Las imágenes atisban dos momentos que distan de la circulación populista, ninguno de los cuales indica una posición única, sino que más bien se expresan por descalces: la desterritorialización y la estetización. De un lado, redes de control, deseo y riesgo, que minimizan diferencias y debilitan las posiciones críticas y, de otro, la fatalidad de la industria cultural al mostrar su capacidad de diseño y performance para volver accesibles valores y mercancías mediáticas. Las ciencias sociales reconocen —tibiamente— la complejidad de lo visual, y al final remiten la cuestión al testimonio didáctico.
Por fin, las esquirlas del juicio cartesiano representacional. La imagen desorienta desde hace mucho con sus «intensas» manifestaciones entrópicas y cuestiona su anhelo de autorrealización. Las ciencias sociales, acostumbradas en el contexto de la universidad neoliberal a corregir excesos y controlar trastornos, se invisten desde una lógica ortopédica. Un producto frágil de los idiomas comerciales o una mediatización cínica de las retóricas políticas. En ambos casos, la singularidad de un rostro desafía con la plenitud de su existencia esas operaciones simbólicas de la negación y la tachadura. La política recurre a imaginarios monotemáticos que producen, a su vez, relatos publicitarios cargados de símbolos reiterados. Un caudal de consignas y palabras famélicas habitan en los rituales democráticos.
La cultura visual, nombre que recibe el régimen escópico en la era global, se ha convertido en una escena litigante de la cultura, el arte o la sociedad, pues ni el pánico de las instituciones ni la muerte de la realidad ni el imperio de lo efímero, ni la teoría de los simulacros ni las abstracciones digitales logran con rigor suficiente explicar el impacto de las imágenes en una subjetividad que carece de proyecto, o bien hace de este un montaje inestable. El rostro del candidato se transforma así en el primer territorio de sentido, en la superficie donde el elector proyecta sus anhelos, sospechas y afinidades. ¿Pero qué revela esta imagen que todo lo promete? ¿Cómo se estructura esa visualidad política que hoy prevalece sobre el discurso? Para responder estas preguntas, en el “Laboratorio de Investigación en Espacio, Visualidad e Imagen (LIEVI)” de la Universidad del Bío-Bío hemos realizado una serie de estudios con tecnología de seguimiento ocular, dirigidas a comprender cómo los ciudadanos procesan visualmente las campañas electorales en plataformas como Instagram. Las imágenes analizadas en nuestros estudios lo evidencian: 11 piezas gráficas de campañas reales, difundidas en Instagram, mostraban en su mayoría rostros sonrientes centrados en el cuadro, con mínima información contextual y una estética visual austera, casi minimalista.
El nombre del candidato y el lugar de postulación ocupaban espacios secundarios, y en más de la mitad de los casos el logo del partido era inexistente o aparecía en una esquina relegada. Este diseño no es casual. En tiempos de consumo acelerado, la economía cognitiva se vuelve vital: menos texto, más rostro; menos densidad ideológica, más conexión afectiva. El análisis mediante seguimiento ocular confirma que el punto de mayor fijación —es decir, donde más se concentra la atención— es el rostro del candidato, seguido por fragmentos de texto breve, como el nombre o el lema. La mirada del votante, registrada segundo a segundo, nos muestra una coreografía de atención que privilegia lo emocional, sobre lo conceptual.
Pero no basta con saber dónde mira el ojo; hay que preguntarse también qué busca. El rostro humano, especialmente los ojos, funciona como un potente estímulo social. Estudios previos han demostrado que la mirada tiende a fijarse en los rostros como forma de detectar emociones, evaluar la sinceridad o construir empatía. En nuestro laboratorio, ciertos clústeres visuales con mayor duración de fijaciones coincidieron con zonas del rostro, y en ellos se observó además una mayor dilatación pupilar, lo cual sugiere una carga emocional intensa o un procesamiento cognitivo elevado. La mirada no solo observa: interroga, valora, interpreta.
Y allí, en el centro de esa mirada, vibra una dimensión aún más sutil: la pupila. Esa pequeña abertura circular, casi imperceptible al ojo desprevenido, es en verdad un sismógrafo emocional. La pupila se expande o se contrae ante la luz, sí, pero también ante el asombro, la tensión, la duda o la simpatía. No miente, no decora, no tiene agencia discursiva: responde. Su variación, registrada en milésimas de segundo por los dispositivos de nuestro laboratorio, permite acceder a ese subsuelo psíquico donde las palabras aún no han brotado. Leer la pupila es, en cierto modo, leer el alma de la atención. En las campañas políticas, este diminuto círculo se convierte en testigo del impacto afectivo: allí donde un rostro genera resonancia, donde una imagen toca la fibra de lo íntimo, la pupila se dilata como quien abre una puerta sin saberlo. Más que un dato biométrico, es una revelación sensorial: un signo vivo que nos recuerda que mirar también es sentir, donde la política visual del presente. En suma, la pupila electoral podría ser más genuina en las urnas.
En el LIEVI —un espacio académico donde confluyen el diseño, la comunicación visual y la investigación social— hemos apostado por explorar esas fronteras. Mediante la combinación de análisis semiótico, tecnologías avanzadas de seguimiento ocular y una lectura crítica de la cultura digital, buscamos comprender cómo se construyen las nuevas visualidades políticas. Porque en este nuevo siglo de hipermediación, no se trata solo de mirar, sino de saber mirar. Y más aún: de mirar con otros, de compartir la mirada, de construir un nosotros que no se rinde ante el brillo seductor del yo.
La imagen del candidato —tan pulida, tan diseñada, tan humana— es, al mismo tiempo, reflejo y síntoma. Nos habla del modo en que la política ha cambiado, pero también de cómo nosotros, los partidarios, hemos cambiado nuestra manera de relacionarnos con ella. En ese cruce de emociones, dispositivos y expectativas, se juega mucho más que una elección. Se juega la posibilidad de sostener una política que aún se atreva a pensar.
Dr. Alejandro Arros A.
Dr. Mauro Salazar J.
Laboratorio de Investigación en Espacio, Visualidad e Imagen.
Universidad del Bío Bío