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La derecha, su objeto y lo demás. Por David Pavón-Cuéllar

Honor y privilegio

De los dos lados, el derecho es el de honor. Fue por tener este honor que los privilegiados, los nobles y los clérigos, ocuparon el flanco derecho de la Asamblea Constituyente durante la Revolución Francesa de 1789. Inauguraron así la opción política de la derecha por el mismo gesto por el que la vincularon indisociablemente con el privilegio. No debe sorprendernos que defendieran este privilegio desde un principio, desde que votaron por el veto del Rey sobre la Asamblea. El primer voto de la derecha, como todos los que vinieron después, fue por el privilegio, por los privilegiados, por “los de arriba”. El arriba de la sociedad se afirma y se expresa en la derecha del espectro político. La derecha siempre ha sido la opción de las “clases altas”, las “propietarias”, las “dominantes” (MacIver, 1947, pp. 121-122). La desigualdad entre clases, la diferencia vertical entre los de arriba y los de abajo, es lo que se representa de manera horizontal en el espectro derecha-izquierda, en la oposición entre los partidos asociados respectivamente con los de arriba y con los de abajo.

El espectro derecha-izquierda es una representación moderna igualitaria, históricamente condicionada por el igualitarismo revolucionario, de la desigualdad entre clases que existe desde los orígenes de la civilización (Laponce, 1981). Al tener que rebajarse a luchar contra los de abajo en el mismo nivel político, los de arriba se consuelan con la posición de honor, que es la derecha. Esta posición es como el arriba en el abajo de las instituciones democráticas herederas de la Revolución Francesa de 1789.

Soñar con estar arriba

Al ser como el arriba en el abajo, la derecha no sólo permite representar abajo a los de arriba, sino también dar a los de abajo la ilusión de estar arriba al representarlos como si estuvieran entre los de arriba. Ésta es una de las mayores trampas de la democracia representativa para el mismo demos. Es democráticamente como los pobres y dominados pueden situarse a la derecha y así realizar de manera simbólica desplazada, como en un sueño, el deseo de estar arriba. El desplazamiento, como diría Freud (1900), les permite alcanzar el objeto de su deseo, el inalcanzable nivel superior, al desplazarlo a una derecha fácilmente alcanzable que es como una metonimia de ese nivel.

Digamos que los plebeyos habrán pertenecido a la clase dominante al resignificarse a sí mismos retroactivamente, en el tiempo freudiano del Nachträglich, por haber apoyado al partido que representa los intereses de la clase dominante. Si no pertenecieran de algún modo a esta clase, ¿por qué habrían optado entonces por su derecha? Quizás un testigo externo sospeche que lo hicieron precisamente para convencerse a sí mismos de que pertenecen o merecen pertenecer a la clase dominante, pero ellos no se distraen con tales minucias y se concentran en lo verdaderamente importante, que es lo que obtienen con su voto, lo que sienten con él, su gratificación.

Votar por la derecha es como recibir gratis un ejemplar original, no pirata, de una marca de lujo que se asocia metonímicamente con los de arriba que pueden pagarla. Para comprar un Rolls-Royce o un bolso Louis Vuitton, debo tener el dinero para costearlos, mientras que puedo recibir su mismo valor simbólico gratuitamente al votar por la derecha. No hay nada sorprendente en que los millones que votan por la derecha sean generalmente los mismos que suspiran por las marcas más caras. Tampoco debería sorprendernos que estas marcas, por más que se vendan, jamás alcanzan tantas ventas como los votos que obtienen los partidos derechistas. La derecha tiene aún más éxito que las marcas de lujo porque ofrece la misma ilusión de estar arriba, pero no la vende, sino que parece obsequiarla generosamente a quien desee recibirla. Desde luego que no se trata de un obsequio generoso y que el receptor acabará pagando un precio exorbitante. Pagará consigo mismo, hipotecando su futuro, pero eso no le importa. Ya está bien acostumbrado a venderse al comprar a crédito. Su funcionamiento crediticio, además, le ha permitido siempre sacrificarse para mantener su ilusión de estar arriba.

Injusticia de la igualdad

Es verdad que la derecha no sólo representa el arriba, la clase dominante, sino la dominación misma, la dimensión vertical en la que se distingue el arriba y el abajo. Lógicamente la verticalidad es defendida por aquellos a los que favorece, por los de arriba, y por su derecha en el espectro político. Es también lógico, por lo mismo, que la derecha defienda la dominación de la que goza la clase dominante a la que representa.

Situarse en la derecha es tomar partido por la dominación, la autoridad, la jerarquía, la verticalidad, la estratificación de la sociedad, la desigualdad social. Esta desigualdad es lo políticamente justo para el criterio derechista en el que se contraponen y no sólo se disocian la justicia y la igualdad. No debería sorprendernos, entonces, que intelectuales de la derecha como Yaron Brook y Don Watkins (2016), ambos fervientes seguidores de Ayn Rand, puedan publicar un libro con el fabuloso título “Igual es injusto” [Equal is unfair].

Para Brook, Watkins y otros derechistas, hay injusticia en el igualitarismo porque en él se desconocen injustamente las desigualdades entre personas de mayor o menor valía, mérito, esfuerzo, capacidad o fortuna. Tratar como iguales a los desiguales es una injusticia contra la que lucha la derecha. Su lucha es contra la igualdad concebida como pura ideología igualitarista. Esta lucha es también una lucha por la desigualdad como ideal oligárquico, aristocrático, meritocrático o incluso eugenésico.

Libertad en los extremos

Así como la izquierda lucha por la igualdad, así la derecha lucha por la desigualdad. Esta diferencia fundamental entre la derecha y la izquierda fue bien comprendida por Norberto Bobbio (1996). Lo que Bobbio no entendió tan bien fue la diferencia entre el centro y los extremos, pues imaginó sesgadamente, con su buena conciencia de centrista, que el centro apostaba por la misma libertad que se inmolaba en los extremos. Esto quizás fuera creíble al final del siglo XX, pero ya no ahora.

En los últimos años, gracias a la reveladora polarización de la sociedad, la ilusión de Bobbio se ha desvanecido. Ha sido ya desmentida lo mismo por extremistas de la derecha como Trump, Bolsonaro y otros, erigidos en paladines de la libertad de mercado, que por los militantes de extrema izquierda, que son los únicos interesados en defender la libertad de las personas contra la libertad del mercado, de las mercancías, de las cosas. Lo seguro es que la libertad, ya sea de las cosas o de las personas, está defendiéndose más en los extremos que en el centro. En cuanto a la diferencia entre el centro y los extremos, parece no ser finalmente sino lo que desde siempre supimos que era: una diferencia de menos y más, de grado, intensidad o distancia con respecto al centro.

La extrema derecha, por ejemplo, sólo es más de lo mismo que es la derecha. Su lucha por la desigualdad es más clara, más decidida, más descarada, más exaltada, más apasionada. La desigualdad misma por la que se lucha es también más amplia y profunda. Involucra más aspectos del ser y más relaciones entre los seres. Además de clasista y elitista, es nacionalista, racista, sexista y especista.

Lógica de la desigualdad

Si Bolsonaro puede contribuir a devastar la región amazónica, es por su desprecio absoluto hacia otras especies vegetales o animales diferentes de la humana. Su bandera política es la de total desigualdad entre los humanos y los demás seres, pero también entre hombres y mujeres, entre heterosexuales y homosexuales, entre blancos e indígenas o negros o mulatos, entre brasileños y venezolanos, entre nordestinos y sudestinos. Todas nuestras diferencias aparecen como desigualdades a los ojos de Bolsonaro y de los demás ultraderechistas.

Para la extrema derecha, dos cosas o personas diferentes no pueden ser iguales, sino que siempre hay una mejor que otra, más importante que la otra, con mayor valor y mérito que ella. El rico vale más que el pobre, el compatriota merece más que el inmigrante, el blanco es mejor que el de color, el hetero es mejor que el homo, el hombre es mejor que la mujer. Es justo, entonces, que el hombre gane más que la mujer, que el heterosexual tenga más derechos que el homosexual, que el blanco tenga más oportunidades que el de color, etc.

Según la misma lógica de la ultraderecha, todas las especies animales y vegetales de la región amazónica no tienen tanta importancia como el ser humano, al menos cuando este ser humano se distingue por ser adinerado, blanco, brasileño, heterosexual y de sexo masculino. Entendemos, entonces, que Bolsonaro anteponga los intereses de unos pocos empresarios y ganaderos a la subsistencia del pulmón del planeta, del planeta mismo y de la humanidad entera. Lo justo, para la extrema derecha, es el sacrificio de todos y de todo en el altar de unos cuantos que importan más que todo el resto.

La realidad como ideal

Las mayorías deben sacrificarse a favor de las minorías. La punta de la pirámide social tiene derecho a elevarse a costa de la base. Los de abajo están ahí para ser oprimidos y explotados por los de arriba. Todo esto es lo justo en la sociedad vertical idealizada por la ultraderecha.

El ideal ultraderechista de verticalidad se caracteriza por su realismo. No es realista, como lo imaginan sus partidarios, por corresponder a una supuesta realidad natural desigual perdida por causa del igualitarismo. Lo es más bien por aspirar paradójicamente a la realidad histórica existente, la cual, a diferencia de lo que observamos en los equilibrios alcanzados por la naturaleza, tiene un carácter desequilibrado y desigual, dominado por la dimensión vertical.

Es la aspiración a la realidad la que le imprime su aspecto conservador y reaccionario a la opción ultraderechista. Esta opción responde al anhelo de conservar la verticalidad real y reacciona contra los cambios que tienden a la horizontalidad, la igualdad o el equilibrio. Estos cambios preocupan e incluso aterran a la extrema derecha porque amenazan el nivel superior que ocupa la clase a la que representan, su mayor valía y mérito, sus honores y privilegios.

Angustia en la derecha, duelo en la izquierda y melancolía en la izquierda radical

El riesgo de perder una realidad favorable hace que la ultraderecha se distinga por la tonalidad afectiva de la angustia. Es algo que apreciamos ahora mismo en México, donde los integrantes del frente contra el gobierno izquierdista de Andrés Manuel López Obrador (FRENAAA) no dejan de movilizarse contra un angustiante “peligro” que ni siquiera consiguen identificar, aunque intenten designarlo con términos tan desconcertantes como “comunismo”, “socialismo”, “populismo”, “dictadura” y “castrochavismo”. La repetición, multiplicación y exageración misma de los términos aislados, no articulados en un discurso coherente, delata la angustia ultraderechista que podemos contrastar con las tristezas de la izquierda, entre ellas la esperanza, pasión triste, como bien lo percibió Spinoza.

¿Cómo no recordar aquí la diferenciación entre angustia y duelo que traza Freud al final de Inhibición, síntoma y angustia? El duelo “se genera bajo el influjo del examen de realidad que exige separarse del objeto”, mientras que la angustia “nace como reacción ante el peligro de pérdida de objeto” (Freud, 1925, pp. 158-161). La extrema derecha se angustia ante el riesgo difuso de perder su objeto, su causa y su principio, que es el honor y el privilegio de aquellos a los que representa, la realidad vertical y desigual que los constituye. Al otro lado del espectro político, en cambio, tenemos un duelo bajo el influjo del examen de esta realidad vertical y desigual en la que falta el objeto de la izquierda tanto moderada como radical, su causa y su principio, la igualdad y la horizontalidad.

Lo intrigante de la actual izquierda radical es esa locura por la que desafía la realidad, no acepta perder su objeto y prefiere aferrarse a él, a su imposibilidad real, que simbolizarlo y realizar el duelo que le prescriben sensatamente sus compañeros izquierdistas moderados. En lugar del reconocimiento de una “derrota a escala mundial”, de la “elaboración del propio final” y de la disposición a “otro comienzo” (Alemán, 2013, pp. 119-120), los comunistas de hoy en día elegimos esa fidelidad a los “antepasados oprimidos”, a las “generaciones de los vencidos”, que es “el nervio principal de nuestra fuerza”, como bien lo comprendiera Walter Benjamin (1940, p. 72). Intentamos revertir las derrotas al hacer vivir a los derrotados a través de nosotros, al “identificarnos” con ellos, con su causa, cuya resplandeciente “sombra” cae entonces melancólicamente sobre nosotros (Freud, 1915, p. 246).

Comunismo y capitalismo, como siempre

Nuestra luz negra nos alumbra desde el pasado y así nos orienta en el camino de la melancolía de izquierda sobre la que ha escrito recientemente Enzo Traverso (2016). Nuestro comunismo tiene algo de melancólico porque se resiste a soltar su objeto. Esto no significa, desde luego, que estemos condenándonos a dejarnos caer con el objeto como debieron hacerlo en su momento Rosa Luxemburgo, el Che Guevara, Salvador Allende y tantos otros de los nuestros, forzados a proceder como el suicida melancólico al que se refería Lacan (1963). Sencillamente hay que estar preparados para las consecuencias, para la primera muerte y especialmente para la segunda, para “lo peor” en todo el sentido lacaniano del término, aquel por el que salimos del “semblante” (Lacan, 1972, p. 182).

Hay que “asumir” lo peor (Žižek, 1999, p. 464). Sólo así conservaremos la esperanza con la que sostenemos el objeto de angustia de la derecha. Mientras haya la esperanzada melancolía de izquierda, en efecto, el objeto al que se aferra seguirá brotando, acechando, angustiando a la ultraderecha. Debe insistirse, otra vez con Lacan (1963), en que esta angustia no carece de objeto. El FRENAAA mexicano y otros grupos ultraderechistas latinoamericanos están angustiados no sólo por el peligro de perder su objeto, sino por el riesgo de irrupción de otro objeto que amenaza desde la izquierda radical. Tienen razón al nombrarlo “comunismo”.

El comunismo es el régimen basado en una igualdad absoluta, pero esta igualdad sólo puede conquistarse a través del reconocimiento de la diferencia absoluta (ver Alemán, 2013; Pavón-Cuéllar, 2019). Los reconocidos como absolutamente diferentes deben ser considerados iguales porque no hay nada en ellos que sea lo mismo y que pueda ser juzgado entonces más o mejor en uno que en otro. La desigualdad moderna exige desconocer nuestra evidente diferencia absoluta, nuestra irreductible singularidad cualitativa, y relativizar y cuantificar lo que somos al distribuirnos en una única dimensión vertical donde unos serán más o mejores en relación con otros. Este complejo proceso de relativización, cuantificación y distribución en la verticalidad, subyacente a la desigualdad moderna, resulta indisociable del sistema capitalista y de su funcionamiento, lo que explica en parte que el capitalismo sea actualmente defendido por la derecha neoliberal, tanto moderada como extrema, y atacado por la izquierda consecuente, comunista, radical.

Referencias:

Alemán, J. (2013). Conjeturas sobre una izquierda lacaniana. Buenos Aires: Grama.

Benjamin, W. (1940). Sobre el concepto de historia. En Conceptos de historia de la filosofía (pp. 65-76). Buenos Aires: Terramar, 2007.

Bobbio, N. (1996). Derecha e izquierda: razones y significados de una distinción política. Madrid: Taurus.

Freud, S. (1900). La interpretación de los sueños. Obras completas IV y V. Buenos Aires: Amorrortu, 1996.

Freud, S. (1915). Duelo y melancolía. Obras completas XIV. Buenos Aires: Amorrortu, 1996.

Freud, S. (1925). Inhibición, síntoma y angustia. Obras completas XX. Buenos Aires: Amorrortu, 1996.

Lacan, J. (1963). Le séminaire. Livre X. L’angoisse. París: Seuil, 2004.

Lacan, J. (1972). Le séminaire. Livre XIX. …Ou pire. París: Seuil, 2011.

Laponce, J. A. (1981). Left and Right. The Topography of Political Perceptions. Toronto: University of Toronto Press.

MacIver, R. M. (1947). The Web of Government. Nueva York: MacMillan.

Pavón-Cuéllar, D. (2019). La emancipación que Lacan permite pensar: ocho ideas inspiradas por Jorge Alemán. #lacanemancipa 0, 69-75.

Traverso, E. (2018). Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria. Ciudad de México: FCE.

Watkins, D., & Brook, Y. (2016). Equal is Unfair: America’s Misguided Fight Against Income Inequality. Nueva York: St. Martin’s Press.

Žižek, S (1999). The Ticklish Subject. Londres: Verso.

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