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La (infame) tercera vía. Por Claudio A. Faúndez

Incomprensible. Ese es el adjetivo adecuado para la idea de una tercera vía de salida de la encrucijada constitucional en que se encuentra nuestro hermoso país. Aducen, para tan infortunada idea, que existe un sector dentro de la convención que ha sido sistemáticamente excluido de los acuerdos, ya que lo que ese sector ha propuesto, mayoritariamente, ha sido desechado por los comités o el pleno. Así, la constitución no será la casa de todos, pues, según dicen, debe representar a todos los sectores de nuestra atribulada sociedad. La afirmación no solo es liviana, sino que, además, falsa.

Veamos. Al iniciarse el proceso constitucional, prácticamente todos los sectores que concurrieron al famoso acuerdo de noviembre de 2019, estuvieron contestes en que era necesario un quórum muy elevado, precisamente para forzar acuerdos que incluyeran a un gran sector de la ciudadanía. Algunos quisieron rebajar tal quórum, pues era asociado a los amarres odiosos de la constitución del dictador y preveían que los cambios pretendidos serían obstaculizados por una minoría ínfima como podía ser un tercio. La derecha y la izquierda unidas (me refiero a los políticos incumbentes), se frotaron las manos pensando que, de ese modo, la nueva constitución podría ser cocinada como venían haciéndolo con las leyes aprobadas en el Congreso. Ni los diecisiete cupos reservados podrían cambiar su augurio.

Craso error. Primero el plebiscito del rechazo y el apruebo, luego las elecciones de convencionales, dieron un portazo a los incumbentes y los dejaron con las manos frotadas; un diverso grupo de candidatos y candidatas a la convención resultó electo, y los partidos políticos (ninguno, ni de derecha ni de izquierda), lograron siquiera el tercio necesario para forzar los acuerdos según su querer. De este modo, la voluntad ciudadana determinó el que debía ser el devenir de la convención: representar el sentir del 80% de los votantes del plebiscito y las elecciones para convencionales, cual era que debía redactarse desde la ciudadanía un nuevo texto constitucional. Recuerde usted que en la campaña del apruebo no solo participaron sectores de izquierda, sino que también de derecha, lo que explica, claramente, la elevada votación obtenida por el apruebo en el plebiscito de entrada.

Sin embargo, y se trata de un hecho público y notorio, existe un grupo, particularmente de derecha, que desde el inicio pretendió poner piedras en el camino y de emporcar el proceso. Hicieron eco con escándalo frente a las extravagancias propuestas por algunos con el solo propósito de desprestigiar todo el proceso. Pero la alegación más intensa de este sector -que insisto es ínfimo, mucho menor al tercio-, es que no han sido considerados. Sus propuestas, en general, han apuntado a mantener lo más posible el statu quo, presentando normas que, como es sabido, incluso han sido copiadas y pegadas desde la actual Constitución, sin entender que el 80% dispuso, por la vía democrática, que se debía redactar una NUEVA constitución, y no mantener una mera copia de la actual. De este modo, afirman que la nueva constitución que se está aprobando en la convención no es representativa de todos los sectores, pues, insisten, han sido excluidos, sin caer en la cuenta que frente a la discrepancia política se ha acudido a la resolución democrática, esto es, a la votación de los convencionales, sea en comité o en pleno, para dirimir tal discrepancia. Si no han logrado convencer a otros sectores, es porque simplemente la gran mayoría de la ciudadanía, representada por los y las convencionales, así lo ha decidido. Ergo, la falta de disposición democrática para realmente participar e incidir en el texto es la razón verdadera de lo que ellos denominan exclusión. En realidad, ha sido una autoexclusión.

En todo caso, téngase presente que, en promedio, la votación del pleno para aprobar las nuevas normas, ha sido de 122 convencionales, o sea, mucho más de los dos tercios (103 votos), y con a lo menos cinco votos de derecha (siendo más de 117 votos, necesariamente la derecha votó a favor). Así las cosas, resulta evidente que lo aprobado de la nueva constitución sí representa, hasta acá, a todos los sectores disponibles para lograr un nuevo texto constitucional. La analogía de la casa de o para todos es engañosa, a mi juicio. La constitución no es aquella casa, sino que el plano de la misma.

Serán los legisladores quienes, conforme al plano, deberán construirla. Entonces que alguno se excluya o autoexcluya, fíjese, no representa una circunstancia trágica, pues es en la construcción de la casa en la que se definirán los detalles de la misma y, donde sin ninguna duda, los partidos políticos buscarán y podrán incidir, incluidos los que hoy se sienten marginados. No obstante, surgen voces como los denominados Amarillos, que se atribuyen la virtud de la razón, la moderación y otras características que ya se quisieran muchos. La pretensión, dicen estos y otros augures del desastre, es que la nueva constitución represente el sentir mayoritario de la ciudadanía; curioso, a la luz de lo que ya he expuesto, pues como dije, ni más ni menos que el 80% de quienes votaron, tanto en el plebiscito como en las elecciones de convencionales, los que determinaron redactar una nueva constitución y eligió a quienes estimaban debía hacerlo. O sea, una tremenda mayoría.

Además, todas las votaciones se han ajustado el elevadísimo quórum de dos tercios, tan defendido por la derecha e izquierda unidas, justamente para garantizar la transversalidad y representatividad necesarias y para tener una constitución con legitimidad democrática. Afirmar lo contrario es, simplemente, antojadizo. Por cierto, el único quórum más alto que los dos tercios sería uno cercano a la unanimidad, cosa que, en un proceso como el constituyente, es imposible y ridículo.

También es antojadizo sostener que los resultados de la reciente elección presidencial develan que el sentir mayoritario ha cambiado, pues la realidad es que la derecha es mucho más que el mero 20%; lo cierto es que se trata de procesos distintos, incomparables, pues recuérdese que en uno bregaban por el apruebo desde la izquierda a la derecha, en tanto que en la elección presidencial se convocó a la ciudadanía a otra consulta, donde la izquierda y la derecha compitieron por la Presidencia, incomparable con aquella del plebiscito y elección de convencionales (recuérdese, también, que un sector de la derecha hizo campaña para la convencional, adhiriendo explícitamente a la necesidad de una nueva constitución).

En conclusión, proponer una tercera vía carece de fundamentos atendibles. Se trata de una construcción artificial e innecesaria, una operación política que pretende obviar la voluntad de la inmensa mayoría de este país, desprestigiando el proceso de manera de justificar su propuesta antidemocrática. No hablan desde la razón o la moderación y no les importa el sentir mayoritario. Quieren mantener todo y aparentar un cambio; gatopardismo infame, le dicen.

Claudio A. Faúndez Becerra
Abogado.

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