Hace un año el ambiente era de conmemoración de los 50 años transcurridos desde el golpe de Estado de 1973, que fue el inicio de un período en el cual se llevó a la práctica la acción del fin justifica los medios, siendo antecedido por la instigación al golpe de Estado y el freno al cambio social.
El medio fueron los innumerables atropellos de los derechos humanos, la persecución, el terror diseminado a través de todo el país e incluso traspasando las fronteras, eso y mucho más.
Luego de transcurridos siete años desde 1973, se deja sentir el fin que se perseguía, con la imposición de un tipo de sociedad que tiene su período fundacional a comienzos de los años 80 pero con un diseño previo, era la instauración de un sistema inconsulto, representativo de una doctrina de poder propio de la derecha política.
Sólo por citar algunos hechos, la Constitución del 80, el sistema previsional, el sistema de salud, el sistema educacional, entre otros.
Organizaciones que daban su lucha contra la dictadura, advertían de los efectos de las políticas estructurales, pero a la vez manifestaban la convicción y esperanza que, al finalizar el gobierno cívico militar, las cosas tomarían un rumbo diametralmente opuesto.
Lo anterior, era la visión de una consecuencia lógica para poner fin de manera efectiva a la dictadura, levantando una sociedad inspirada por el bienestar de mayorías y un proyecto de largo plazo con cuidadosa elaboración. Pero sólo hemos presenciado programas de candidaturas, que a poco andar los dejan de lado por cuestiones de los mal llamados realismos, siendo que lo verdadero es la carencia de voluntades.
Nunca ha existido la intención de una propuesta de sociedad diferente, hubo un acomodo y una aceptación a la sociedad dictatorial, sin generación de un espacio de participación para el cambio sustancial proveniente de un sentir ciudadano, extendiéndose por tiempo considerable la permanencia de esas cuestiones que deberían haber tenido un viraje de raíz, sin estar en un punto de perseguir pequeños avances por omisión de lo sustancial. No se trata de resabios de la dictadura, sino la permanencia por treinta y cuatro años de una estructura ante la cual no ha existido intenciones de remover.
Es el llegar tarde, y nuevamente seguir reiterando la salud, las pensiones, la educación en que las oportunidades no son iguales para todas y todos.
También es tardío el anuncio del último mensaje presidencial, sobre la deuda histórica con los profesores lo cual data del período 1980-1987, en que se anunció iniciar el trámite legal para saldar la deuda para quienes tengan desde 80 años o más, lo que equivale a una situación con raíces en ese estado golpeado y que se prolonga entre 36 y 44 años.
Estas situaciones no se condicen con honrar la memoria de los caídos, son causadas porque nunca ha existido la visión de un proyecto de sociedad diferente alejada de ese fin que se perseguía en dictadura y que se rodeaba de terrorismo de estado.
Antes de 1990, ya había acuerdos que hipotecaban el futuro y ese futuro es el que estamos viviendo en el hoy. Es delicado observar el amarrarse y dejar ser amarrado, cuando el interlocutor del acuerdo sigue el eje doctrinario del modelo naciente en dictadura. Lo que vivimos en la actualidad, carece de sensatez.
Sin lugar a dudas no estamos en presencia de una sociedad que se transforma y que le otorgue importancia a los cambios. Algunos de los moradores de La Moneda tienen responsabilidades porque fueron parte de los gobiernos que de manera sucesiva publicitaban el tránsito a la democracia, cuando la médula de la dictadura sigue vigente.
Una verdadera democracia, tendría como condición el haber finalizado con la relación social desigual con base a lo ocurrido entre el 11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo de 1990. Cada uno debe juzgar en conciencia y una vez más decir, las grandes alamedas permanecen cerradas, es concluyente que la democracia aún no ha llegado, estamos viviendo de las herencias de la dictadura.