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La Educación en Tiempos Complejos. Por Alfonso Sánchez Riquelme

Al observar la agenda mediática nacional e internacional, no cabe duda que nos encontramos pasando por un momento de alta complejidad en términos valóricos, e indiscutiblemente ello nos arrastra hacia un espacio de crisis moral y social, donde los relatos se repletan de incertidumbre y los ciudadanos viajan a la deriva sin vislumbrar el norte prometido. Cabe destacar que el tiempo global que nos corresponde vivir, es de suyo complejo, entendiendo que el modelo económico imperante no permite un desarrollo armónico y peor aún, ha borrado del tejido social cualquier posibilidad de un estado de bienestar solidario.

Algunos autores, preferentemente desde la sociología, se refieren a este tiempo (nuestro tiempo) como la posmodernidad, modernidad líquida o hipermodernidad, caracterizado por un cambio de rumbo, una reorganización profunda de las sociedades democráticas avanzadas. Auge del consumo y de la comunicación de masas, debilitación de las normas autoritarias y disciplinarias, pujanza de la individualización, consagración del hedonismo y del psicologismo, pérdida de la fe en el porvenir revolucionario, desinterés por las pasiones políticas y militancias. En este marco de complejidad, la educación y los paradigmas que la acompañan, resultan ser un asunto agotador, confuso, y lejano de la compresión real de la ciudadanía (¿Cuánto estamos entendiendo de la reforma educacional?, ¿Qué entendemos por calidad en educación? o bien ¿Qué significa acreditación universitaria?). No obstante lo anterior, en el ideario valórico colectivo, todos entendemos que entre educarse y no educarse existe un abismo, no tan solo en el terreno intelectual, sino también en el de las posibilidades laborales y por sobre todo en el de las remuneraciones, que al fin y al cabo se transforma en lo más importante en una sociedad de mercado, donde se exalta el rol de los bienes de consumo, dentro de ellos la propia educación.

Ahora, en este tema de discusión inagotable, existen elementos que desde el poder no se transparentan, y obviamente ello dificulta aún más su visualización y comprensión, todo lo cual resalta la idea de que la educación no es neutra, es decir fluctúa según las posiciones o intereses imperantes, transformándose en una poderosa herramienta política. Bien, entonces de acuerdo a los intereses políticos actuales, se promueve y enfatiza algo así como un slogan mesiánico, “educación para todos, la oportunidad sin igual de movilidad social”, muy prometedor si imaginamos un país sin conciencia rumbo al desarrollo; esto, vale aclarar, que sin transparentar que dicha educación no es de la misma calidad para todos, favoreciendo de este modo las desigualdades y profundizando los desequilibrios sociales. Es decir la equidad en educación pasa a ser un instrumento demagógico.

Siguiendo en este orden de cosas, es evidente que existe una declarada exaltación por las mediciones cuantitativas (SIMCE, PSU, Evaluación docente) las que esencialmente se orientan a tomar medidas hacia alumnos y profesores, para justificar procedimientos tecnócratas o ajustes políticos, lo cual pareciera ser a la larga algo más bien protocolar, ya que en general en nuestro país nos mantenemos desde hace tiempo en un statu quo educacional, lo que se refleja en una pobreza intelectual generalizada (sin educación cívica, reduciendo horas de filosofía e historia), alto consumo de televisión (no cultural precisamente), bajos niveles de lectura, pobreza de lenguaje, desconocimiento ciudadano en los temas más elementales de su cotidianeidad, baja participación cívica en democracia (cabe ver la situación participativa en los cabildos ciudadanos en pos de una nueva constitución política).

Pensamos que no hay un aprovechamiento pleno de las capacidades de los individuos (recurso humano), lo que lleva a falta de autonomía, ausencia de pensamiento crítico e incapacidad de organización, con los consiguientes males sociales asociados. Luego, vale la pena cuestionarse qué estamos haciendo en términos de sociedad y qué tipo de nación estamos construyendo o queremos construir.

Ahora, desde este breve análisis, quisiera plantear la necesidad de que las cosas se hagan con un poco más de sentimiento y honestidad, de vocación pública real, de compromiso formativo; por ejemplo, no puede ser que los profesionales del futuro, salgan de las universidades sin una capacidad cabal de comprender lo que leen, sin escribir bien un informe técnico, sin comprometerse con su entorno histórico y social, es decir sin la plena capacidad de desarrollarse correctamente como personas. Nos parece válido exigir que se tomen medidas para generar conciencia social, interés por el ámbito político y cultural y por sobre todo preocuparse por la formación ética de los profesionales, para así construir, ojalá, una realidad más nuestra, menos estática y más comprometida a cabalidad con los valores de la patria, que con los intereses globales del mercado. Además, cabe considerar que en un mundo complejo y en permanente cambio, uno de cuyos motores principales parece ser la innovación tanto social como económica, resulta fundamental conceder un lugar particular a la imaginación y a la creatividad; manifestaciones por excelencia de la libertad humana.

El pensamiento y la acción de los siglos XIX y XX están dominados por la idea de la emancipación de la humanidad. Esta idea es elaborada a finales del siglo XVIII en la filosofía de las Luces y en la Revolución Francesa. El progreso de las ciencias, de las artes y de las libertades políticas liberará a toda la humanidad de la ignorancia, de la pobreza, de la incultura, del despotismo y no sólo producirá hombres felices sino que, en especial gracias a la escuela (educación), generará ciudadanos ilustrados dueños de su propio destino. Sin embargo, la complejidad asociada a la declinación del proyecto moderno, ha llevado a una creciente tendencia de considerar la educación como un producto antes que un proceso.

Para finalizar e invitar a la reflexión citaremos a Zygmunt Bauman, quien señala que: la educación está plagada de períodos críticos en los cuales se hizo evidente que las premisas y estrategias probadas y aparentemente confiables habían perdido contacto con la realidad y exigían ajustes o una reforma. Con todo, aparentemente la crisis actual es diferente de las del pasado. Los retos actuales están golpeando duramente la esencia misma de la idea de educación tal como se la concibió en el umbral de la larga historia de la civilización: hoy está en tela de juicio lo invariable de la idea, las características constitutivas de la educación que hasta ahora habían soportado todos los retos del pasado y habían emergido ilesas de todas las crisis. Me refiero a los supuestos nunca antes cuestionados y mucho menos sospechosos de haber perdido vigencia, con lo cual, necesariamente, deberían reexaminarse y reemplazarse.

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