Este 25 de julio la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO); conmemora el Día Internacional de la Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora. Dicho evento que pretende promover políticas de inclusión y mejorar la calidad de vida de las mujeres afrodescendientes en todo el mundo, para nosotros los chilenos no está tan lejano según lo reportan los resultados de diversas investigaciones científicas que indicarían que por nuestras venas fluye sangre con abundantes gotas africanas.
A través de los estudios en el ADN de aquellos organelos celulares denominados mitocondrias, esos que única y exclusivamente se transmiten de madre a hija; tres científicos de la Universidad de California en enero del 1987 plantearon en la Revista Nature la teoría que todos los seres humanos tenemos un ancestro común, una mujer que vivió aproximadamente hace 200000 años en África. En efecto, las muestras a miles de personas en el mundo de este ADN mitocondrial han permito rastrear el linaje de la humanidad logrando establecer una convergencia hacia una antepasada común según una publicación del 2009 en la revista American Journal of Human Genetics de tres académicos de la Universidad de Leeds. Esto no significa que haya sido la única mujer hace doscientos mil años, tan sólo que fue la única cuya línea de descendencia de féminas no se interrumpió. Tampoco significa que es la primera mujer de la humanidad; sino que es la pariente de todos nosotros más cercana en el eje del tiempo.
Puesto que los estudios antropológicos respecto a esta madre aún no entregan características físicas de ella, podemos si queremos, jugar con la imaginación haciendo imposible clasificar una extraordinaria belleza por cuanto su atractivo como mujer pudo haber sido único.
De lo que sí estamos seguros es que debido a las exigentes condiciones ambientales, la vida de esta fémina fue bastante dura. Posiblemente debió con otras mujeres cuidar a los niños mientras los hombres del clan se iban de cacería, sanó a aquellos que regresaron heridos y ayudó a los enfermos a desplazarse en las incesantes rutinas nómadas. Probablemente ella nunca dejó de narrar un cuento a algún niño que habiendo sufrido una de las frecuentes tragedias del Pleistoceno, no logró conciliar el sueño. Los viajes del clan a lo largo de los bosquetes en busca de raíces y frutos tal vez se hicieron más ligeros cuando ella con su canto hizo sutilmente vibrar el paisaje prehistórico. Quizás sus ideas perturbadoras para encarar a depredadores y otras amenazas las comunicó apoyándose en dibujos que hacía con tierra de colores.
Una perfecta combinación de mérito y azar provocó que esta mujer, madre de todas nuestras madres, haya sido el ancestro de una gran familia formada por casi los ocho mil millones de personas que actualmente poblamos la Tierra. Mientras la ciencia continúa sus avances para caracterizar a este ser femenino, antepasado de cada individuo que actualmente habita en Chile; se puede hacer de ella un personaje que con su esplendor genere ahora una comunión en los seres humanos sin importar su raza, religión, edad ni nacionalidad.
En efecto, de esta heroína de tomo y lomo hemos heredado su principal sello que nítidamente se devela cuando alguien apoya a quien la suerte no lo ha acompañado, en especial durante los primeros años de vida. Y así como un grupo de jóvenes desvalidos en una muy precaria época prehistórica tuvo la ayuda de esta mujer; ahora con una mayor dotación de recursos nosotros sus herederos, podemos por ejemplo brindar apoyo a niños y niñas que sin tener culpa alguna han sido privados de bienes imprescindibles tales como la educación de excelencia.
Si en los albores de la especie humana, ella con su arte y técnica iluminó las almas de los suyos en diversos quehaceres sin postergar a los más necesitados; ahora podemos derribar barreras para así generar y aprovechar bienes comunes, tan comunes como esta madre africana.
Dr. Lucio Cañete Arratia
Lucio.canete@usach.cl
Departamento de Tecnologías Industriales de la Facultad Tecnológica