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La Peste, o como el poder de sí en cuarentena, devela el absurdo. Por Hans Schuster

La obra de Albert Camus (Premio Nobel 1957, justo el año de la epidemia de influenza asiática iniciada desde Valparaíso, y que cobró más de 20.000 vidas en el gobierno de Ibáñez), con su recuerdo hoy nos viene como jabón en las manos para los actuales tiempos que corren al coronar el virus de la nueva pandemia, cuya cruda alegoría instala de manifiesto la conciencia, en que el deber ser pone ante los eventos la condición humana.

El narrador personaje de la obra, se presenta como testigo de lo ocurrido durante la epidemia que azota a la ciudad de Orán, y ante la sorpresa de la muerte no sólo reflexiona sobre la fragilidad de la vida y la enfermedad, sino también, sobre las libertades individuales y colectivas que se ven limitadas por las autoridades que dicen protegerlos ante el espejismo de un bien superior, que hoy en día llamamos cuarentena sanitaria, sistema económico, seguridad nacional o lo que sea que venga al caso y posibilite que la autonomía individual sea contravenida en su fundamento de deberes y derechos, quitándole la responsabilidad –por el bien mayor- porque ahora es el Estado quien gobierna por sobre las consecuencias de sus decisiones y los resultados de su propia acción, el Estado es la ley, y con él las penas del infierno, con soldados y policías, dispuestos a matar (no olvidemos los sucesos del calentamiento social a partir de octubre del año pasado, o lo expresado recientemente por el presidente de Filipinas) si se contraviene en un ápice lo normado.

Pero volvamos al correlato de lo vivido en Chile y en los últimos meses, nada sabemos sobre los juicios de los “excesos” contra los derechos humanos ocurridos por agentes del Estado, y menos sobre si la autoridad oculta o no información de la pandemia, mientras todos sospechamos lo peor. Aunque la corte de Apelaciones de Santiago declaró inadmisible, la idea de favorecer con libertad, ante la pandemia, a los reclusos adultos mayores condenados, los seis recursos de amparo interpuestos por los reos residentes de la cárcel de Punta Peuco, que es allí donde cohabitan Álvaro Corbalán Castilla, Raúl Iturriaga Neumann, Hugo Salas Wenzel y Fernando Torres Gacitúa, entre otros.

Al menos un breve respiro, por ahora , dado que están empeñados en conmutar las penas a reos que cumplan con los requisitos en medio del COVID-19, un requerimiento en el Tribunal Constitucional para declarar “discriminatoria” la ley, presentado por senadores de Chile Vamos, y la eventualidad de que criminales de lesa humanidad pasen a arresto domiciliario argumentado “razones humanitarias”, mientras seguimos a la espera de los juicios más recientes sobre la violación a los derechos humanos, amparados esta vez, por quienes tienen al mando las instituciones que han salido a reprimir al pueblo, luego del calentamiento social de octubre y que se escudan en el uso de recursos del Estado, sueldos, armas y asignaciones directas para la performance de sus cargos, incluyendo las últimas perlas adquiridas por carabineros “en” Chile, (poner “de” para muchos estaría de más), dado sus numerosos comportamientos cuestionados hasta el día de hoy, como en la mayoría de los casos de quienes dicen ser servidores públicos y han demostrado lo contrario, con acciones que vulneran la ética del comportamiento socialmente aceptado.

De allí que la novela sea un punto simbólico de lo que cada uno puede decidir autónomamente sobre las cuestiones sociales y esenciales de la vida, y de la vida en colectivo, porque en cuanto a la cuestión social la cuarentena puso en pausa el enfado colectivo, al cual se le vine a sumar la cuestión sanitaria, dado que el sistema político económico neoliberal priorizó el mercado de la salud por sobre la salud pública y ahora queda de manifiesto el negociado y la codicia con que se disparan en los pies, porque hasta él o los hombres que controlan el Estado, pareciera que ante la pandemia, no tienen el control de nada, frente a la irracionalidad, improvisación y lo tardío de las medidas, el comportamiento de Estados Unidos de Norteamérica e Italia, por nombrar algunos, develan que el cuadro clínico pasa por la avaricia u otra forma de ganar dinero a costa de la tragedia humana. No hay mejor negocio que el de la pobreza y el capitalismo lo sabe.

Y como ya sabemos, quienes gobiernan son sus paladines a ultranza, bajo el lema parodiado de que el libre mercado de la muerte se regula solo. De allí que nos enfrentemos a la apariencia de que se nos brindará bienestar a diferencia y en oposición a su ser verdadero, entendiendo ellos por bienestar la ganancia económica a como dé lugar ante las crisis. De modo que es fácil reconocer su apatía y ataraxia, con que en el orden de lo afectivo no demuestran compasión, porque no la poseen y toman decisiones alejadas de lo humano, dado que para ellos representamos meros números en la estadística de las ganancias comerciables y el sistema de salud es un eslabón más entre los grandes negocios del sistema que se les cae a pedazos.

Pero la peste puede ir más lejos en la reflexión del sistema que hoy entra en colapso total, la peste es la codicia desatada como modelo de mercado y “éxito” (pronto sabremos quiénes salieron favorecidos con la especulación de las bolsas y los mercados de capitales), la codicia es el puente ontológico, en donde el ser y su esencia terminan siendo lo mismo, de allí que la peste se extienda en múltiples categorías y no sea sólo una determinación especifica manifiesta a una realidad parcial (COVIT19) sino que se vea reflejada en las decisiones de los gobernantes, allí está la peste en su poder, cuyo contagio nubla toda razón como momentos superiores de toda intuición y de toda aprehensión intelectual. No por nada Piñera se tomó la foto en la plaza de la dignidad, marcando territorio en momentos de cuarentena, fotografía que seguramente tendrá enmarcada sobre su escritorio y que, con el paso del tiempo y la actual pandemia, tendrá que sopesar, junto a sus colaboradores, cuánto le costará el capricho.

La ciudadanía global, frente a las pantallas, ve el día a día de los datos y cómo la peste nos retrotrae al existencialismo imperante en los mercados de lo humano, hoy, el capitalismo neoliberal –cuya base es el marxismo inverso- debe incluirse a sí mismo en su pensamiento de objeto, cosa y horas hombre puesto en valor, en vez de pensar que lo humano es la resultante de esas supuestas realidades objetivas, porque en sentido estricto la condición de lo humano en su instante existencial no es una reacción contra los momentos especulativos, el existencialismo es una reacción contra todo tipo de especulación que se ha desligado de la existencia creyendo poseer una “conciencia de la realidad” en vez de ser la realidad misma, dado que se percibe a sí y para sí: de allí la paradoja dentro de la paradoja y se nos hace presente la visión de que la condición de lo humano no es ser en sí y para sí, sino modos de relación ante las necesidades naturales y los afectos, y allí es donde se caen los mercados, que han creado sus propias necesidades de ser necesitados y como ya sabemos se sustentan en la sobreexplotación, no por nada tenemos zonas de sacrificio y el sacrificio de salir a trabajar durante la pandemia.

La peste pone de manifiesto nuestra insuficiencia de significados que se quiebran ante la indiferencia del mundo, inamovible y absoluto (cantidad de pacientes versus cantidad de respiradores en camas críticas) por lo tanto, lo humano peca en lo absurdo ya que no está consciente de que su condición de ser no es un estado autónomo; no existe en el mundo, sino que surge del abismo que nos separa de él. De allí que la vida en cuarentena sea no sólo la consciencia de la fatalidad de la muerte, o el impacto provocado por la percepción del sinsentido de la cotidianidad, de forma que la dignidad humana se revela cuando se vive en la consciencia del absurdo, y, siendo así, uno se rebela contra él sí mismo, a través del compromiso con sus propios ideales, de modo que todas las experiencias son indiferentes cuando se instalan en lo absurdo, y la experiencia del deber ser es tan legítima, como cualquier otra dentro de la misma categoría. Aunque vale destacar el trabajo de los distintos profesionales que atienden la pandemia, y que nos lleva a reflexionar y actuar sobre el orden necesario de lo social, dado que los virus mutan para quedarse.

La virtud, a propósito de La Peste, es como el arte, ni se nace ni se hace, sólo se es por capricho. Y es uno o una quien elige vivir la vida que valen las penas, o bien es digna de ser vivida. No es posible vivir sin valores si es uno quien elige, a pesar del estado de cosas, cómo, con quién y para qué vivir. Aunque ante la gravedad de la peste, el contagio existencial sea otro, y la angustia y la falta de oxígeno, sean la condición del ser que llega a su plenitud. Dejando de ser.

En estas épocas, cuando la autoridad nos llama hacia la sujeción de la ley, dado el espejismo del cumplimiento de un bien superior, bajo el exacto acatamiento por parte de los subordinados que ven como es puesta en juego la libertad y la responsabilidad individual de toda la comunidad, encerrada en sus propios límites de autoconciencia. O bien como la conversación racista en la televisión francesa del director de investigación del Instituto Francés de Investigación Médica, Camille Locht, y el jefe de los servicios de medicina intensiva y rehabilitación del hospital Cochin de París, Jean-Paul Mira, ambos de acuerdo con utilizar el continente africano para experimentar, como lo han venido haciendo con otras pandemias.

El texto de Camus, hace reiteradas menciones sobre las ratas, que trasmiten esa epidemia, a la que hoy le sumaríamos la sopa de murciélagos, que es una de las tesis de su propagación, para no decir nada de las sospechas sobre la propia industria farmacéutica, ratas o murciélagos de diverso de laboratorio y continente, ponen de manifiesto la precariedad de la existencia humana frente a los bienes del mercado, cuyo temor se sigue transando en la bolsa y que terminará por hacer bolsa a quienes han intentado liderar la crisis poniendo por sobre la vida humana el sistema económico neoliberal que mutará en su cuarentena de especulaciones, de lo contrario, terminará eliminando a sus propios clientes-ciudadanos, porque ya tiene fecha de vencimiento, o al menos así nos lo recuerdan las comunidades científicas en relación al calentamiento global.

La Peste pasó de ser la mano invisible que mueve los mercados, a tener nombre y apellidos de empresarios y mandatarios electos, sea el sistema que sea, la salud pública está de rodillas y comienza a desnudar todas las aristas de la sociedad, la peste es como Assange que devela el engaño mientras danzaban al son del capitalismo salvaje y los medios de comunicación que intentaban manipular la mente humana convirtiendo todo en mercancía. La Peste ha llegado para demostrar que el disfraz del demócrata desgarró las túnicas de la codicia y que ya no podrán defender sus teorías de mercado con la idea de bienestar, justo ahora que los pacientes mueren como clientes en; Italia, España, EEUU y Ecuador, que son el mejor ejemplo de que el sistema socio económico, tal como está, no tiene donde caerse muerto.

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