abierta… y dijo con tono misterioso: ¿Mi querido Toro Blanco por qué estás tan triste? Tú siempre has sido nuestra alegría, nuestras barcas, nuestras creaciones, nuestras vidas, incluso en el dolor. Tú, eres la libertad, esa contingencia que lucha contra toda necesidad que nos hunde en la pesada tierra.
El Toro lo miró, se puso a llorar tiernamente, con sollozos y le habló: Te presento a mis amigos, a mi comunidad, mi barca. Y nosotros nos acercamos junto al mago y nos presentamos. Él nos miró en silencio acogedor, nos sonrió con bufonería y parloteaba gritos de pájaros... Nos cerró su ojo derecho y empezó a correr alrededor nuestro, del Toro y de todos NosOtros, corría como jugando, se caía, se levantaba, saltaba, gritaba, declamaba poemas de Pablo con gracia e ironía, nos daba las manos, besó en la boca a la Sirena y le dio un agarrón en el culo al Sátiro, le dijo a Kiko, diles a todos que estoy vivo, ese es tu nuevo mensaje, a Floro, esa Ciudad Abierta, hoy cerrada, debe volver a abrirse, le cerró los brazos a la Estatua y le señaló al mar, ¡Nonno!, gritó con entusiasmo el mago, ¿sabes que ya eres inmortal?...
Miró al Toro mientras corría, bailaba en la cumbre de este cerro y le dijo elévate, frágil ligero, siempre ligero y exterior. Y al decir eso, el Toro y su pandilla se elevaron a las alturas, a muchos metros sobre la tierra, a unos 100 metros en lo alto, era un espectáculo brillante y esplendente. Y dijo: Nunca nada pesado, todo lo que sube baja, pero no por pesadez, sino por liviandad, se necesita caer en un “Parasubidas”. Y de este modo nos caímos todos de forma brusca al suelo, pero nos aferramos rápidamente al lomo del Toro para suavizar la caída. Y el golpe fue leve, nos miramos con asombro y complicidad… y todo lo mortal devino en lo efímero mismo: alegría y risas.
Y el Toro sentado en el suelo con su enorme panza al aire con su polla también erectada se echó a reír a carcajadas las que retumbaron en el Litoral y se despertaron Nicanor, Pablo y Adolfo con tanto alboroto que venía de la cumbre de Cartagena y les dio risa, mucha risa y se alegraron por el mago, porque ya no estaba solitario; y Huidobro se quedó entre NosOtros y desde ahí en adelante que la poesía volvió y fecundó mares, tierras, aires… y se vieron en diversos lugares Barcas con sus velas abiertas que surcaban territorios pesados para volverlos livianos…
Viña del Mar, 23 de septiembre de 2024
[1] La Comunidad o Pandilla del Toro Blanco, como se ha mostrado en otros cuentos, la conforman: la Sirena (una antigua ménade amiga de Ariadna), el Sátiro (un mítico personaje que luchó en Troya), el Nonno (el Sabio anciano de Polignano a Mare), Kiko (el Mensajero del Litoral de los Poetas), Floro (el Poeta disfrutón) y la Estatua (de Domenico Modugno de Polignano a Mare).