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La explosión de una sociedad pequeña. Por Francisco Javier Villegas

Hace algunos siglos un filósofo, político y escritor florentino, Nicolás Maquiavelo, escribió que es mejor ganar la confianza de la gente que confiar en la fuerza. Por lo mismo, en muchas ocasiones, los seres humanos son tan endebles de mente y están tan subyugados y dominados por sus necesidades inmediatas que, quien desea engañar, siempre encontrará muchos que estén listos para ser engañados. Se trata de un apocamiento, de relativismo absoluto, como de una queja a la cual no se presta tanta atención.

Por lo demás, en nuestros días, esa aseveración puede incluir un detalle agregado como sombra del presente: un poderoso nunca carece de razones legítimas para romper sus promesas. Y esas dos expresiones unidas pareciera, ahora, que se liberan desde un único recipiente mitológico y actual, no solo con elocuencias sino también de formas para hacer explotar la sociedad o lo que se llama, según algunos analistas, la naturaleza de la opinión pública: “ten cuidado… mira que puede que tus actos terminen abriendo el ánfora de Pandora”. Lo anterior, entonces, no es ninguna novedad cuando en estos días observamos con tanta inmediatez un tema público, y de agudezas casi distópicas, como es el caso audios, aunque, en verdad, el caso está en la palestra desde hace diez meses.

Dicho de otra manera, la esfera privada, de un grupo de personas, se moldea y se exhibe en un espacio público-virtual, y referido a los intersticios jurídicos, para llegar a correr, como la misma pólvora, y en cuenta a gotas, hasta el trono de la influyente política. Pronto, lo escandaloso de los reductos ideológicos, muchos salpicados por el poderoso abogado Luis Hermosilla, afrontan el riesgo discursivo de unos audios, de los cuales aún no sabemos acerca de su completitud, y las revelaciones como de crónica de una muerte anunciada, como dijo un ex supremo. Es decir, muchos sabedores del boca a boca callan cuando las palabras cuestan una fortuna. ¿El resultado? El lenguaje sí importa y más todavía cuando existe alcance e inmediatez en el cinismo.

La contundencia es la siguiente: lo que empezó como una obstinada consideración del sistema por completarlo todo, relaciones, redes, manipulación, vínculos amicales y de negocios, defensas corporativas, entre otros, se transformó en el encaje perfecto de la maravilla maximalista: ser más con más, como una conspiración, incluyendo el exceso de las asimetrías. Nada de docilidades o talante consensual en el ánimo de las reacciones; mientras, la población, o la sociedad, la que se informa, presta una atención paradójica y fragmentaria a las noticias; otros, segmentan el poder creyéndose inmunizados de las reacciones adversas; pero, siendo esclavizados por sus propias perspectivas.

Tal vez estamos en guerra, la no convencional, por cierto. Porque la guerra es la mayor prueba de valor o de optimismo para un político, para un abogado y para un orador. La necesidad de extender ideas es la clave. Por eso el audio de 105 minutos podría leerse como una suma de figuras crípticas y lenguaje informal, con léxico reducido, más una abundancia de comodines; aunque, claro está, que de literatura o de tratado lingüístico no tiene nada. Sin embargo, la frase “cuyos alcances habrá que develar en el transcurso del tiempo”, al respecto de si todo fue un montaje o una maniobra, bien puede observarse como parte de una novela de tipo metonímico: aplicar a un todo el nombre de sus partes, aunque más parece una esquirla disfuncional que a muchos les está salpicando.

Ya sabemos que cuando hay carencias en la democracia las personas comienzan a definirlo todo y hasta cambian el sentido de las palabras, a gusto y paciencia, de los mismos que la expresan. Por ejemplo, la expresión “zapatos” bien puede significar un barco, un tonel, un cúmulo de vales o una caja fuerte. En el contexto de esta explosión la palabra mencionada adquiere una importancia crucial. Por lo mismo, no sabemos si todo esto es una compresión, una vulgarización de los actos humanos o un plan subyacente para amenazar al contrincante, al interlocutor o al mismo Estado. En el lema de que todo vale, o de que el fin justifica los medios, algunas personas desean hacer todo porque, solo importa e interesa “el todo”, lo que tiene que hacerse, aunque eso sea la corrupción absoluta, un control de la imagen ante los medios o, simplemente, legitimar la parcialidad dominando al otro.

Como dijo el escritor Octavio Paz, no sabemos si todas esas cosas, en el contexto de las relaciones del poder y la política, son un acertijo o una perdición mental, o las dos cosas juntas, aunque eso mismo puede ser parte de las frases que venden. Y desde ahí, precisamente, sobreviene la pregunta ¿vivimos el tiempo de la magnificación, de las ideas esquizofrénicas o de la ética desganada? o ¿las tres cosas juntas? O bien, es el aparecimiento de los tres géneros del lenguaje público de Aristóteles que se mezclan en este caso: la retórica judicial, deliberativa y epidíctica. La primera, se pregunta ¿y quién tiene la culpa…? La segunda, apunta hacia ¿qué se debe hacer…? Y la tercera ¿y cuándo hacemos el gran elogio en este futuro mediato?

Francisco Javier Villegas

Escritor y doctor, Universidad de Antofagasta

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