El simple acto de alimentarse conlleva una red de significados y prácticas que ejercen un impacto a niveles biológicos, individuales y sociales. Es innegable que la comida representa una necesidad humana fundamental; y es igualmente crucial reconocer otros aspectos relacionados con la alimentación.
La recolección, producción, preparación y consumo de alimentos han desempeñado un papel fundamental a lo largo de la historia en todas las culturas, siendo un pilar que define la identidad colectiva y territorial. Durante siglos, la producción agrícola ha sido un factor clave en la configuración de paisajes humanos y de gran influencia en aspectos geográficos rurales. Los sistemas alimentarios locales están arraigados en tradiciones agrarias que forman parte de nuestras identidades culturales y están vinculados al territorio, contribuyendo a la memoria biocultural que abarca las relaciones intergeneracionales y la conexión con los agroecosistemas, tanto en términos materiales como simbólicos, así como con las instituciones que la componen.
Es esencial también considerar la comida como un recurso natural cuya obtención se basa en el manejo y conocimiento de la biodiversidad y los ciclos naturales, enfrentando desafíos como la escasez, el acaparamiento, la mala gestión y el uso inadecuado. Además, la comida es un derecho humano fundamental consagrado en todas las principales convenciones y tratados desde 1948.
No podemos olvidar que la comida se cataloga como cualquier otra mercancía en el mercado mundial y, por lo tanto, está sujeta a las normas vigentes de la economía de libre mercado. Al ser producida para su venta, la comida responde a la demanda y oferta, que no siempre refleja las necesidades reales de la población mundial.
Desde la época de la denominada "Revolución Verde", la producción destinada a "alimentar" al mundo, en especial a los "países empobrecidos", ha experimentado una creciente transformación productiva basada en la mecanización, el uso de productos químicos y la consiguiente relegación de prácticas y tradiciones centenarias. Lo que se conoce a nivel global como agroindustria se ha convertido en uno de los principales responsables de las presiones y efectos sobre la naturaleza, la biodiversidad y la salud de las personas.
Según el informe 2023 del IPCC (IPCC 2023), aproximadamente el 22% de las emisiones de gases de efecto invernadero en 2019 provino de la agricultura, la silvicultura y otros usos de la tierra. La búsqueda de mayores rendimientos a menudo depende de prácticas agrícolas intensivas que agotan la fertilidad del suelo(Bedolla-Rivera et al. 2023), requieren un uso excesivo de agua (Lahlou, Mackey, and Al-Ansari 2021) y contribuyen a la deforestación (Benhin 2006).
La dependencia de monocultivos en semillas industriales y productos químicos sintéticos reduce la biodiversidad y perturba los ecosistemas, lo que hace que la producción de alimentos sea más vulnerable a plagas y enfermedades(Bernhardt, Rosi, and Gessner 2017). Sumado a esto, el transporte de alimentos a nivel mundial genera una huella de carbono significativa, exacerbando aún más el cambio climático (Li et al. 2022). El derroche arraigado en el sistema, desde el desperdicio de alimentos (UNEP 2021) y el exceso de envases (Foodprint 2021) hasta prácticas insostenibles de pesca (FAO 2022), contribuye al agotamiento de recursos y la degradación del medio ambiente. A medida que enfrentamos las implicaciones de la crisis climática y sus impactos de gran alcance en la agricultura, resulta evidente que cambiar el sistema alimentario es una estrategia vital para mitigar los desafíos ambientales de la humanidad.
El sistema de producción global y la gran mayoría de ciudadanos de los países más avanzados depositan una gran confianza en la innovación tecnológica como el mejor impulsor hacia la reducción de impactos ambientales, el uso de productos químicos y una mayor eficiencia en el uso de los recursos hídricos. La innovación tecnológica y la investigación científica vinculadas al sector de la producción agrícola, en general, se benefician de enormes recursos financieros públicos. En contraste, en la narrativa predominante, los aspectos culturales relacionados con la producción y el consumo de alimentos se consideran secundarios y, por lo tanto, menos relevantes en la financiación para la investigación y la comunicación.
Por otro lado, dada la complejidad del tema, resulta fundamental abordar “la cuestión alimentaria” como un conjunto de códigos que reflejan la sociedad y que, a su vez, se ven profundamente influenciados por ella. Comprender la complejidad del sistema alimentario demanda un enfoque multidimensional que abarque sus aspectos biológicos, sociales, culturales, ecológicos, legales y económicos. Este análisis exhaustivo subraya la urgente necesidad de transformar el sistema alimentario hacia un enfoque basado en una perspectiva sistémica que reconozca la importancia de un cambio que no se limite a la reestructuración de las infraestructuras de producción. Esta transformación debe avanzar a través de un diálogo entre la soberanía alimentaria, la seguridad alimentaria y la justicia alimentaria. Su objetivo consiste en conciliar metas de reforma a corto plazo con perspectivas de transformación a largo plazo, evitando la ilusión de construir un sistema normativo que exista independientemente de la realidad empírica. Consideramos que se debe trabajar para crear un horizonte compartido que supere las limitaciones tradicionales de la imaginación, incluyendo múltiples aspiraciones locales y respetando los límites naturales y la justicia.
El concepto de un "sistema alimentario justo" representa un punto de convergencia donde diversas realidades se unen para forjar un sistema alimentario equitativo que abarque tanto la justicia distributiva como la participativa. Para alcanzar este objetivo, es esencial lograr una alineación entre medios y fines, donde la visión general encarne las características de sostenibilidad y equidad, y las diversas trayectorias autónomas incluyan dimensiones sociales y ambientales.
En un mundo donde comer de manera saludable sigue siendo un privilegio, donde los alimentos están sujetos a las reglas del mercado, al borde de una crisis climática irreversible y desgarrado por numerosas guerras que complican la distribución, cada sistema alimentario debe comenzar una transformación para asegurar que todas las personas tengan acceso a alimentos nutritivos y culturalmente apropiados sin discriminación ni injusticia.
Para lograr esta transformación, es esencial adoptar un enfoque holístico que integre la investigación científica, las reformas en políticas, el activismo comunitario y la conciencia pública. Esto requiere una colaboración efectiva entre diversas entidades, incluyendo instituciones, la academia, organizaciones de la sociedad civil, agricultores, consumidores y el sector privado. Aunque esta colaboración puede resultar desafiante a nivel internacional y nacional, su verdadero valor se encuentra en el ámbito local, que actúa como el último refugio de protección social.
En este contexto local, consideramos que los municipios desempeñan un papel fundamental como autoridades de proximidad que están en sintonía con las necesidades de sus comunidades. Ellos pueden desempeñar un rol vital en la implementación de políticas sociales y estrategias de desarrollo, incluyendo la promoción de un acceso equitativo a la alimentación y la revitalización de la sociabilidad en los sectores populares. Su función esencial debería consistir en coordinar a los diversos actores y niveles necesarios para transformar y mejorar un sistema alimentario local, priorizando la sostenibilidad, la equidad y la diversidad cultural. Al adoptar esta perspectiva, podemos forjar un futuro en el que los alimentos no solo sean una fuente de nutrición, sino también un catalizador para el bienestar social, ambiental y económico, teniendo como base el territorio donde se habita, se trabaja y se vive.
Bibliografía
Bedolla-Rivera, Héctor Iván, Dioselina Álvarez-Bernal, María de la Luz Xochilt Negrete-Rodríguez, Francisco Paúl Gámez-Vázquez, and Eloy Conde-Barajas. 2023. “Analyzing the Impact of Intensive Agriculture on Soil Quality: A Systematic Review and Global Meta-Analysis of Quality Indexes.” Agronomy 13 (2166).
Benhin, James K.A. 2006. “Agriculture and Deforestation in the Tropics: A Critical Theoretical and Empirical Review.” Ambio. https://doi.org/10.1579/0044-7447-35.1.9.
Bernhardt, Emily S., Emma J. Rosi, and Mark O. Gessner. 2017. “Synthetic Chemicals as Agents of Global Change.” Frontiers in Ecology and the Environment 15 (2). https://doi.org/10.1002/fee.1450.
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Lahlou, Fatima Zahra, Hamish R. Mackey, and Tareq Al-Ansari. 2021. “Wastewater Reuse for Livestock Feed Irrigation as a Sustainable Practice: A Socio-Environmental-Economic Review.” Journal of Cleaner Production. https://doi.org/10.1016/j.jclepro.2021.126331.
Li, Mengyu, Nanfei Jia, Manfred Lenzen, Arunima Malik, Liyuan Wei, Yutong Jin, and David Raubenheimer. 2022. “Global Food-Miles Account for Nearly 20% of Total Food-Systems Emissions.” Nature Food 3 (6). https://doi.org/10.1038/s43016-022-00531-w.
UNEP. 2021. “Food Waste Index Report 2021.” UNEP FOOD WASTE INDEX REPORT 2021.
* Caterina Rondoni: cientista politica y doctoranda en sustentabilidad ambiental y bienestar en la Universidad degli Studi di Ferrara (Italia) y en ciencias de la agricultura en la Pontificia Universidad Catolica de Chile.
* Iván Borcoski González es licenciado en Geografía (U. de Chile), especializado en desarrollo regional y local. Se ha desempeñado como secretario ejecutivo de la Asociación Chilena de Municipalidades y asesor de diversos organismos subnacionales en Chile y en latinoamerica.