La codicia es uno de los siete pecados capitales y se considera un pecado mortal, según la tradición cristiana. En la película de David Fincher “Los siete Pecados capitales” (protagonizada por Brad Pitt y Morgan Freeman), la codicia es representada por un abogado manipulador que se limita a mentir y defender criminales, obligado -por un asesino en serie- a cercenarse una parte del cuerpo y morir desangrado. Esta representación cinematográfica, le puede ocurrir en la realidad a las empresas eléctricas monopólicas que no cuiden a sus clientes.
Si el negocio eléctrico es maximizar utilidades minimizando los gastos a costa de la calidad y oportunidad del servicio, puede que el negocio se termine desangrando por mano propia. Las protestas masivas contra las empresas por parte de indignados vecinos de todos los sectores sociales no le saldrán gratis, ya que obligarán a las autoridades a tomar acciones concretas. Ya numerosos alcaldes han presentado acciones ante el Sernac, para compensar a los clientes afectados e incluso se pide el término de la concesión.
Las empresas deben tener una responsabilidad social empresarial, que va más allá de declaraciones rimbombantes, publicidad y hacer lobby exitoso. La desproporción de poder entre las gigantes trasnacionales y los afligidos consumidores que mes a mes deben pagar cuentas cada vez más caras es enorme y, un claro abuso de un sector económico regulado y monopólico que pareciera no responder a nadie.
Es casi una burla que, ante un desastre natural, no se tomen medidas paliativas rápidas o por lo menos se responda las comunicaciones de los vecinos preocupados y de las autoridades que necesitan tomar decisiones con dicha información. Al otro lado del teléfono, de la red social, de la web, un robot da respuestas tipos sin contenido, casi como una burla al clamor por explicaciones de la ciudadanía. Si esta es la eficiencia que nos prometían que traerían las privatizaciones de las empresas de primera necesidad, hay muchos que se preguntan sino estaban mejor en manos del Estado. Por lo menos si fueran funcionarios públicos los responsables, rodarían cabezas y alguien estaría dando explicaciones y soluciones ante airados parlamentarios hoy en silencio.
Los pecados capitales -y del capital – sabemos que son mucho más que siete y la codicia no es el único que tenemos constancia que burlan algunos malos empresarios. No hace falta cobrar con sangre cada “pecado” cometido, para eso está nuestra legislación y las instituciones que debieran supervisar estas faltas, esperemos que el lobby, el “telefonazo” y otros temas que rápidamente aparecen en la agenda, no oculten la responsabilidad social de estas empresas.
Daniel Recasens Figueroa
Periodista