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La izquierda que necesita la sociedad. Por Luis Herrera M. y Roberto Pizarro H.

En agosto de 1789, en la Asamblea Constituyente, que nació de la revolución francesa, se propuso un veto que aseguraba al rey el mantenimiento de su poder absoluto. Se situaron a la izquierda del presidente de la Asamblea los diputados que estaban en contra de esa propuesta. Desde entonces se ha asociado tradicionalmente a la izquierda con iniciativas que promueven el cambio político y social y a la derecha con la conservación del status quo, y en oposición a los cambios.

Margaret Thatcher, ex primera ministra conservadora de Gran Bretaña, resumió el extremo de las posturas ideológicas de derecha al señalar que “La sociedad no existe. Sólo existen hombres y mujeres individuales”.

Esta visión se contradice directamente con la tradición filosófica aristotélica, que subraya que el ser humano es un ser social por naturaleza, incapaz de sobrevivir separado de la sociedad.

En contraste, la izquierda política apunta a la sociedad y a la solidaridad entre sus miembros. Busca la igualdad social, la justicia económica y la protección de los derechos humanos. Aboga por una sociedad más equitativa, donde los recursos y oportunidades estén distribuidos de manera más justa. Esto implica también promover los principios de una economía inclusiva y sostenible.

Más en detalle, la izquierda propone reducir las desigualdades económicas y sociales de modo que todos tengan acceso a las mismas oportunidades en la vida, independientemente de su origen socioeconómico. Para ello, se entiende que el gobierno debe ser participativo e incuestionablemente democrático, con instituciones fortalecidas que toman decisiones de manera inclusiva y transparente, para garantizar el bienestar colectivo, protegiendo a los más vulnerables y reduciendo disparidades.

El tema ambiental tampoco es ajeno a una ideología de izquierda. Por el contrario, tiene un compromiso con una economía sostenible, con transición hacia energías renovables y protegiendo el medio ambiente para las futuras generaciones.

Asimismo, la izquierda protege los derechos de mujeres y minorías, desmantelando barreras de discriminación, y promoviendo políticas públicas que empoderen a los grupos marginados en la toma de decisiones.

Finalmente, ser de izquierda supone tener una perspectiva internacionalista, incluyendo el rechazo a toda forma de imperialismo, colonización, y militarismo. Conlleva igualmente un apoyo a los movimientos de liberación y las luchas por los derechos humanos a nivel global.

Así, por ejemplo, el dogmático anquilosamiento conservador llevó al modelo soviético a su rotundo e inevitable fracaso; por su parte, la presión neoliberal condujo gradualmente a la socialdemocracia europea a olvidar las políticas de bienestar social; y, el mareo mesiánico del poder sepultó las promesas de gobiernos originalmente progresistas como los del Socialismo del Siglo XXI.

Por supuesto, la derecha y el imperialismo sacan abundante partido político de esas derrotas o retrocesos. Sin embargo, las “izquierdas” involucradas en estas no estuvieron exentas de responsabilidad en el pasado, ni lo están en la actualidad.

Ciertos gobiernos contemporáneos, autodefinidos como “progresistas” en América Latina, al instalar un poder absoluto han impedido a sus pueblos expresarse libremente, provocando desastres humanitarios de envergadura. Ello ha favorecido la emergencia de la ultraderecha y el discurso imperial.

Esto es muy importante, porque el “izquierdismo”, a lo largo de la historia, no ha sido un concepto enteramente monolítico ya que han existido diferentes corrientes que declaran profesarlo; entre otras, el socialismo utópico, el comunismo, el anarquismo, la socialdemocracia, y el más reciente “progresismo”. Cada una de estas corrientes, con sus propias interpretaciones, sobre cómo lograr una sociedad más justa e igualitaria; pero, casi siempre, aplicando solamente partes “seleccionadas” del concepto central.

Es fundamental entender essos principios como un “todo” integral. Precisamente, en la ausencia o en el abandono de uno o más de ellos radica el eventual fracaso de estas corrientes, cuando han sido confrontadas con la realidad.

Por su parte, la creciente incapacidad de la socialdemocracia europea para actualizarse y enfrentar desde una perspectiva independiente los desafíos de temas como las guerras y la inmigración, ha servido de terreno fértil para la expansión de la extrema derecha, el fascismo, y el vasallaje ante EE.UU.

Teniendo presente esas experiencias, hay que insistir en la subordinación de los intereses privados al interés público, vale decir al conjunto de la sociedad, así como el rechazo al poder absoluto por encima de la sociedad.

En consecuencia, un gobierno realmente de izquierda debe ser profundamente democrático y, al mismo tiempo, sostenerse sobre bases materiales sólidas, privilegiando el desarrollo por sobre el mero crecimiento económico. Por tanto, de aquí se desprenden los siguientes lineamientos de política pública:

En primer lugar, la democracia, debe garantizar la separación de los poderes del Estado, pero también favorecer formas directas de representación ciudadana. A ello debe agregarse la defensa irrestricta de los derechos humanos, junto al rechazo de toda forma de discriminación y, muy especialmente, la promoción de la igualdad de género como prioridad ineludible.

Segundo. La izquierda debe concebir una estrategia de desarrollo sólida que no piense sólo en el crecimiento, sino apunte a diversificar la economía y construir equilibrios económicos, sociales y medioambientales. Tiene que implementar entonces un camino económico que evite la concentración del ingreso en pocas manos, con prioridades en la generación de empleo dignos; que favorezca a pequeños y medianos empresarios; que la actividad productiva se despliegue en todos los territorios; y, que asegure la protección del medio ambiente y de los ecosistemas.

Tercero. Los equilibrios sociales, deben también garantizar políticas universales en salud, educación y previsión, alejadas de negocios privados y beneficios empresariales. Adicionalmente, la vivienda y el cuidado de niños y ancianos requieren también un tratamiento especial de la política pública.

Cuarto. Las políticas fiscales y monetarias deben ser ordenadas y equilibradas, pero no puede ser ese su único propósito. No pueden eludir la igualdad de oportunidades y, por tanto, deben apuntar a un sistema impositivo progresivo, que reduzca desigualdades de ingresos y que, al mismo tiempo, asegure recursos para contar con fondos públicos suficientes que garanticen la implementación de políticas sociales universales.

Quinto. La política internacional de izquierda, en el caso particular de Chile, país pequeño y abierto al mundo, debe defender con vigor su autonomía política y económica, lo que por lo demás se encuentra arraigado en la tradición del socialismo chileno.

Debe esforzarse entonces por permanecer equidistante de los bloques mundiales en disputa, favorecer la paz y los derechos humanos. Y, sobre todo, debe trabajar en la reconstrucción de la integración latinoamericana para ampliar el poder de negociación económico y político internacional.

En momentos de crisis ideológica y política del socialismo en el mundo, y particularmente en Chile, resulta indispensable reflexionar sobre el futuro de la izquierda. Para ello un referente ineludible es el presidente Salvador Allende, porque fue un promotor incansable de transformaciones profundas en favor de la igualdad económica y social; pero, al mismo tiempo, un defensor inclaudicable del pluralismo político y las libertades públicas. Es la izquierda que necesita la sociedad.

21-8-2024

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