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La crisis en Chile ¿más de lo mismo? Por Ángel Saldomando

En medio de la crisis sanitaria el modelo ha gastado todos sus cartuchos mediáticos. El partido del orden, esa coalición transversal de intereses que lo defiende y con ello su propia inserción privilegiada, da muestras de su propia debacle. Bajo el pretexto de responsabilidad, unión nacional en la crisis, sólo atinan a prestarle ropa a un gobierno patético y mediocre. La pandemia es una crisis ciertamente, muy mal manejada, pero antes de ella y después de ella, seguiremos con el modelo en crisis, aún más agravada. Sin olvidar coyunturas políticas turbulentas como el plebiscito y el proceso por una nueva constitución.

El arco político sea tensado entre hacer todo lo posible para cerrar brechas que agrandaran el cuestionamiento del modelo y la necesidad de soltar lastre para no hundirse con barco y salvavidas. La veleidades alternativas, “de las jóvenes promesas”, no dieron ni para embriones de propuestas, solo retoques a más de lo mismo, gastar más o menos, más o menos bonos y más o menos caridad pública, como cajas de alimentos.

El mal manejo de la crisis sanitaria no tiene su origen solo en deficiencias de diagnósticos, aunque las hubo, o ausencia de capacidades humanas y técnicas, de un agobiado sistema sanitario. Hace parte de un modelo desfalleciente. En el esfuerzo de preservarlo y de paso recuperar algo de popularidad el gobierno no ha hecho más que empantanarse en el mismo lodo en que ya estaba desde la protesta nacional que reventó en octubre.

La muy poca autoridad y legitimidad del gobierno, junto con su institucionalidad, le impidió administrar la crisis con medidas rápidas y profundas, si es que las imaginaron. Los parches eran sopesados en términos de su potencial explosividad social y de una alicaída economía, en vez de considerar estrategias nacionales fuertes, manejadas por una autoridad científica y de terreno que debiera haberse instalado desde el inicio como instancia central. Aunque ello hubiera marginalizado aún más a un ejecutivo ya en la zanja provocada por la crisis social y luego por el espurio acuerdo nacional pese a sus limitaciones.

A la profundización de la caída de legitimidad pública, de la crisis sanitaria, se agregó la asfixia económica. Pero todo se junta para mostrar la crisis del modelo. La desaceleración de la economía viene desde 2014, las expectativas de crecimiento eran de todos modos muy bajas, 1 a 2% pre pandemia, ello porque la dinámica de explotación de recursos naturales como eje del modelo está agotada. Los proyectos mineros previstos con optimismo, de 2010 a 2020, se derrumbaron desde 2015 con la caída de precios mundiales. La crisis de la pesca, de la salmonicultura , el estancamiento del sector forestal, ya venían cuesta abajo. El endeudamiento masivo de las familias dejaba poco oxígeno para dinamizar la economía por el lado del consumo, así como la alta rotación de pequeñas y medianas empresas, mayoritarias en el empleo.

El 10 % de altos ingresos podía seguir imaginando vivir en Suiza, el 20% siguiente podía imaginar vivir en Suecia porque tienen un volvo en el garaje y acceder a más consumo o tal vez llegar a Punta Cana en verano. El siguiente 70% podía esperar seguir sobreviviendo a como pudiera. El mito de la clase media, la reducción de la pobreza y otros éxitos supuestos quedaron al desnudo desde octubre.

Ladrillo por ladrillo el modelo se descascara, aunque el control del poder por el partido del orden impida que se derrumbe. La televisión y el despliegue militar pueden dar una imagen pero la realidad es otra.

Se ha hecho evidente que el Estado subsidiario impotente, no puede asumir crisis que lo saquen de su papel de mantener la moneda y repartir asistencia social sin que se transformen en derechos y políticas públicas. Menos aún recuperar servicios públicos universales y de calidad. Ello tranca todo y deja a los oligopolios al mando de todo, lo que se evidencia desde las autopistas al manejo de las AFP. El Estado solo tiene aplicaciones y ventanillas que ocupan la apariencia de hacer algo.

La privatización extrema de la sociedad chilena, con bajos salarios y precariedad laboral deja a estos dos factores como exclusivas herramientas de ajuste de las empresas con una alta fragilidad social y rotación de la pobreza. El todo desemboca en una democracia de vitrina, excluyente, controlada con altos niveles de corrupción y cooptación. La política está cooptada y separada de la sociedad, hace mucho tiempo que no se ve a un político o ministro en terreno, fuera de los alcaldes, en contacto con la gente. Ello deja a la sociedad con pocas alternativas de cambio a menos que exprese su malestar a niveles muy altos, algo que comenzó a ocurrir desde 2010 y llegó al paroxismo en 2019, sin que ello desembocara en cambios reales. El país está congelado en la crisis sanitaria, aun si ello no ha impedido manifestaciones de descontento.

En espera de una probable salida, aun indeterminada, la economía y el crecimiento parece ser la única discusión sobre la post pandemia, pero ¿cuál economía y que crecimiento? ¿Lo mismo que estaba estancado? El gobierno ha tratado obsesivamente de no abrir ningún espacio para que las ayudas puntuales se conviertan en políticas sociales amplias y profundas o de cambios estructurales. Ergo: acabada la crisis, acabada las ayudas y de vuelta al yugo. Las ayudas pasan por los canales dominantes y no innovan en nada.

Sin embargo, el desempleo llega al 10% y las previsiones recesivas entre -5 a -7% de caída del PIB para los dos próximos años, indican que habría que pensar en algo más creativo, por decir lo menos. Pero para el orden es peligroso abrir la imaginación en un país tan constreñido.

El desempleo, la pérdida de empleo como relación contractual entre empresas y trabajadores potenciales es función de las expectativas de rentabilidad, es inevitable en una economía recesiva y ahora descapitalizada. Sin embargo la necesidad de trabajo y de lo que hay por hacer en el país es amplia, el empleo en condiciones mercantiles es otra cosa. Para dinamizarlo hace falta pensar en el potencial de economías locales, en sectores estratégicos como alimentos y otros, en las transiciones necesarias: ambientales, energéticas, de infraestructura, transporte y productivas por mencionar algunas.

Ello exige un Estado con capacidades de proyección estratégica, movilización y coordinación de recursos con una propuesta de país distinto. Solo a partir de allí es posible rediseñar el uso y la obtención de recursos financieros, técnicos y humanos. En vez de mediocres discusiones acerca de uno o dos puntos más de gasto. Las elites chilenas no ignoran que hay una discusión nueva sobre la globalización, el neoliberalismo, el papel del Estado, los impuestos a la riqueza, la redistribución inclusiva con ingresos sociales garantizados. Y sobre todo, la relación de los modelos de crecimiento con su sostenibilidad ambiental y social. Se hacen los sordos y los ciegos, bloquean la circulación de ideas y debates en los medios controlados. Puede que al final no pase nada, pero tampoco todo puede seguir igual. ¿Qué puede ofrecer el modelo actual? Solo más conflictos para mantener su base desigual, sus privilegios, en un país agotado.

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