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La memoria en el cuerpo de dos jóvenes quemados. Por Carmen Pinto L.

La verdad mediante el relato de un testigo presencial, nos hace repensar la importancia que tiene fortalecer la idea del deber de memoria como elemento esencial de conformación de una identidad que nos permita construir un país distinto, donde la educación sobre derechos humanos es fundamental.

En los ‘80 Chile estaba atravesado por la violencia, ésta se vivía desde una doble realidad; por un lado, la del poder del Estado al mando de militares que se hicieron del poder por la fuerza en septiembre del 73, difundiendo desde entonces miedo y terror como dispositivos de gestión social. Por otro, una sociedad dual organizada en una misma línea diferenciada, una compuesta por movimientos sociales, estudiantes, familiares de víctimas de las violaciones a los derechos humanos, organizando múltiples formas de lucha, recibiendo como respuesta represión directa. La otra encerrada en una burbuja, ignorando lo que sucedía, tal vez usufructuando de la buena situación económica conseguida tras haber apoyado un sistema inmoral, defendiendo toda la estructura dictatorial, inmoralidad que se tradujo por la constante, sistemática y masiva violación de los derechos humanos.

¿Por qué escribir de Rodrigo y Carmen Gloria? Para no olvidar, para despertar, para entender, porque las nuevas generaciones necesitan conocer el pasado, las diversas formas de resistencia que adoptó un pueblo que no cesó en su afán por recuperar la democracia, porque debemos apropiarnos de un pasado que asusta pero no deja indiferente, también porque vivimos en una sociedad apegada al olvido. Se nos intenta hacer creer que el camino para una buena convivencia parte por enterrar el pasado reciente, como si fuera posible olvidar el miedo y el dolor. La memoria individual es manipulada, inhibiendo así toda posibilidad de rememorar encubriendo el silencio con intereses de afectividad, y la memoria colectiva es rehén de las distintas fuerzas sociales que luchan por imponer sus propias miradas, impidiendo su vaciamiento.

La Memoria en este caso particular, es subversiva e inoportuna; altera una continuidad establecida, produce confusión en algunos sectores; en otros, irrumpe para iluminar el presente, señalando que hubo una verdad oculta, instala su presencia otorgándole un nuevo sentido. Es subversiva, al actuar como crítica a un hecho de barbarie, no sólo habla de lo terrible que fue sino que nos hace reflexionar sobre las causas que lo posibilitaron. Es inoportuna para los perpetradores, porque reafirma la idea de que estos jóvenes no estaban predestinados a vivir esas experiencias atroces y que el pacto de silencio es real.

“Llamaron a la Comisión, desde un comité de base, comunicando lo acontecido, fue un gran impacto. Don Jaime fue uno de los primeros en ver a Carmen Gloria, tendida en una tabla... A Rodrigo lo velamos en la Comisión, desocupé mi oficina, ubicamos el ataúd y abrimos una ventana que daba a la calle. Tiempo después suena el timbre, abro la puerta, una joven me abraza, fue estremecedor, tenía los brazos helados, duros, era Carmen Gloria que venía a agradecer”. (Bessie Saavedra, secretaria de Jaime Castillo Velasco. Presidente de la CCHDH). Este regreso a la memoria rompe el tiempo, lo unifica en un mismo movimiento, un pasado que aparece como espacio abierto a tantas interrogantes, y un presente que lo constituye convirtiéndolo en contemporaneidad inmediata. Es un pasado que se mimetiza en el presente y nos llama a la acción.

Carmen Pinto L Magister en Historia y Memoria

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