Tras dejar atrás el siglo de las guerras doctrinarias, surgieron los defensores de una utopía singular: la política del aburrimiento, un terreno despojado de emociones, épica y poesía.
El deseo de aquellos que descreen de las ideologías es una vida democrática de baja intensidad, donde los riesgos se atenúen, los antagonismos se suavicen y se forjen consensos. Según sus portavoces, los bostezos colectivos son señales de que avanzamos por buen camino. Aseguran que cuando el escrutinio del pueblo se disipa, se liberan energías sociales para aumentar el bienestar, cultivar las ciencias y robustecer las relaciones humanas.
¡Bravo!
El tedio se convierte en el abono más fértil para el desarrollo de una sociedad próspera.
En la opinión pública chilena, abundan los seguidores de esta creencia. Carlos Peña, columnista de El Mercurio, antes nervioso y errático durante la crisis del 19, parece ahora satisfecho con el retorno de la calma. Lo expresa sin reservas: el tránsito de la efervescencia hacia la “abulia constitucional” es un proceso saludable de domesticación de las pasiones.
(Dejemos de lado, por ahora, la contradicción de celebrar la mesura mientras, en masa, votamos por la extrema derecha en las elecciones de consejeros). En su teoría sociológica, Pierre Bourdieu rescató del romano antiguo el término illusio para describir la creencia arraigada en las personas de que en ciertos campos se juega algo de gran valor. Esa ilusión impulsa la inversión de esfuerzo, activa la participación y el respeto por las reglas que rigen dicho ámbito. Sin embargo, hoy en día no encontramos siquiera una pizca de esa fe entre la ciudadanía, a propósito del proceso constituyente. Esto no es en absoluto una buena noticia: sin validación social, no puede esperarse más que la deserción o el desafío.
El Consejo celebra una misa en latín: una ceremonia encriptada, incomprensible para el común de las personas. Desprovisto de palabra y reducido a ruido ambiente, el pueblo, que se supone protagonista, no parece dispuesto a cumplir un papel anecdótico en esta obra.
¿Cómo es que cambiamos la esperanza por el hastío en materia constitucional? La ciudadanía arrancó el primer proceso a la clase dirigente (“Acuerdo por la Paz”). En ese entonces, la demanda por un nuevo contrato social actuó como un poderoso pegamento que fijó una serie de reclamos antes dispersos; otorgó coherencia, podemos decir, a esa polifonía del malestar que se expresó en las calles.
Pero tras la derrota de septiembre del 22, los partidos tomaron las riendas y confeccionaron un nuevo corsé a medida de sus intereses (“Acuerdo por Chile”). Disfrazado de segundo intento, este modelo resultó ser más una negación del primero. Se arrancó de cuajo la página del estallido social y su espíritu de “democracia expresiva”; desde un inicio, se dejó entrever que se conformaría un parlamento endogámico de “expertos” y políticos del antiguo régimen.
Mientras que el proceso del 19 al 22 se desbordó de contenidos hasta asumir un destino trágico, la versión del 23, ahora satírica, se presenta como un recipiente vacío, o para ser más exactos, lleno de nada. Las demandas sociales, el corazón de la crisis, se desviaron de la ruta institucional y avanzan hoy por carriles separados.
La defensa de la apatía constitucional revela ingenuidad y, a su vez, una falta de comprensión del fenómeno humano de aburrirse. El hastío, en realidad, es un mecanismo que nos obliga a despertar nuestra imaginación y a introducir novedades en el entorno. Sí, puede ser beneficioso, pero por razones opuestas a las que aducen los defensores de la política del aburrimiento: nos fuerza a salir de su letargo. De manera similar a los niños, las sociedades necesitan trascender sus límites en la medida en que experimentan el tedio. Pero qué triste y peligroso es cuando el hartazgo se convierte en síntoma de una desesperación encubierta, sin vías de escape; cuando nos balanceamos en una mecedora que, aunque se mueva, está fija.
Lo opuesto a una política del aburrimiento no es la entretención, el caos o la parafernalia, sino una política cargada de sentido.
Desde Ciudad de México, 2 de agosto de 2023.