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La dictadura durante la reconquista en Chile. Por Patricio Núñez Henríquez

El 31 de marzo se cumplieron 200 años del arribo del bergantín Águila al puerto de Valparaíso con los prisioneros políticos que se encontraban en la isla de Juan Fernández cumpliendo condenas.

Diego Barros Arana dice lo siguiente con respecto a dicho regreso al continente: “La recepción de estos ilustres patriotas en Valparaíso el 31 de marzo, tuvo todos los caracteres de una fiesta nacional. Desde días atrás habían acudido a ese puerto centenares de vecinos de Santiago, casi todos del más alto rango, a esperar el arribo de sus deudos y amigos.” (2003. Tomo XI: 36).

Para comprender mejor ese momento histórico, hay que recordar esos años previos sin olvidar la política represiva. Después de la derrota de Rancagua en 1814 y el exilio de patriotas, según la historiografía chilena, comenzó en nuestro país el período de la Restauración o Reconquista, denominaciones que corresponden a la visión de los vencedores y no a la de los vencidos; no a los de aquellos que tuvieron que exiliarse o sufrir las consecuencias de quedarse en el territorio patrio. Es un problema conceptual que hace diferente la comprensión de la historia.

El inglés John Miller capitán de artillería del Ejército Libertador desde 1817, en sus memorias escritas en 1827 dice lo siguiente sobre aquellos aristócratas que de alguna u otra manera participaron del comienzo del proceso revolucionario: “Osorio reasumió el mando, y tomó en Santiago el carácter de capitán general; la primera medida adoptó como tal, fue publicar una amnistía, por la cual volvieron á sus casas algunos ciudadanos ricos, que habían huido á sus estados, ó puntos y distantes del país, creyendo gozar tranquilamente en el seno de sus familias la paz que se les ofrecia; pero tan pronto como Osorio se creyó asegurado se quitó la mascara, y siguió el ejemplo de sus paisanos en la violacion de los contrarios …” ([1828] 1997: 142).

Muchos patriotas pensaron que la nueva situación en el país se normalizaría muy pronto con el gobierno de Mariano Osorio, y que habría amnistía como era lo habitual en la época. Además muchos tenían la consciencia de no haber hecho nada contra el rey, ni haber tenido una participación relevante durante la revolución y menos utilizando armas, ni haber realizado algo importante; otros pensaron que por estar enfermos o viejos no tendrían problemas.

Lo cierto fue, que a un mes de la batalla de Rancagua, continuaban los saqueos y muertes principalmente en Santiago ocasionados por soldados de ambos bandos y las nuevas autoridades comenzaban a no respetar ningún derecho, cumpliendo así las órdenes emanadas del virrey Abascal del Perú y de los deseos políticos del rey Fernando VII.

La represión indiscriminada recayó también en la población en general con allanamientos, prisión de civiles, pérdidas de derechos y de bienes; cierre de todas las instituciones creadas durante la Patria Vieja como culturales, educacionales, sociales y de justicia, medidas que provocaron gran descontento y repulsa a medida que se aplicaba la nueva política intransigente y vengativa del absolutismo.

Para Salvador Sanfuentes Torres: “La conducta de Ossorio no estuvo exenta de felonía en el suceso de los ilustres desterrados de Juan Fernandez. El mismo no fue como lo han asegurado algunos de nuestros historiadores, quien a pocos días de su entrada a la capital, hizo publicar el famoso bando de olvido i amnistía a favor de los patriotas que desde la aproximacion del ejército real la habían abandonado, i sin decidirse a pasar la cordillera, vagaban ocultos, en espectacion del rumbo que las cosas tomaban en Santiago.” (1868: 21).

En la política represiva que comenzaba, los sectores populares de la comunidad, comenzaron a tomar consciencia de lo perdido con el régimen dictatorial, lo cual fomentaba el derecho a la rebelión y al desarrollo de una nueva identidad revolucionaria y separatista en momentos de subyugación y miseria.

Es un período que puede considerarse de dictadura, dirigido primero por Mariano Osorio y luego por Casimiro Marcó del Pont con la participación leal y eficiente de Vicente San Bruno y de otros militares.

El día 2 de noviembre de 1814, se iniciaron en Santiago las detenciones masivas de patriotas, comenzando con aquellos ancianos y enfermos que no pudieron partir al exilio. Los días 7, 8 y 9, fueron días de terror o mejor dicho noches de terror con allanamientos y detenciones en hogares de la capital. Vicente Pérez Rosales que para esa fecha tenía siete años y medio, en su libro Recuerdos del pasado escrito en la década del 80 del siglo XIX dice lo siguiente refiriéndose a dicha acción: “Osorio en las altas horas de la noche precedente sobre muchos de los principales y descuidados vecinos de las reivindicada capital.” (1980: 36). La impresión del niño Vicente al tomar conciencia que su aristocrático abuelo había sido detenido y enviado al campo de concentración de la isla de Juan Fernández fue seguramente traumático.

Por su parte John Miller, citado con anterioridad, escribe: “La cárcel de Santiago se llenó de personas de carácter por sospechas de infidencia ó adhesión á la causa de la independencia; y muchos de ellos fueron víctimas de complot. Que parece no tuvo otro objeto que el placer que tenían de derramar sangre, algunos indignos Españoles.” (1997: 144). Osorio no ejerce el poder solo, junto a él hay un cuerpo armado y personajes que por convicción o interés económico participan de la dictadura.

Entre ellos estaba el chillanejo José Antonio Rodríguez Aldea ex consultor de la contraparte realista en el tratado de Lircay firmado durante la Patria Vieja, quien asume un cargo importante de la dictadura, “pasó a servir de fiscal de la restaurada Real Audiencia y a enterarse por tal motivo de los procesos que se siguieron a los patriotas que no lograron huir a Mendoza.” (Eyzaguirre, J. 1946: 181). El fututo ministro de su coterráneo Bernardo O’Higgins fue nombrado oidor interino de la Real Audiencia y posteriormente, miembro numerario (permanente) de la misma institución, ejerciendo con gran autoridad sobre las decisiones de la institución.

El historiador Diego Barros Arana escribe: “Mientras tanto, en Santiago como en las otras ciudades, las cárceles y los cuarteles estaban atestados de patriotas o de reos de Estado, como entonces se decía.” (1999: 23). La política represiva es en todo el país, y está dirigida a terminar con toda manifestación que atentara contra la estabilidad del sistema colonial, apresando a toda persona presunta de haber tenido participación o relación con la revolución.

La represión había comenzado con la llegada de las fuerza realistas desde Perú. Los revolucionarios de Concepción, fueron los primeros en ser detenidos y llevados a la isla Quiriquina[1], campo de concentración que alcanzó a tener: “doscientos patriotas en su mayoría vástagos de familias acomodadas fueron sacadas de Concepción e internados en la isla de la Quiriquina” (Bulnes, A. 1946).

En La Serena cuando se supo de la derrota de Rancagua, se mantuvo la vigilancia revolucionaria, pero fueron vencidos sin resistencia a fines de octubre. Muchos de ellos partieron al exilio. Más de 600 patriotas fueron arrestados, entre ellos, Francisco Sáinz de la Peña y Fernández de la Peña[2], quien fue llevado a Valparaíso, donde estuvo en prisión hasta que un barco lo llevara al campo de concentración de Juan Fernández.

El comerciante francés Julian Mellet que se encontraba en La Serena durante esos días, cuenta en su libro Viaje por el interior de la América meridional, que el coronel realista Ildefonso Elorriaga: “Además de los numerosos arrestos que hizo en la ciudad, ordenó el arresto de todos los extranjeros y la confiscación de todos sus bienes, so pretexto de que ellos se habían inmiscuido en negocios políticos.

Fuimos, pues arrestados en número de treinta y tres y conducidos a bordo de la fragata Aurora, donde nos cargaron de cadenas. De este número a veintitrés se les puso en la brocha, es decir, que se les ató los pies con gruesos anillos de fierro retenidos por larga y fuerte barra, al fin de la cual había una cadena que aseguraba nuestra cautividad.” (1959: 93).

Barros Arana dice: “El coronel Elorriaga, después de apresar y de enviar a Santiago a todas las personas que en el período anterior habían mostrado simpatías por las instituciones revolucionarias, y después de imponer al vecindario de La Serena y de los campos vecinos un grueso impuesto extraordinario a título de contribución de guerra, hizo celebrar el domingo 27 de noviembre una aparatosa parada militar seguida un día después de Te Deum y otras fiestas” (1999: 15).

El historiador serenense Manuel Concha escribe en 1872: “El 26 de enero de 1815 se recibió en La Serena de gobernador político interino al capitán don Juan de Dios Barrera, nombrado por Elorriaga, que se fue a la capital. Pero pocos días después, el 10 de febrero, entregó el mando al subdelegado y comandante militar de este partido don Manuel de Matta, nombrado por el general Osorio desde el 10 de enero de ese año.” (2011: 422).

Regresemos a la capital, después de las tres noches de terror. Cuatro días después, en oficio del 13 de noviembre el criollo vicario del obispado de Santiago, José Santiago Rodríguez Zorrilla, informa al capitán general Mariano Osorio, sobre la situación de los eclesiásticos en relación a la revolución con nombres de los rebeldes: de unos 600 religiosos de convento, 64 estaban comprometidos con los cambios en el país: 9 domínicos, 17 franciscanos, 14 agustinos y 24 mercedarios, sin considerar en este listado los curas seculares. Alguno de los eclesiásticos se habían exiliado en Mendoza, Después de esta delación fueron detenidos y condenados a vivir en conventos, vigilados por superiores y algunos enviados al campo de concentración de Juan Fernández.

En Santiago, ciudad de poco menos de 40.000 habitantes, se calcula que hubo alrededor de 3.000 detenidos, de los cuales en un primer envío, fueron deportados en la corbeta Sebastiana a la isla Juan Fernández, cuarenta y dos notables santiaguinos ancianos o enfermos, donde llegaron el 21 de noviembre, después de un viaje de ocho días en condiciones inhumanas en la bodega del buque, para desembarcar en la isla y tener como albergue las cuevas del lugar durante los 27 meses de presidio.

En este grupo estaban los sacerdotes: Frai Joaquín Larraín y Salas, José Ignacio Cienfuegos, frai Juan Pablo Mechelot, frai Diego Espinoza de los Montero y el prior Francisco del Castillo; es probable que en esa misma fecha hubiese sido enviado al mismo lugar el presbítero Pedro Amasa, pues hay constancia que murió el 9 de enero de 1916 en dicho campo de concentración.

El historiador español Mariano Torrente (1792-1856) escribe en 1830 “Los mas delincuentes fueron deportados al presidio de las islas de Juan Fernández, otros a los castillos, i los restantes a las cárceles i cuarteles. Quiso el jeneral Osario que en esta ilustre campaña brillase tanto la jenerosidad de sus sentimientos como los esfuerzos de su brazo.” (Torrente, M. 1900: 70).

Mientras que el inglés John Miller sobre el transporte de los mismos prisioneros que el generoso Osorio deportaba. dice: “fueron empaquetados como sardinias en una corbeta de guerra Española, y transportados á la isla de Juan Fernandez. Colocaron centinelas á las puertas de la cámara, con orden de hacer fuego á cualquiera que sacase la cabeza en las ocasiones gozar siquiera de un ayre algo mas puro; á ninguno permitieron salir ni por un instante, aun en las ocasiones mas urgentes; y un ayre pestífero consecuencia de la reunión de tantas personas en un espacio tan reducido, y de la acumulación de inmundicias …” (1997: 143).

Como las detenciones se practicaron en todo el país, poco después comenzaron a llegar a Juan Fernández, prisioneros políticos del norte y sur, así como de cárceles del Callao y Lima. Desde Coquimbo: “treinta patriotas en su mayor número de sacerdotes o extranjeros, i en calidad de tales condujéronlos a Valparaíso a bordo de la Aurora a fines de 1814 para ser llevados a la isla.” (Ídem).

Según el historiador Leonardo León en el periódico santiaguino y realista Viva el Rey, del 12 de enero de 1815, se puede leer el siguiente: “El comercio reflorece, los campos se cultivan, los abastos se aumentan los minerales se trabajan, el erario se enriquece, los delitos se castigan, los que obran bien nada temen, la ley defiende su seguridad y libertad: las obras públicas se activan, el aseo de las calles, su hermoso enlozado, los paseos públicos sensiblemente se mejoran.” (2011: 305). En el mundo idílico que presenta la prensa oficial escondiendo los hechos represivos y de injusticia de la dictadura del capitán general y desconociendo la realidad del país.

La nueva identidad revolucionaria, vinculaba a los desposeídos de las ciudades y del campo con organizaciones clandestinas en diversas ciudades y pueblos del país, comenzaban hacerse fuertes, mientras el poder del estado se normalizaba con persecuciones indiscriminadas, aumento del costo de vida y de los impuestos, produciéndose mayor pobreza en el pueblo llano con delincuencia menor.

Un acto que causó gran repudio en Santiago, sucedió en la noche del domingo 5 de carnaval de febrero de 1815. Las autoridades carcelarias, inventaron una falsa evasión, resultando muertos dos prisioneros patriotas: Concha y Moyano. En la madrugada del lunes sus cadáveres fueron expuestos en la plaza Mayor.

Las deportaciones a Juan Fernández eran constantes. El 28 de febrero de 1815 llegó a la isla, proveniente de la cárcel de la inquisición de Lima, el prior de San Juan de Dios, el prestigioso penquista, frai José Rosaurio Acuña Avendaño y a fines de marzo del mismo año en la fragata Sebastiana, llegaron más detenidos procedentes de Valparaíso. En el mes de mayo arribaron prisioneros de la Casamatas del Callao, dejando espacio a los prisioneros que llegaban del Alto Perú. Entre los presos políticos deportados a Chile, estaba el presbítero Juan José Uribe, hermano de Julián Uribe[3]. Juan José habría llegado a Juan Fernández el 1° de junio de 1816.

El historiador Leonardo León en otro párrafo de su libro antes citado dice: “Las acciones delictuales del peonaje durante la Restauración podían insertarse en el plano de la resistencia política, pues la llevaban a cabo antiguos soldados que, después de arriesgar su vida en los campos de batalla, no se conformaban con el curso de los eventos que sacudían al país desde la derrota revolucionaria en Rancagua [ …] Junto a ellos también se producían las tradicionales explosiones de violencia del peonaje por las razones más triviales y baladíes.” (2011: 348). La represión seguía despertando más consciencia de la población popular al reconocerse los cambios positivos durante la Patria Vieja.

El proceder en Chile de Mariano Osorio ha sido controvertido. A pesar de la mano dura del poder, Diego Barros Arana dice lo siguiente de la dictadura: “En Chile, la represión consiguiente a la reconquista, aunque marcada también con obstinadas persecuciones y con sangrientos horrores, fue, sin embargo, menos dura en los principios, sobre todo, que en las otras colonias.”[…]“Osorio en efecto, no era un soldado cruel e inhumano.” (2002 Tomo X: 11). Es cierto, que La Reconquista o periodo del Terror en Nueva Granada fue más dura[4], pero eso no invalida que los dos regímenes fueron dictaduras.

Vicente Pérez Rosales, décadas después de los acontecimientos dice: “El recuerdo de la brutal e inútil tiranía que desplegó Osorio a doce días de su entrada en Santiago sobre cuantos padres de familia y cuantos hombres de su posición podían honrar a su país con sus talentos y con sus virtudes, vivirá en la memoria de los chilenos tanto tiempo fuere el de la duración de nuestra historia.” (1980: 36).

Diferentes historiadores de alguna manera u otra repiten las mismas apreciaciones de Barros Arana. Por ejemplo: el historiador Campos Harriet dice: “Osorio no era un hombre cruel y habría mostrado la generosidad de su alma si la política absolutista impuesta por el regreso de Fernando VII al trono de sus mayores si no lo hubieran obligado a adoptar medidas de torpe represión.” […] “Para Mariano Osorio, gran señor, habría pasado a la historia de Chile como la encarnación del militar español: valiente en la contienda, generoso, y magnánimo en la paz, si no hubiese estado rodeado por consejeros implacables.” (1976: 58). Si no lo hubieran obligado, si no hubiese estado rodeado de consejeros implacables, apreciaciones que en toda época y menos en aquella, no corresponden para un oficial honorable de alto grado. Mariano Osorio fue un buen representante de la política de opresión de los últimos representantes del Despotismo, que años antes había participado en España como un militar liberal.

Casimiro Marcó del Pont asume el cargo de capitán general, el 26 de diciembre de 1815, mientras Osorio después de una estadía de meses en Valparaíso, logró embarcarse en el viejo bergantín el Águila rumbo al Callao.

Mientras más represiones realizaban las fuerzas gubernamentales, mayores eran las protestas que comenzaron a transformase en actos de rebeldía y de insurrección armada que alentó “ … al general Marcó desarmar á la población de ese reino, de antemano pronunciada ya por su independencia. Privados los chilenos de armamento, tenian estos oprimidos necesidad de que sus tropas que se habian retirado á Mendoza viniesen á ayudarlos y traerles armamento.” (Pruvonena, P. 1858: 93).

Afines de 1816, llegaba “un verdadero convoi de prisioneros, compuesto de la fragata Venganza, de la corbeta Sebastiana y del bergantín Potrillo” (Vicuña Mackenna, B. 1974: 423). En esos mismos días los navíos Victoria y Sacramento anclaban en el puerto del Callao y procedente de Chile, con “cargamentos de jenerosos patriotas a las Casas Mata del Callao i a la Inquisición de Lima”. (Miller, J. 1997: 423).

Pocas días antes del cruce de los Andes del Ejército Libertador, arribaron al campo de concentración de Juan Fernández, los presbíteros: José Laureano Díaz y José Tomás Losa; los frailes agustinos: Gregorio de Miranda y Agustín Rocha.

Según Manuel Concha “La tiranía y la opresión llegó a su colmo. Se publicaron bandos aterradores; se puso precio a la cabeza de los patriotas; los donativos forzosos estuvieron a la orden del día.” (2011: 423).

Se trata de recordar a Marcó del Pont como un personaje con gustos refinados amante del boato y de fiestas, como un persona afeminada. Naturalmente la prensa oficial de la época lo consideraba buen cristiano y piadoso. Pérez Rosales escribe; “Casimiro Marcó del Pont, menos capaz que el anterior (Osorio), aunque no menos cruel.” (1980: 43). Mientras que P. Pruvonena “ … el Presidente español general Marcó del Pont, hombre inepto para sostener aquel país, y á quien los chilenos tenían un odio mortal.” (Pruvonena, P. 1858 T-I: 93).

Marcó del Pont también era un genuino representante de la política del Despotismo Ilustrado, culto y representante de la represión, persecución, venganza reiniciada por Fernando VII al regresar trono y anular la constitución liberal de 1812.

John Miller después de escribir sobre algunas de las actividades de Osorio y Marcó del Pont dice: “Para detallar los de mas actos de tiranía cometidos por Osorio, y su sucesor aun mas cruel el general Marco del Pont, fuera necesario llenar un tomo. Basta decir, que en dos años y cuatro meses la barbarie de estos déspotas, hizo llevar mas luto a las familias principales de Chile y sus inmediaciones; causó mas opresión en todas las clases del pueblo; y arruinó mas al país en general, que todas las desgracias reunidas de los periodos de la guerra de la independencia.” (1997: 145).

Es cierto que Marcó del Pont se preocupó de la ciudad de Santiago, pero también creó el Tribunal de Vigilancia y Seguridad Pública, órgano que le permitió cumplir mejor su misión restauradora como buen militar y buen funcionario de la corona, empleando el poder del terror para mantener el orden apoyado irrestrictamente por sus subalternos.

Las actuaciones de este Tribunal al amparo de Marcó del Pont, fueron odiosas y dieron lugar a delaciones, espionaje y allanamientos; acciones que en su conjunto fueron provocando un mayor y profundo malestar, descontentos y miseria en la población debido a la persecución no tan solo a los aristócratas patriotas, sino del pueblo llano, campesinos, artesanos, cesantes, prófugos, delincuentes que de una manera u otra habían participado en uno de los dos bandos durante la Patria Vieja o comenzaban a tomar conciencia social, provocando insubordinación e incremento de la delincuencia, asaltos y montoneros patriotas que pronto se transformaran en guerrilleros. La respuesta a la dictadura en Chile era la rebelión en los campos y ciudades.

Benjamín Vicuña Mackenna dice que días después de la toma de Valparaíso el 14 de febrero de 1817: “ … un viejo barco llamado el Águila mui conocido en nuestras costas que navegaba armado en guerra y que engañado por la bandera española que flotaba en los mástiles de los cuatro castillos de Valparaíso, el San José, el Concepción, el Barón y San Antonio, entró en caustamente en la bahía en donde fue abordado y hecho presa” (1904: 21). Se entiende que este viejo barco llamado el Águila, es el mismo en el cual se embarcó Mariano Osorio en Valparaíso en 1815 para regresar a Lima, después de desempeñar el cargo de capitán general durante su dictadura.

Antonio García Reyes dice: “El Aguila no era un buque aparente para funciones de guerra. Débil de construccion, i capaz apénas de diez i seis cañones i cien hombres de tripulación, no podía salir a desafiar el poder marítimo de la España que en esta época se había concentrado en el Pacífico con motivo de las turbulencias que ajitaban las colonias.” (1868: 35).

Diego Barros Arana dice: “Por fin, el 26 de febrero entró confiadamente el Águila, aquel bergantín inglés que el año anterior habían apresado las autoridades realistas de Coquimbo, por hacer el comercio de contrabando en Chile.” (2003. T-XI: 34).

El Águila sería el viejo y pequeño bergantín de comercio español de unas 220 toneladas, que realizaba su labor de cabotaje por la costa de Chile llegando hasta Perú y no el bergantín inglés Eagle o Águila mencionado por Barros Arna. Su capitán en esa ocasión, José Anacleto Goñi habría entregado la nave sin resistencia a las autoridades revolucionarias del puerto, encabezada por el teniente coronel y gobernador Rudecindo Alvarado, un salteño del batallón cazadores de infantería de los Andes.

La primera misión del bergantín Águila, fue patrullar la costa sur de Valparaíso hasta el puerto de San Antonio, costa con pequeños puertos donde podían encontrarse algunos realistas sin control oficial tratando de embarcase u organizar la resistencia. En esos momentos las autoridades patriotas fueron informadas de las intenciones realistas de trasladar a los prisioneros de Juan Fernández a la prisión de las Casamatas del Callao.

El gobernador de Valparaíso había recibido del director supremo Bernardo O’Higgins, un importante oficio con fecha 7 de marzo. Un fragmento de dicho documento dice lo siguiente. “Luego que reciba Vd. ésta, dispondrá que á la mayor brevedad se apronte el bergantín Águila incluyendo en él víveres bastantes para alimentar, por espacio de dos meses á docientos individuos y la aguada suficiente para llegar á Juan Fernández. Cuidará Vd. que la tripulación sea de la mayor confianza, y deberán á bordo 25 cazadores armados …” (Uribe, Luis. 1910: 9)

El bergantín Águila, ahora al mando del capitán Raymond Harve Morris, pudo zarpar el 18 de marzo del puerto de Valparaíso rumbo a Juan Fernández. El 24 del mismo mes por la mañana estaba frente al presidio. Vicuña Mackenna dice: “aparecióse en la rada de San Juan Bautista un buque misterioso, que echó a tierra uno de sus pasajeros, el cual sin hablar con alma nacida una palabra, encerróse con el gobernador Cid, en su aposento.” (1974: 449).

El prisionero Juan Egaña, quien escribió sobre su permanencia en el cautiverio, según Barros Arana dice; “… se avistó un buque cuya bandera no podiamos conocer por la confusion que el nublado horizonte daba a sus colores. Siempre a la vela, echó el esquife, i en él, al coronel español de artillería Cacho, quien sin atracar a tierra preguntó por el gobernador,” [para luego encerrarse a conversar sobre la situación del país y las condiciones para la rendición] “¡Qué fatales i aflictivas fueron para nosotros algunas horas de este encierro, persuadidos de que acaso vendria la órden de fusilarnos, o conducirnos a un punto horrible! La atroz conducta de Marcó hacia verosímil cuanto se presentase funesto, i el misterioso silencio autorizaba los temores.” (1858: 13).

El realista y teniente coronel Fernando Cacho, prisionero en Chacabuco, había sido comisionado por el gobierno para lograr una rendición honorable de la guarnición realista de la isla, su libertad, y rescatar sin lucha armada a los prisioneros de guerra. Como resultado de la conversación entre Fernando Cacho y Ángel Cid, jefe de la plaza y del campo de concentración, se entregó una comunicación oficial con las condiciones del traspaso de poder.

Al día siguiente, el bergantín Águila izó la bandera de las Provincias Unidas, y entre los prisioneros se supo la noticia del triunfo en Chacabuco, de la rendición del ejército de Marcó del Pont y de la liberación de Santiago y del alzamiento popular del país. En el continente: “La noticia de la pronta repatriación de los próceres que el gobierno español había desterrado a la isla de Juan Fernández por su implicancia en el movimiento revolucionario trajo inmensa alegría a los hogares santiaguinos que desde varios años sufrían la dolorosa ausencia de algún deudo.” Eyzaguirre, J. 1946: 179), noticia motivadora para que parientes, amigos y patriotas en general se trasladarán a Valparaíso para recibir a más de cien prisioneros políticos que habían podido resistir la relegación en las peores condiciones.

Entre los que regresaron al continente, faltaron muchos prisioneros políticos que muriendo de hambre o por diversas enfermedades debido a las condiciones sanitarias y de alimentación. La lista de los que llegaron ha sido publicada por varios historiadores. En esta nota se ha dado especial énfasis a la presencia eclesiástica entre los revolucionarios, para no quedarnos tan solo con la actitud deplorable del vicario del obispado de Santiago. Benjamín Vicuña Mackenna para esa misma ocasión dice “echo anclas en el puerto de Valparaíso el bergantín Águila trayendo a los presos políticos y parientes” … “en medio de las mas patéticas escenas de ternura y de alegría echaba su preciosa carga en tierra” (1874: 451). Cada patriota traía una dolorosa historia y la alegría del reencuentro.

No podíamos terminar esta nota sin recordar a los presos políticos de Concepción. Mientras en el centro y norte del país se vivían días de alegría después del levantamiento popular y triunfo en Chacabuco, en Concepción: “A fin de impedir el levantamiento popular, en la provincias a su mando, había llevado a cabo la prisión de cuanta persona pudiera encabezar esos movimientos, y en especial de los jóvenes de familias acomodadas, encerrándolos en cárceles seguras o confinándolo a la isla Quiriquina de donde no podían fugarse.” (2003. Tomo- XI: 94). Se encontraban alrededor de 200 prisioneros políticos patriotas en la isla Quiriquina en las peores condiciones sanitarias y con falta de alimentos, mientras el jefe de plaza, el realista José Ordóñez se empecinaba en defender encerrado con sus fuerzas militares de la provincia en las fortificaciones del puerto de Talcahuano una causa ya perdida.

Las fortificaciones consistía en un foso entre la bahía de Concepción y San Vicente. Junto a él se encontraban tres reductos con cañones de artillería (el del Morro al norte, el del Cura al centro, y Centinela al sur). “Toda la línea estaba cubierta con 70 cañones. Este foso con sus tres reductos separaba completamente la península del continente. Talcahuano no podía ser atacado por un ejército de tierra sin que éste se viese en la necesidad de embestir la línea de fortificaciones.” (Zenteno, I. 1916: 56).

Las fuerzas patriotas no estaban en condiciones de atacar y tomarse Talcahuano sólo por tierra, mientras “Ordoñez, a fin de proveer su plaza, disponía frecuentes salidas de partidas de caballería para forrajear a los alrededores. Una de estas salidas le costó la pérdida de 50 hombres con sus caballos y armamentos …” (Ídem: 52), acontecimiento que hizo que la estrategia realista no pudiera continuar y comenzara a faltar provisiones, siendo los prisioneros de Quiriquina los primeros perjudicados, pues no se les llevaba alimentos.

“Las-Heras avisó a Ordoñez que era de su obligación suministrar víveres a los patriotas de la Quiriquina, i que si por acaso olvidaba su deber, él i los demas jefes chilenos aprovecharian esa lección para tratar del mismo modo a los prisioneros de Chacabuco.” Barros Arana, D. 1858: 38). Frente a esta situación, más el asedio constante patriota, José Ordóñez no tuvo otra alternativa que dar la orden a la guarnición del campo de concentración de la isla Quiriquina, abandonar la isla y los prisioneros, para que Las Heras se hiciera cargo del problema en momentos que los patriotas no tenían medios náuticos para rescatar a los prisioneros.

Es así que los presos políticos al quedar sin custodia, “armaron algunas balsas, con las maderas de las habitaciones que habían ocupado, i en ellas se embarcaron el 11 de abril cerca de 200 prisioneros i se dirijieron a las costas de Chile, unos en direccion al puerto de Tomé i otros a las embocaderas del rio Itata, como 16 leguas mas al norte.” (Barros Arana, D. 1858: 39). Fue una treintena de balsas construidas con maderas de las cabañas donde vivían, que empezaron a zarpar esa noche y las noches siguiente aprovechando el viento. Las balsas que se dirigieron a la desembocadura del Itata, fueron llevadas por la corriente. “Esta aventurada empresa costó la vida más de treinta de los fugitivos. Algunas de esas débiles embarcaciones se desarmaron a cierta distancia de la ribera: casi todos los que las tripulaban perecieron ahogados, y sólo unos pocos alcanzaron a llegar a tierra aferrados a los maderos que pudieron coger.” (Barros Arana, D. 2003. Tomo- XI: 103). Era rl último costo al comenzar con un nuevo Chile.

NOTAS:

[1] Isla Quiriquina. Se ubica a la entrada de la bahía de Concepción, a unos 11Km al norte del puerto de Talcahuano. También fue campo de concentración durante la dictadura de Pinochet hasta abril de 1975, donde estuvieron más de 1.000 prisioneros y se practicaron torturas y fusilamientos.

[2] Francisco Sáinz de la Peña y Fernández de la Peña (1783-1844). Serenense, capitán de milicias (13-XI-1813). Su accionar estuvo en Coquimbo, Huasco y Copiapó. En noviembre 1814, fue detenido en La Serena y trasladado en la fragata Aurora a Valparaíso donde estuvo recluido por cuatro meses en el Castillo. En noviembre de 1815 se le condenó a cinco años de destierro en Juan Fernández y pérdida de sus bienes. Regresó al continente en El Águila en marzo 1817. Posteriormente: capitán de infantería de línea (19-VIII-1817), coronel (10-III-1830), intendente de Coquimbo (15-XII-1829). Encabezó la revolución en Coquimbo (1829-30), participó en las Asambleas Provinciales de 1823 como secretario. Fue diputado por Limarí en 1826.

[3] Julián Uribe.

[4] En Nueva Granada, la Reconquista o Período del Terror iniciado con el asedio de las tropas realistas comandadas por Pablo Morrillo y Morrillo al puerto fortaleza de Cartagena de Indias en agosto de 1815, asedio que duró más de 100 días, causando miles de muertos, que continuó con el fusilamiento de los principales líderes revolucionarios a partir de febrero de 1816. Morillo llega a Bogotá en mayo, estableciendo tribunales militares, juzgando a todo aquel que se considerara haber tenido algún tipo de contacto o pertenecer al movimiento revolucionario. Fueron fusilados decenas de personas, incluyendo mujeres como Policarpa Salavarrieta y Antonia Santos, otros centenares de revolucionarios fueron llevados a prisión o desterrados entre los cuales se encontraban alrededor de cien sacerdotes. El terror muy pronto lo sufrieron las clases populares, engrandeciéndose la lucha de liberación.

Bibliografía mencionada:

BARROS ARANA, Diego 1858. Historia Jeneral de la Independencia de Chile. Tomo VI Imprenta del Ferrocarril. Santiago.

BARROS ARANA, Diego 2002. Historia General de Chile. Tomo X. Centro de Investigaciones Barros. Editorial Universitaria. Santiago, Chile.

BARROS ARANA, Diego 2003. Historia General de Chile. Tomo XI. Centro de Investigaciones Barros. Editorial Universitaria. Santiago, Chile.

CAMPOS HARIET, Fernando 1976. Los defensores del rey. Editorial Andrés Bello. Santiago, Chile

BULNES, Alfonso 1946. Bulnes 1799-1866. Colección Buen Aires. Emecé Editores, S.A. Buenos Aires, Argentina.

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