En kioscos: Mayo 2025
Suscripción Comprar
es | fr | en | +
Accéder au menu

La literatura me ensucia el corazón: Un ensayo sobre el joven Pablo de Rokha. Por Matías Saá Leal

Trabajas todo el día y odias tu trabajo
Alvaro Bisama, Mala Lengua.

 

La figura del joven Pablo de Rokha se forja en la intersección entre la precariedad material, el fervor amoroso y una radical conciencia político-filosófica, elementos que se proyectan con fuerza en su primera producción literaria como una forma de insubordinación vital frente al orden establecido.


 

Pablo de Rokha es un poeta que, valga la redundancia, vivió como tal. Se enamoró de una mujer burguesa, hija de un militar que lo miraba en menos por no tener un título universitario. Se prendó de ella al ver una fotografía, un retrato incluido en su libro Lo que me dijo el silencio, firmado bajo el seudónimo de Juana Inés de la Cruz. Más tarde, ella adoptaría otro nombre: Winétt de Rokha. Su historia fue un verdadero culebrón, digna de una teleserie o de una novela romántica. Se casaron a escondidas, lejos de la mirada del coronel Indalecio Anabalón, el padre de ella. De Rokha no tenía mucho que ofrecerle, salvo una vida de poeta, de bohemio, de un hombre venido de Talca, del campo chileno.

      Juntos se fueron a vivir solos y sin dinero. El padre de De Rokha los ayudaba, pero aun así iban mudándose constantemente, sin lograr encontrar un lugar estable. Pasaban de pensión en pensión, de hotel en hotel, viviendo en casas de familiares o en una pieza prestada en una parroquia, donde Pablo trabajaba como preceptor escolar mientras Winétt ejercía de profesora. A De Rokha lo despiden de ese trabajo, y con eso también pierden la habitación, luego de una pelea con el cura de la parroquia. Desde entonces, Pablo comienza a saltar de un oficio a otro. Trabaja junto a su padre en la administración de la hacienda San Ignacio, hasta que también lo echan. Después se dedica al trabajo agrícola, y más tarde vuelve a Santiago. Todo esto ocurre mientras Vicente Huidobro publica sus poemas en Madrid.

      Pablo de Rokha, en su poesía y narrativa, recorre ese Chile rural marcado por la explotación del trabajo. Fue el paisaje que lo acompañó desde la infancia, cuando vio a su padre, José Ignacio, desempeñarse en Licantén —el pueblo donde nació el poeta bajo el nombre de Carlos Díaz Loyola en 1894—. Allí fue testigo de cómo su familia iba descendiendo en la escala social, empujada por los malos negocios de su padre, sus fracasos reiterados y los trabajos donde era explotado una y otra vez. El niño De Rokha se describía a sí mismo como flojo, triste y soñador. Se refugiaba entre caballos y armas, como buscando un aire distinto, una forma de no pensar en el hambre. Ese mundo, más tarde, sería reemplazado por sus lecturas: Whitman, Baudelaire, Rimbaud, Nietzsche y Schopenhauer.

De Rokha se toma la literatura con una seriedad casi feroz, como si fuera un personaje de Dostoievski. Bebe mucho. Pasa largos periodos en una soledad que lo va desgastando poco a poco. Se refugia en el alcohol y en la compañía de otros poetas como Mariano Latorre, Juan Guzmán Cruchaga, Ángel Cruchaga y Jorge Hübner Bezanilla. Con este último, en una ocasión, se encuentra en la casa de Vicente Huidobro. Mientras esperan al anfitrión, atendidos por los sirvientes en el buffet, Hübner se burla de Huidobro. Le dice a De Rokha que el autor de Altazor es algo despistado, casi tonto. Comenta que suele visitar su casa con frecuencia, que su biblioteca es fenomenal, y que a veces le roba libros sin que él lo note. Aquel día, mientras siguen esperando, se llevan un par de volúmenes y los venden en Matta. Con lo recaudado, se emborrachan y terminan comiendo sardinas en la alfombra del departamento de Hübner.

En 1919 se fundó la revista Numen, una publicación de carácter literario y político, en la que Pablo y Winétt compartían sus poemas. La revista adoptaba una postura anarquista y, junto a Luis Roberto Boza, Egaña y Alberto Moreno, publicaban escritos que criticaban la política de Arturo Alessandri, quien asumió el poder un año después de la fundación de Numen y persiguió y acosó constantemente a la revista. «Una de las principales preocupaciones del “amigo piedra” fue dar voz a quienes no la poseían. Su obra poética es el intento de dar ‹‹categoría y régimen›› al lenguaje del hombre común» (Sotomayor 57).

Son minutos de sangre y pujanza / estos en los que vivimos. La vieja carne / proletaria exige pan y justicia; y / tiene derecho a exigirlos. Su labor / ha de ser dolorosa; están en gestación, al fondo de su alma, «los nuevos / valores del mundo». El gesto suyo / es respetable y dignísimo. / Sin embargo, hay infames que han / pretendido hacer escarnio de estas / cosas profundamente serias; y, vendiendo a los grandes su corazón de sapo, / vienen jugando a oscuras el / triste y hediondo papel de traidores. / ¿Y el pueblo, qué hace? / —¡Trabajadores! Ha llegado el momento de levantar las horcas (De Rokha, 1920, 3)

      También, en Numen, se pueden encontrar textos de carácter religioso sobre Jesús, en los que De Rokha ofrece una crítica a la religión desde una perspectiva filosófica. En ellos se evidencia la influencia de las lecturas que lo marcó desde muy temprana edad como lo fue Nietzsche. De Rokha presenta a Jesús como una figura poderosa, trágica y doliente, símbolo de una profunda decadencia existencial: «La metafísica de "el Cristo" es funesta; es, desde luego, metafísica. Él situó la finalidad humana "al otro lado del mundo", e hizo oscura la realidad; disminuyó en los hombres la voluntad de ser y entristeció sus días, puso el valor de existir en la muerte, elaboró un más allá negativo», escribió el poeta. «Los pueblos de hoy quizás necesitamos otra verdad, o bien, necesitamos otra mentira: necesitamos dignificar el resultado de nosotros en nosotros». (De Rokha, 1920, 5).

      Naín Nómez (2018) lo señala con claridad: en sus primeros textos, De Rokha canta «al mar, a la esposa, a Satanás, a Dios, a la tecnología, a la muerte, al estiércol o al propio Pablo de Rokha». (18). Este gesto de dirigirse hacia sí mismo como un objeto lírico revela una conciencia autorreflexiva temprana, donde el poeta no solo crea un discurso, sino que se convierte él mismo en materia de ese discurso. El resultado es una figura poética que no se esconde detrás de la voz literaria, sino que se expone, se exhibe y se proyecta como espejo, como emblema de su tiempo, como cuerpo insurgente.

      En 1922, De Rokha publica una obra monumental: Los gemidos, un poemario de casi cuatrocientas páginas que Álvaro Bisama, en su fascinante libro Mala lengua. Un retrato de Pablo de Rokha (2020), describe como un texto en el que ‹‹todo fluye y todo choca a la vez: las palabras, las cosas, el mundo›› (77). Esta obra, híbrida entre prosa y poesía, fragmentada y polémica, recibió críticas mayoritariamente negativas, salvo por un joven poeta llamado Pablo Neruda, quien destacó la valía del trabajo. En Los gemidos, De Rokha vuelve a desafiar a la religión, burlándose de ella con una anécdota que refleja su irreverencia: «Un día me reí, me reí en la clase de Religión, porque el cura nos afirmó gravemente: “El mundo fue sacado de la nada por Nuestro Señor Jesucristo”» (83). Con esta publicación, De Rokha alcanza la madurez plena como poeta, logrando ‹‹fijar su nombre a la posteridad››.

Pablo de Rokha no fue un poeta que escribiera desde la distancia, encerrado en una torre de marfil. Vivió, sufrió y amó con la intensidad de su poesía. Su juventud fue una vorágine de pasiones, pobreza y rebelión, donde el arte no era un adorno sino una necesidad vital. Su historia con Winétt, la precariedad, los trabajos fugaces y la lucha constante por sobrevivir revelan a un hombre que encarnó su poesía como una forma de resistencia. Desde los campos de Licantén hasta las pensiones de Santiago, desde la lectura clandestina de Nietzsche hasta las noches de vino y sardinas en el suelo de un departamento ajeno, todo en él fue literatura hecha carne. Cuando en Los Gemidos da el salto hacia una obra monumental, no lo hace desde la comodidad, sino desde ese lugar áspero y apasionado donde la vida misma se convierte en verso. Y es ahí, en esa mezcla entre el hambre y la rabia, entre el amor y el estiércol, donde empieza a forjarse el mito del “amigo piedra”, ese poeta que no solo hablaba por los otros, sino que se hizo voz de sí mismo, con toda la furia y la ternura de quien no tiene nada que perder.

      

Bibliografía:

 

Bisama, Álvaro. Mala lengua. Un retrato de Pablo de Rokha. Alfaguara, 2020, Santiago de Chile.

De Rokha, Pablo. «Canallas». Numen, año II, n.º 65, 17 de julio de 1920, Santiago de Chile. Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile, p.3 https://www.memoriachilena.gob.cl/archivos2/pdfs/MC0075795.pdf.

De Rokha, Pablo. Los gemidos.

https://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/visor/BND:8366

 

De Rokha, Pablo. «Jesús de Nazareth». Numen, año II, n.º 65, 17 de julio de 1920, Santiago de Chile. Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile, p.4 https://www.memoriachilena.gob.cl/archivos2/pdfs/MC0075795.pdf.

Nómez, Naín. «La poesía de Pablo de Rokha: vanguardista, épica y popular». Mapocho: Revista de Humanidades, no. 83, primer semestre de 2018, pp. 12-37. Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (DIBAM).

Sotomayor, Matías. «Pablo de Rokha, voz de los obreros». Mapocho: Revista de Humanidades, no. 83, primer semestre de 2018, pp. 54-61. Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (DIBAM).

 

 

Compartir este artículo