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La costumbre de celebrar el día del niño y de la niña, pero sin sus voces. Por Luis Jiménez Díaz y René Valdés Morales

En nuestro cotidiano vivir acostumbramos a celebrar fechas conmemorativas centradas en la infancia. Probablemente, el día del niño sea una de las más icónicas. Paradójicamente, también en nuestro cotidiano las palabras ‘infantil’ o ‘menor’ se tiendan a asociar a la denostación, porque socialmente hemos aprendido que la minoría de edad es sinónimo de menor estatus. Quienes provenimos del mundo de la psicología y la educación, hemos observado cómo los adultos vemos a niños y niñas reducidos a dos perspectivas: (1) los riesgos que viven; y (2) la dificultad para comunicarse con ellos.

Desde la psicología, existe una constante consulta desde padres y madres por ambos temas, principalmente, por el desobedecimiento de normas o porque hacen o dicen cosas que a los adultos nos cuesta comprender o nos parecen incorrectas. En el caso de la educación, las y los estudiantes participan poco o nada; pues la participación en la escuela está sujeta a los códigos de la adultez, es decir, los adultos dicen cuándo, cómo y de qué forma se involucra el alumnado en las rutinas escolares. Esto en ocasiones permite prácticas sospechosas: se promueve la participación de aquellos que tienen buenas notas o buen comportamiento y por lo tanto los que menos participan son los estudiantes en riesgo de exclusión. En muchas escuelas, de hecho, ni siquiera existen instancias de participación.

En ambos casos, generalmente, lo que buscamos los adultos es dar la mejor calidad de vida posible para nuestros niños y niñas, el problema es que todo lo hacemos para y por ellos, pero sin ellos. Es decir, sin contemplar sus opiniones ni sus formas de concebir el mundo. Por eso, la exclusión de la infancia comienza a ser una constante, porque en nuestro afán de protección, a la niñez le cercenamos su posibilidad de expresión. Craso error, porque niñas y niños en diferentes latitudes del mundo han demostrado ser una contribución en temáticas de las cuales les marginamos, tales como la política, la democracia, o la resolución de conflictos. La participación de la niñez la circunscribimos a temas que consideramos propios de la infancia: el postre que desean comer o el juguete que desean como regalo. Pero no en lo que definimos como ‘cosas de adultos’, a pesar que esas ‘cosas’ les afecten de manera directa.

Pero como dijo Nicanor Parra, parafraseando al anti-niño: “que se respeten los derechos del niño, o tendremos nosotros que hacerlos respetar”. Porque cuando se les excluye de la vida social, o cuando observan que los adultos actúan de manera incorrecta, los y las niñas se empoderan, y aunque sea con dificultades, hacen cosas concordantes con sus formas de ver el mundo. Esto es lo que definimos como ‘niños como sujetos políticos’, los cuales, de manera colectiva y desde su forma de entender la realidad, buscan transformar lo que consideran injusto. Por ejemplo, las formas de protección hacia compañeros que viven actos racistas u homofóbicos en las escuelas, en apoyarse o aconsejarse cuando la familia de un amigo se está separando, o la contención emocional que se entregan cuando un adulto considera que su pena y su llanto son injustificados.

Los adultos no hemos comprendido aún el aporte social y político de la niñez. Probablemente, el mejor regalo que podemos otorgar para el día del niño y de la niña, es valorar y validar sus palabras y propuestas sobre las normas, decisiones, y la manera en que construimos cotidianamente nuestra sociedad.

Luis Jiménez Díaz
René Valdés Morales
Facultad de Educación y Ciencias Sociales, Universidad Andrés Bello

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