En kioscos: Abril 2025
Suscripción Comprar
es | fr | en | +
Accéder au menu

La educación anda en calzoncillos. Una reflexión sobre la violencia de hoy por hoy. Por Carlos Fernández Jopia

“Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela”.
(George Bernard Shaw)

No se pretende hacer una reflexión académica sobre la violencia en las escuelas. Esto porque existe una cantidad significativa de bibliografía que aborda dicha temática de manera científica. Mas bien se trata de hacer una reflexión en voz alta pues, muchas veces, por andar buscando la evidencia se nos pasa por nuestras narices lo evidente. Y es en esto último, como diría aquel comentarista deportivo; está anunciado con letras de liquidación. Por tanto, desde ahí hacemos la metáfora del “traje del rey” que solo lo podían ver los inteligentes. Por ende, diremos que la educación de hace rato que anda en calzoncillos. Que nos hagamos los desentendidos y miremos para otro lado es harina de otro costal.

A pesar que el tema ha (re)surgido en estos días, hablamos de una trama que no es nueva y que no explotó por las leyes del azar. Sin embargo, a pesar de ello, solo aparecen de cuando en vez, discursos de buenas intenciones que no tocan la medula del problema, sino más bien, con la visión de una sociedad newtoniana, donde todo tiene una racionalidad excesiva, da la impresión que son tan solo slogans publicitarios que nos invitan a ajustar un par de tuercas para que este problema se solucione. Para el caso, la violencia en las escuelas ha sido un fenómeno siempre presente. Sin embargo, su incremento actual obedece a cambios socioculturales que son cruciales para entender dicho fenómeno. A pesar de lo anterior, quienes están mandatados a poner atención, para así, generar un “antídoto”-si es que eso es lo que se busca-, rara vez incluyen dichos factores en sus políticas de prevención. Y es que la violencia escolar es un problema no solo centrado en el alumno, sino más bien en la estructura social y en la falta de cohesión comunitaria. Que el alumno sea violento es tan solo el resultado de relaciones sociales complejas.

En la visión Durkheimniana del mundo, la teoría de la anomia (1897) establece que la desregularización social es la que provoca desajustes en el comportamiento de los individuos. Lo que, a grandes luces, refleja conductas violentas en el ámbito escolar. En esta óptica, la desintegración de los lazos comunitarios, la desconfianza en las instituciones, la disfuncionalidad en las familias, la incertidumbre en el individuo, entre otros, incrementa la agresión en la vida escolar. Bajo esta perspectiva, la precariedad de los lazos interpersonales, que, dicho sea de paso, son cada vez más virtuales y menos presenciales, y la inestabilidad de las estructuras de socialización se vuelven caldo de cultivo para reproducir un sistema de violencia.

Por el mismo camino, la escuela (Bauman 2005), esa institución que abrazaba el principio moderno de regulación social, perdió su capacidad de generar estabilidad y cohesión, avanzando por si sola sin adecuarse a los nuevos paradigmas. Para lo último, en una sociedad donde el conocimiento hoy por hoy pierde valor como tal, donde lo instantáneo aparece como norte para los jóvenes y las relaciones sociales son efímeras, la educación, esa que durante más de un siglo ha funcionado como cadena productiva de elaboración de productos acabados, entiéndase; cada año el alumno debe recibir ciertos conocimientos hasta llegar al final del túnel, no logró en la actualidad ofrecer referentes sólidos, lo que ayudó a fragmentar más lo identitario y más la violencia tanto física como simbólica.

Por tanto, la violencia que hoy por hoy se materializa en los colegios viene siendo el resultado de una crisis que enfrenta la juventud en el contexto de pérdida del sentido de identidad con las respectivas instituciones sociales; familia, comunidad, Estado (Castel, 1995). Es en esta dimensión donde la realidad está intervenida por simulacros. La juventud actúa e interactúa en un mundo donde la reputación digital y la imagen es determínate para su desarrollo personal. Para ellos, tener menos “like” en sus redes sociales es más vergonzoso que sacarse un 2,0 en alguna prueba, y las anotaciones negativas en su hoja de vida se convierten en material mostrable para presumir. Para todo lo anterior, se vislumbra que el problema es mucho más complejo que el de adecuar determinado reglamento interno o aprobar determinada ley de contingencia. No se dice en estas líneas que los actos de violencia no deben quedar impune, sino más bien, se establece la idea que, desde un tiempo a esta parte, solo el tema se ha abordado con discursos de sobremesa observando al rey con su hermoso traje de gala.

Por otro lado, y con la visión mecanicista del proceso educativo, el aprendizaje se va desplazando por la enfermiza obsesión de cumplir objetivos y estándares de medición. La excesiva planificación escolarizante impuesta tanto a docentes como a estudiantes, junto a la rigidez curricular, han convertido a la educación en un mero proceso burocrático administrativo. Han Su-san (2017) indica que la planificación exacerbada contribuye directamente a una fatiga colectiva que hace imposible la reflexión y la creatividad – requisito necesario para aprender-, incrementando las frustraciones y la ansiedad. Bajo esa mirada, la violencia en la escuela no sería solo de la juventud, sino más bien, una manifestación clara del agotamiento estructural del sistema educativo completo y de la modernidad organizada.

A lo anterior, y solo para ejemplificar, la taxonomía de Bloom, biblia obligatoria para los docentes, solo se centra en el escenario ideal de aprendizaje, marginando lo social y, por ende, marginando los focos de microviolencia en el análisis inicial. Por tanto, reduce la complejidad del fenómeno en categorías rígidas y lineales. Esto porque, dicha taxonomía, al centrarse en objetivos de aprendizajes individuales, omite de manera abierta las dimensiones estructurales y colectivas del origen de la violencia y su posible implicancia en el aula y en el aprendizaje. Giroux (2011) da como argumento que dicho instrumento subyace a los fenómenos sociales, por tanto, la taxonomía de Bloom solo entrega una mirada tecnócrata del aprendizaje, lo que, a la larga, podría generar frustración en los estudiantes y con ello y de la mano, violencia.

Para todo lo descrito anteriormente, la violencia en la escuela no debe entenderse ni menos reducirse a acontecimientos individuales. Por el contrario, debe de entenderse y tratarse – repetimos, si eso es lo que realmente se quiere- como parte de un entrelazado social mucho más amplio y complejo. Para lo descrito anteriormente, la sociología de la educación ha mostrado que la violencia no puede explicarse ni concluirse únicamente desde el comportamiento del individuo como ser aislado socialmente, sino que debe tratarse como un ser en sociedad y, por ende, debe entenderse desde la estructura social a la que pertenece. Es decir, la violencia en las escuelas refleja las tensiones de una sociedad que ha dado prioridad al rendimiento y al “rásquese con sus propias uñas” por sobre la edificación de vínculos sociales significativos.

Ya para finalizar, si se sigue viendo la violencia en la educación como acontecimientos individuales y las políticas para tratar dicho problema se siguen direccionando a atacar el problema de manera particular, la educación seguirá en calzoncillos por mucho tiempo más.

Dr. Carlos Fernandez Jopia

Dr. Carlos Fernández Jopia

Compartir este artículo