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La Universidad y el porvenir de la censura. Por Javier Agüero Águila

1. Siempre ha habido censura

No ha desaparecido independiente de la forma que tome. La democracia no la elimina y ésta se eleva por encima de cualquier sistema de gobierno y requiere de una institucionalidad. En un sentido sociológico estricto no hay censura sin institución. Desde las más tempranas agrupaciones humanas tribales, pasando por el surgimiento de las civilizaciones llamadas “pre-modernas” y la aparición del capitalismo, etc., hasta la actual era de la Inteligencia Artificial, la censura se ha desplegado de manera consubstancial a lo humano y a sus instituciones.

No es posible reconocerse como sujeto activo dentro de una cultura sin que la censura, igual, libere sus formas coercitivas, jerárquicas, delimitantes. Es más, no sería precipitado sostener que es porque hay censura que pensamos, amamos y habitamos el mundo de una manera u otra. La censura, en esta línea, se arriesga al principio de trasgresión.

Si la censura son los límites, pues sabremos de las fronteras que habrá que cruzar sin escuchar a los censores. Solo porque hay censura y porque esta pretende instalar la “hegemonía de lo homogéneo”, es que podemos aspirar a una suerte de libertad en la infracción o, cuando menos, habilitarnos como hombres y mujeres que se sostienen en una cierta disidencia; en un margen que lejos de tacharla, de “censurar la censura”, la explora como forma de resistencia e indaga en una contrapalabra que, se sabe, será censurada. Entonces la censura podría ser entendida como una secuencia de desplazamientos heterogéneos y estructurantes que, imponiendo lo que no se puede hacer o decir, genera no obstante el perímetro para vulnerar sus propias prohibiciones, justo, para hacer lo que no se puede y decir lo que no se permite.

En este sentido afirmativo nos atrevemos a plantear que la censura se emparenta con la libertad y no es, como se puede entender comúnmente, su némesis. La censura permite la incorporación al mundo de intensidades libres que sumadas producen querellas, revueltas, revoluciones de diverso tipo. Todo está permitido porque nada está permitido, de lo contrario lo prohibitivo mismo no encontraría ninguna condición de posibilidad, de llegar a ser.

En definitiva la censura autoriza, en el ejercicio de su autosabotaje, abandonar la dimensión subalterna para emerger como efecto de agencia; como una manera de volverse visto, público, más o menos referencial en el entendido que se vulneran sus pórticos. Así, y en espiral interminable, vendrán nuevas, otras formas de restricción a la acción y al pensamiento, a lo político, y en el que nuevamente esto censurable abrirá la pulsión de ruptura; siempre se tratará de ser censores de la censura, censurarla a todo orden y a cualquier precio. La “parresia” al decir de los griegos, esto es, valentía destituyente del precepto.

2. Sin embargo, y al mismo tiempo, la censura también persigue, exonera, ultraja, perfora conciencias, mata; asesina en nombre de la egolatría que la recorre. Quema libros, expulsa profesores de la universidades, arrasa con memorias “no oficiales” y patrimonializa la suya; define líneas editoriales y obliga a la subalternización; transforma en monumento y norma a su cosmos represivo y coacciona a riesgo de persecución sostenida a el/la “rebelde”.

Y esto tiene una potencia coercitiva descomunal. Para quienes hemos experimentado censura, ésta no solo es la aplicación directa y vertical de una ley que de inmediato habría que obedecer, no siempre es así. La censura es igualmente progresiva, se va ajustando a los patrones de el/la que no abandona lo que cree, gangrenando de a poco su autoestima, sometiéndolo a una presión igualmente sistemática que es una manera de gestión biopolítica.

La censura desgasta hasta que derrumba o, si no logra corromper por completo a la/el perseguido, ya habrá redactado el pergamino de “desviaciones” e infracciones a la moral reivindicando el estigma, exiliando a el/la insobornable, monitoreando la habladuría y amplificando el estribillo del amo. La censura, en esta caso, no mata, pero oblitera, tacha, desconoce la humanidad del que se sostiene en sus principios y que, al final, aceptará el castigo y la expulsión de la comunidad –no sin dolor– con la conciencia tranquila y la mirada sostenida.

Como lo sostenía Ray Bradbury el, tal vez, más brillante de los pirómanos (en el sentido del fuego como recurso literario) de la literatura moderna: “Hay más de una manera de quemar un libro. Y el mundo está lleno de gente corriendo con fósforos encendidos”. Cuidado.

3. La cuestión, al final, es cómo hacer, sobre todo en las universidades públicas en Chile (las privadas tienen sus propios “códigos civiles” –o más bien de civilidad y pueden defenderse a sí mismas sin siquiera pronunciar la palabra “Estado”–) de la censura y la norma una cuestión que abre hacia el porvenir, incluso a la utopía; a la indeterminación de que nada está prohibido aunque todo se declare como tal. No es el punto, claro está, en este texto, llamar al infantilismo revolucionario del que hablaba Lenin en el que causas insignificantes sean elevadas a suprademandas para cambiar la estructura y forma de una institución, sería absurdo. Sino de entender a la universidad como una comunidad política (en la más amplia y extendida de las significaciones que pueda tener esta palabra) y advertirnos que se acercan, es muy probable, los tiempos de “La gran censura”, de la verdadera y opípara prohibición; generosa en recortes, timorata pero efectiva en su desprecio a las Humanidades y devota a la investigación “productiva”. Aquí seremos nosotras/os las y los que deberemos actuar censurando la intervención, mas pensando, creando, resistiendo desde ese lugar, al final del día y con todos las miserias históricas (la universidad de la dictadura en Chile, por ejemplo) el único lugar que deviene a resguardo y que nadie se atreverá a clausurar. Esto no asegura en nada que no haya persecuciones, pero en la comunidad podemos encontrar el reflejo de alguien más y no consumirnos en solitario. Habrá, es seguro, las y los que se queden por sus estudiantes, sus colegas, sus compañeros/as.

La universidad es el bando del sentido y de las ideas, de la política y de los significantes contravalóricos ahí donde lo que se avizora es un autoritarismo amparado por un régimen global de la cancelación pero, de igual modo, una región donde la censura debe ser entendida como una posibilidad para la práctica política, insistentemente, colectivamente, no de forma advenediza.

Una comunidad política censora de la furia de la censura.

Javier Agüero Águila
Doctor en Filosofía
Profesor Universidad de los Lagos

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