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La rebelión. En memoria de mis hermanas muertas. Por Ana María Devaud

Hoy y siempre, nuestra vida, en un alto porcentaje invisibilizado, ha dependido de la furia o el deseo de un macho violento. Una realidad escalofriante. ¿Y quién es este ser? ¿Dónde está? ¿Podemos percibirlo? ¿Podemos adivinar si ese hombre que nos sigue en la calle; o es nuestra pareja; o la pareja de hijas o nietas; o incluso un familiar, puede llegar a esos extremos? A veces sí, pero sólo a veces los signos son claros. Lo peor es que aunque los signos sean evidentes es casi imposible intervenir. Porque, ¿cómo advertimos a una joven, para que se cuide, después de haberla llenado de expectativas, replicando creencias absurdas y patéticas acerca del amor?

Cómo, después de educar, para servir a este sistema, podemos retroceder a un: ¡ups!, perdón, me equivoqué, eso no era la realidad. ¿Cómo podemos intervenir si nuestro entorno aplaude la sumisión y la no injerencia? ¿Cómo, si los medios de comunicación se preocupan de fomentar un modelo de mujer sufriente, sumisa, donde su “happy end” es volverse esclava?

Pero la entelequia se devela y la realidad nos aplasta. Muertas por ser mujer. Muertas por despertar nuestra conciencia. Muertas por DECIDIR. Por abandonar al “bello”, que en realidad era la bestia. Violadas y torturadas de todas las formas posibles, desde una “educada” y silenciosa infancia. “El patriarcado es un juez, que nos juzga por nacer…”

Entonces, gritamos, marchamos. Incluso hemos sido capaces de subsidiar la responsabilidad del Estado y elaboramos fórmulas para huir del delincuente que sigue ahí sin mácula. Protegido y excusado, porque los mismos encargados de garantizar nuestra vida son machos agresores encubiertos por el sistema. Y la larga cadena creada para lograr justicia, se convierte en una trampa mortal.

Ante este escenario de impunidad, ha llegado la hora de las advertencias, de las desconfianzas y también la hora de enfrentar. La lógica indica que debemos cambiar la fórmula para educar. Y nos planteamos que en alguna parte de la existencia de nuestras hijas e hijes, es necesario instalar un sistema de alerta permanente. Y que deberíamos, como deber ineludible, preparar en la autodefensa a esa hija, para no ser abusada, para salvar su vida y tal vez la de sus hijos.

Esta “civilización”, este nefasto patriarcado aniquilador, tal como destruye y violenta al planeta, lo hace con nuestras vidas. Invade nuestros cuerpos, nos contamina. Abusa, corrompe y mata. Pero la madre tierra también nos indica el camino de las respuestas: Rebelión y/o extinción. Está sucediendo. Solo el desmoronamiento de las estructuras patriarcales limpiará el aire y las conciencias. Acabará con lo que nos destruye, para poder construir un mundo para humanas y humanes.

Hoy se nos hace imperioso tomar decisiones. Las promesas, proyectos y avances, no son suficientes. Hoy, en este momento, no salvan nuestras vidas.

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