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La culpable soy yo: El “truco parlamentario”. Por Verónica Zúñiga Carrasco

Hace unos años, me estafaron. Una persona hizo uso de toda su verborrea cautivante para que participara con ella en un negocio de paltas. Hablaba lindo, de corrido. Era convincente. Yo le creí y le pasé la plata. Al poco andar, me di cuenta que no había tal negocio de paltas.

Me estafaron, pensé. Me bajo la ira, la pena, la frustración, no entendía nada. Lo culpe por mala persona. Era un estafador. Un miserable. Pero, luego pensé. ¿Qué hizo realmente esta persona? Me habló. Dijo todo lo que yo quería oír, y escuché lo que quería escuchar. No me puso una pistola en el pecho, no me amenazó. Nada. La decisión de pasar el dinero fue completamente mía. Mi culpa fue creer en sus palabras. Su “culpa” fue hablar bonito, tener una retórica atractiva.

¿Qué aprendí? Esa experiencia me dejó una profunda lección sobre la confianza y la responsabilidad y la necesidad de reflexionar informadamente antes de tomar una decisión El miércoles 11 de junio de 2025, Meganoticias Prime emite el reportaje “El truco parlamentario”, sobre viajes personales de algunos parlamentarios durante el año legislativo. Y me puse a pensar (de nuevo).

Los Parlamentarios no son culpables, al menos no lo únicos culpables; yo, como ciudadana, también soy culpable. La política, al igual que cualquier otra esfera de la vida, se basa, primero, en la confianza. Ben Ansell en “Por qué fracasa la política”, expresa que la política promete resolver nuestros problemas (pp.13). Quienes hacen las promesas en este ámbito son los políticos. Nosotros les creemos, nos generan confianza cuando nos prometen cambios y, al final, votamos por ellos, porque dicen lo que queremos oír. Nos dejamos llevar por una retórica bien elaborada. Ansell también sostiene que para ganar elecciones hace falta el apoyo de los electores y los electores saben por quién votar porque han visto la propaganda de campaña. Es decir, las promesas. Pero no hay certeza del cumplimiento de las promesas hasta que no vemos a los electos haciendo su trabajo.

En Chile, los parlamentarios tienen un año legislativo para hacer su trabajo, o sea cumplir sus promesas de campaña. Pero, ¿cómo pueden lograrlo si tienen un “truco parlamentario” para viajes personales durante ese año legislativo? Hasta ahí llega la confianza de los votantes. Empieza la frustración y la decepción.

La decepción que surge cuando las promesas de campaña no se cumplen es comprensible, pero también es necesario preguntarse si, como ciudadanos, hemos hecho la pega que nos corresponde. ¿En algún momento nos informamos respecto a quién votamos? ¿O, solo nos dejamos arrastrar por la verborrea? (de nuevo). Para peor, Ansell afirma que “Una promesa es un acuerdo para hacer algo en el futuro. Lo que la diferencia de un contrato es que ningún tercero puede obligarnos por ley a que la cumplamos. A veces las promesas no se cumplen, y cuando eso ocurre no cabe recurso alguno.”. Nada que hacer. Pero, además, agrega que “El cumplimiento de las promesas no puede imponerse. Se basan en la confianza y las expectativas”. (pp. 30). Toda nuestra fe estaba depositada en ese parlamentario que elegimos, en sus promesas, porque sus palabras generaron expectativas.

Seamos honestos (nosotros, no los parlamentarios): la responsabilidad no recae únicamente en quienes (nos) hablan (los parlamentarios). La culpa también es nuestra, por creer sin cuestionar, por no exigir que cumplan con su labor, por no pedir rendición de cuentas. Además, es nuestra responsabilidad, como electores, discernir entre una promesa real, genuina y un discurso vacío, sin compromiso ni convicción. Esa es nuestra responsabilidad.

La verdadera responsabilidad recae en nosotros por no ser críticos, no exigir nuestros derechos, por no informarnos.

Una vez estafada, probablemente, siempre estafada. La culpable soy yo.

Verónica Zúñiga Carrasco

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