Donde hay hambre, no hay pan duro.
A todos nos gusta sentirnos parte de un mismo conjunto de vez en cuando, y qué mejor para lograr esto que dar un paseo por nuestros pensamientos y recalar en los elementos típicos de nuestro país que traspasan cualquier tipo de barreras y nos unen como lo que somos: chilenas y chilenos. Aunque aún falte mucho para el tan querido y ansiado dieciocho de septiembre, nunca hace daño recordar elementos propios de la cultura chilena: bailes como la cueca o el Sau sau de Rapa Nui, juegos típicos, ya sea jugar con un trompo, emboque o incluso elevar volantines, hacen de nuestro país lo que es, pero si hablamos de cosas que nos representan no podemos dejar de lado nuestra gastronomía.
Un pastel de choclo recién salido del horno, un vaso de mote con huesillo o un terremoto, una empanada de pino bien caliente… Muchos son los platos típicos de nuestra gastronomía que sin duda disfrutamos gracias a sus sabores exquisitos y al legado cultural que acompaña a cada uno de estos, pero si hay que hablar de un alimento que encanta a grandes y chicos y que no puede faltar en nuestros hogares en cualquier hora del día, no podemos evitar mencionar a quizás el más representativo de todos; el pan, simple quizá, aunque indudablemente efectivo.
No debería ser una sorpresa para nadie que Chile es uno de los países con mayor consumo de pan en el mundo, ¿y cómo no serlo? Se pregunta uno al notar que prácticamente la compra de este alimento es algo obligatorio en nuestra rutina diaria, como buenos chilenos acostumbramos a consumirlo en nuestro desayuno, quizá junto a una taza de café para despertar el cerebro y empezar una nueva jornada, hay quienes lo usan para acompañar el almuerzo, tampoco podemos olvidarnos de que es mayormente comprado para la hora de la once, donde es común verlo combinado con distintos productos (llámese huevos, palta, queso, jamón o realmente cualquiera que sea el acompañante que uno disponga en su refrigerador en el instante en el cual se decide conceder la victoria al hambre e intentar hacerle frente).
Según los resultados de la IX Encuesta de Presupuestos Familiares (EPF), publicada por el Instituto Nacional de Estadísticas el pasado año y que abarcó un total de 15.134 hogares chilenos, se desprende que, en promedio, bajo nuestros techos se consumen 15,7 kilogramos del pan mensualmente.
El amante del buen pan debe sentirse feliz, ya que, por lo menos en este lado del mundo, cuenta con una inmensa variedad a su disposición para la libre elección del día a día… Desde un reconfortante y clásico pan amasado hasta la infaltable hallulla que tantas veces habrá acompañado las comidas de los chilenos y que se ha sabido ganar un espacio en el corazón y paladar de muchos. Sin la intención de quitarle veracidad al refrán “Para gustos, colores”, es necesario admitir que existe un tipo de pan el cual es el favorito para el pueblo chileno, o mínimamente para una gran cantidad de niños, adultos y viejos que han crecido junto a este: La marraqueta.
Este alimento consiste en un pan elaborado mediante la mezcla de harina, agua, levadura y sal; posterior a un largo proceso de preparación se obtiene su peculiar forma y quizá esta sea el secreto de su éxito en nuestro país: la marraqueta corresponde al conjunto de panes pequeños que forman entre sí una sola pieza y tienen la particularidad de ser capaces de separarse sin mayor dificultad, esto hace que sea perfecta para muchas ocasiones, desde servirte una única porción hasta poder compartirlo con quien se siente a comer contigo en la mesa.
Una versión popular sobre su origen-aunque lamentablemente incomprobable-hace referencia a dos hermanos panaderos de nacionalidad francesa y de apellido Marraquette, quienes arribaron en la ciudad de Valparaíso en el siglo XX y que accidentalmente al hornear una serie de panes, quedando estos pegados entre sí (con la forma de una marraqueta actual) habrían terminado optando por ponerlos en el mercado logrando sin querer su venta masiva y popularización en la sociedad chilena de la época. Por otro lado, el historiador Benjamín Vicuña Mackenna expone que su creación data del año 1810, por parte de un panadero español de nombre Ambrosio Gómez.
“Conocianse en la colonia solo dos clases de pan: el español, que tenia mucha grasa, i por consiguiente mucha miga, i el chileno, que era aplastado i mas cascarudo. El pan frances es coetáneo con la independencia, pues el primero que lo elaboró fue (en 1810) el conocido capitalista español don Ambrosio Gomez, que tenia su panaderia a la bajada del puente, por el lado de la Chimba” (Vicuña Mackenna, 1869, Historia crítica y social de la ciudad de Santiago desde su fundación hasta nuestros días (1541-1868): tomo II).
A falta de una versión oficial, cabe mencionar que este alimento también ha sido modificado y consumido en algunos otros países cercanos como Perú y Bolivia, prueba de esto es el surgimiento de “la marraqueta tacneña” proveniente de la ciudad de Tacna luego de la guerra del pacífico, en Bolivia no se quedan atrás, sobre todo en La Paz; donde se considera patrimonio paceño, sin lugar a dudas, nuestro característico pan ha sabido triunfar en los lugares a los que ha llegado.
Aunque la marraqueta no está exenta de debates, desde versiones alternativas a su nombre, tales como “pan batido” y “pan francés”, o discusiones al momento de responder la típica pregunta de “¿Cuántos pedazos son una marraqueta?”, no se puede negar que esta misma corresponde no solamente a uno de los panes emblemáticos de nuestro país, sino también un alimento que representa nuestra gastronomía a lo largo del mundo y que hace que cada chileno en el extranjero quiera volver a sus raíces para poder disfrutar de un bocado más de este exquisito producto.
Domingo Hernández, ensayista.